miércoles, 9 de diciembre de 2009

GABRIELA, CLAVO Y CANELA... (Fragmento) de Jorge Amado


DE COMO NACIB CONTRATÓ UNA COCINERA O DE LOS COMPLICADOS CAMINOS DEL AMOR

Dejó atrás la feria donde las barracas estaban siendo desmontadas, y las mercaderías recogidas. Atravesó por entre los edificios del ferrocarril. Antes de comenzar el Morro Da Conquista estaba el mercado de los esclavos. Alguien, hacía mucho tiempo, había llamado así al lugar donde los "retirantes" acostumbraban acampar, en espera de trabajo. El nombre había pegado y ya nadie lo llamaba de otra manera. Allí se amontonaban los del "sertao" huidos de la sequía, los más pobres de cuantos abandonaban sus casas y sus tierras ante el llamado del cacao.
...Los terratenientes examinaban el grupo recién llegado con el látigo golpeando sus botas. Los del "sertao" gozaban fama de buenos trabajadores.
Hombres y mujeres, agotados y famélicos, esperaban. Veían la distante feria en la que había de todo, y una esperanza les llenaba el corazón. Había conseguido vencer los caminos, la "caatinga", el hambre y las cobras, las enfermedades endémicas, el cansancio. Habían alcanzado la tierra pródiga, los días de miseria parecían terminados. Oían contar historias espantosas, de muerte y violencia, pero conocían el precio cada vez más alto del caco, sabían de hombres llegados como ellos del "sertao" en agonía, y que ahora andaban con botas lustrosas, empuñando látigos de cabo de plata. Dueños de plantaciones de cacao. ... En la feria había estallado una riña, la gente corría, una navaja brillaba a los últimos rayos del sol, los gritos llegaban hasta ahí. Todos los fines de feria eran así, con borrachos y barullos. De entre los del "sertao" se escapaban los son4es melodiosos de un acordeón, y una voz de mujer cantaba tonadas. ... El "coronel" Melk Tavares hizo una señal al ejecutante del acordeón, y el instrumento calló.
-¿Casado?-No, señor.-¿Quieres trabajar para mí? -señalaba a los otros hombres ya escogidos por él-, Un buen acordeonista nunca está de más en una hacienda. Alegra las fiestas...Decían de él que sabía elegir como nadie hombres buenos para el trabajo. Sus haciendas quedaban en Cachoeira do Sul, y las grandes canoas estaban esperando al lado del puente del ferrocarril.-¿De agregado o de contratado?-A elección. Tengo unas tierras nuevas, necesito contratados. -Los del "sertao" preferían contratos, el plantío del cacao nuevo, la posibilidad de ganar dinero por su cuenta y riesgo.-Sí, señor.Melk avistaba a Nacib, bromeaba:-¿Ya tiene plantación, Nacib, viene a contratar gente?-¿Quién soy yo "coronel"?... Busco cocinera, la mía se fue ayer...-¿Y qué me dice de lo sucedido? Jesuíno...-Así es... Una cosa así, de repente...-Ya llevé mi abrazo a la casa de Amancio. Hoy mismo subo para la hacienda para llevar estos hombres... Con el sol, vamos a tener una zafra importante -mostraba a los hombres escogidos, agrupados a su lado-. Estos del "sertao" son buenos para el trabajo. No es como esa gente de aquí que no quieren saber nada de trabajo pesado, lo que les gusta es andar vagabundeando por la ciudad...Otro terrateniente recorría los grupos, Melk continuaba:-El del "sertao" no mide el trabajo, lo que quiere es ganar dinero. A las cinco de la mañana ya están en las plantaciones y sólo largan la herramienta después que se pone el sol. Teniendo garbanzos y carne seca, café y trago, están contentos. Para mí, no hay trabajador que valga los que éstos del "sertao" -afirmaba, como autoridad en la materia.Nacib examinaba los hombres contratados por el "coronel", aprobando la elección. Envidiaba al otro, dueño de tierras, bien plantado en sus botas, seleccionando hombres para los cultivos. En cuanto a él, lo que buscaba era apenas una mujer no muy joven, seria, capz de asegurarle la limpieza de su pequeña casa, el lavado de la ropa, la comida para él, las bandejas para el bar. En eso había estado el día entero, andando de un lado para otro.-Cocinera, por aquí es un problema... -decía Melk.Instintivamente, Nacib buscaba entre las del "sertao" alguna que se pareciera a Filomena, más o menos de su edad, con su aspecto rezongón. El "coronel" Melk le estrechaba la mano porque ya le esperaban las canoas cargadas:-Jesuíno se portó como debía. Hombre de honor...También Nacib vendía sus novedades:-Parece que viene un ingeniero para estudiar la bahía.-Así oí decír. Tiempo perdido, porque esa bahía no tiene arreglo.Nacib fue caminando entre los del "sertao". Viejos muchachos le lanzaban miradas esperanzadas. Pocas mujeres, casi todas con hijos agarrados a las faldas. Por fin reparó en una que aparentaba unos robustos cincuenta años, grandota, sin marido:-Se quedó por el camino, don...-¿Sabe cocinar?-Para la mesa ajena, no.Dios mío, ¿dónde encontrar cocinera? No podía continuar pagándoles una fortuna a las hermanas Dos Reis. Y casualmente en día de mucho movimiento, hoy asesinatos, mañana entierros... Y, para peor, obligado a tragar el almuerzo y la cena del Hotel Coelho, una porquería de comida, sin gusto. Lo ideal sería encargar una cocinera a Aracajú, pagarle el pasaje. Paró ante una vieja, pero no tanto que ciertamente tuviera tiempo de morir al llegar a su casa. Doblábase sobre un bastón, ¿cómo habría conseguido atravesar tanto camino hasta llegar a Ilhéus? Daba pena verla, vieja y reseca, pareciendo un despojo humano. Había tanta desgracia en el mundo...Fue cuando surgió otra mujer, vestida con harapos miserables, cubierta de tanta suciedad que era imposible verle las facciones y calcularle la edad, con los cabellos desgreñados, inmundos de tierra, y los pies descalzos. Traía una vasija con agua, que dejó en las manos trémulas de la vieja, que sorbió con ansias.-Dios le pague...-No hay de qué, abuela... -era la voz de una joven, tal vez la misma que cantaba "mondinhas" cuando llegara Nacib.
.......
Gabriela adormecida introdujo la llave en la cerradura, resoplando por la subida; la sala estaba iluminada. ¿Habrían entrado ladrones? ¿O tal vez la nueva cocinera habría olvidado apagar la luz?Entró despacito y la vio dormida sobre una silla, con los largos cabellos esparcidos sobre los hombros. Después de lavados y peinados se habían transformado en una cabellera suelta, negra, acaracolada. Vestía harapos pero limpios, seguramente los que traía en su atadito. Un desgarrón en la falda dejaba ver un pedazo de muslo color canela, los senos subían y bajaban levemente al ritmo del sueño, el rostro sonreía.-¡Mi Dios! - Nacib se quedó parado, sin poder creer.La miraba con un espanto sin límites; ¿cómo se había escondido tanta belleza bajo el polvo de los caminos? (...)




BIOGRAFÍA.


JORGE AMADO (1912 - 2001)
Jorge Amado, periodista, novelista y escritor de memorias. Nació en la Fazenda Auricídia, dedicada a la recolección de cacao, en Ferradas, Itabuna, Bahia, Brasil, el 10 de agosto de 1912. Es hijo del Coronel Joâo Amado de Faria y de Doña Eulália Leal Amado. Al año de edad lo llevan a Ilhéus, donde pasa la infancia y aprende sus primeras letras. Cursa el secundario en el colegio Antonio Vieira y en el Gimnasio Ipiranga, en Salvador (ciudad que acostumbra a llamar Bahía), donde vive, libre y mezclado con el pueblo, sus años de adolescencia. Allí toma conocimiento de la vida popular que iría a marcar fundamentalmente su obra de novelista. Hace los estudios universitarios en Río de Janeiro, en la Facultad de Derecho, donde se recibe de Bachiller en Ciencias Jurídicas y Sociales (1935). Jamás ejerció la abogacía.
A los 14 años, en Bahía, comienza a trabajar en periódicos y a participar de la vida literaria, siendo uno de los fundadores de la "Academia de los Rebeldes", grupo de jóvenes que, juntamente con los de "Arco y Flecha" y "Samba", desempeña un papel importante en la renovación de las letras bahianas. Comandados por Pinheiro Viegas, figuran en la "Academia de los Rebeldes", además de Jorge Amado, los escritores Joâo Cordeiro, Dias da Costa, Alves Ribeiro, Edison Carneiro, Sosígenes Costa, Válter da Silveira, Aidano do Couto Ferraz y Clóvis Amorim.
Estaba casado con Zélia Gattai -autora de Anarquistas, graças a Deus (1979), Um chapéu para viagem (1982), Senhora dona do baile (1984), Jardim de inverno (1988), Pipistrelo das mil cores (1989) y O segredo da Rua 18 (1991)- y tuvo dos hijos: Joâo Jorge, sociólogo y autor de piezas de teatro infantil, y Paloma, psicóloga, casada con el arquitecto Pedro Costa. Es hermano del médico neuropediatra Joelson Amado y del escritor James Amado.
En 1945, es electo diputado federal por el Estado de San Pablo, teniendo participación de la Asamblea Constituyente de 1946 (por el Partido Comunista Brasileño) y de la primera Cámara Federal para el Estado Nuevo, siendo responsable de varias leyes que beneficiaron a la cultura. Viaja por todo el mundo. Vive exiliado en la Argentina y Uruguay (1941-42), en París (1948-50) y en Praga (1951-52).
Escritor profesional, vive exclusivamente de los derechos autorales de sus libros. Recibe en el extranjero los siguientes premios: Premio Internacional Lenin (Moscú, 1951); Premio de la Latinidad (París, 1971); Premio del Instituto Ítalo-Latino-Americano (Roma, 1976); Premio Risit d'Aur (Udine, Italia, 1984); Premio Moinho, (Italia, 1984); Premio Dimitrof de Literatura (Sofía, Bulgaria, 1986); Premio Pablo Neruda (Asociación de Escritores Soviéticos, Moscú, 1989); Premio Mundial Cino del Duca de la Fundación Simone e Cino Del Duca (1990); y Premio Camôes (1995). En el Brasil recibe una docena de premios más, entre ellos: Premio Nacional de Novela del Instituto Nacional del Libro (1959) y el Trofeo Intelectual del Año (1970). Además recibe una decena de títulos honoríficos en Brasil y en el extranjero. Es miembro de la Academia de Letras de la República Democrática de Alemania, de la Academia de las Ciencias de Lisboa, de la Academia Paulista de Letras y miembro especial de la Academia de Letras de Bahía, Obá do Axê do Opó Afonjá, en Bahía, donde vive, rodeado del cariño y la admiración de todas las clases sociales e intelectuales.
Ejerce actividades periodísticas desde joven, cuando ingresa como reportero en el Diario de Bahía (1927-29), época en que también escribe en la revista literaria bahiana "A Luva". Después, en San Pablo, actuando simpre en la prensa, es redactor jefe de la revista carioca "Don Casmurro" (1939), y colaborador, en el exilio en Argentina (1941-42), en periódicos porteños -Crítica, Sud y otros. Al retornar a su patria, dirige la sección "Hora de Guerra", en el periódico O Imparcial (1943-44), en Salvador, y, mudándose a San Pablo, dirige el diario Hoje (1945). Años después, participa, en Rio, de la dirección del semanario "Para Todos" (1956-58).
Debuta en la literatura en 1930, con la publicación, por una editorial de Rio, de la novela Lenita, escrita en colaboración con Dias da Costa y Édison Carneiro. Publicó su primera obra en 1931, cuando tenía sólo 19 años. Con Cacao, publicada en 1933, su público comienza a aumentar, y actualmente sus primeras ediciones en Brasil alcanzan las 120.000 ejemplares como tirada inicial. Ha publicado unas 40 obras, solo y en colaboración, entre las que destaca Tieta de Agreste, genial epifonema literario cuyos inolvidables personajes son manejados diestramente en un mosaico dinámico. En Uniforme, Frac y Camisón de Dormir, una de sus novelas más paradigmáticas, Jorge Amado abandona el paisaje bahiano, que caracteriza a casi todas sus obras, para ensanchar su horizonte toponímico y su universo de creación, tendencia que ahondará en su obra siguiente, pero sin abandonar los referentes de su país, tanto a nivel social como simbólico. Todos sus libros, que a lo largo de 36 años (de 1941 a 1977) fueron editados por la Livraria Martins Editora, de San Pablo, integraron la colección "Obras Ilustradas de Jorge Amado". Actualmente, las obras de Jorge Amado son editadas por la Distribuidora Record, de Rio. Publicados en 52 países, sus libros fueron traducidos a 48 idiomas y dialectos, también en Braille. Autor comprometido con lo social, Amado refleja además en sus obras la situación política de su país.
Tiene libros adaptados para el cine, teatro, radio, televisión, incluyendo cómics, no sólo en Brasil, sino también en Portugal, Francia, Argentina, Suecia, Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Italia y los Estados Unidos.
Jorge Amado murio en Salvador, el día 6 de Agosto de 2001. Fue cremado, y sus cenizas fueron enterrados en el jardín de su residencia, en la Rua Alagoinhas, el 10 de agosto, día en que cumpliria 89 años.


El poder de la palabra

martes, 17 de noviembre de 2009

MUERTE DE UN HERMANO de Haroldo Conti


A mi madre


El viejo ni siquiera sintió el golpe. Solamente un blando adormecimiento que le subía desde los pies. Algunas voces crecieron hacia el medio de la calle y después recularon suave­mente. El hombre se aproximó desde la niebla que lo rodeaba y se inclinó sobre él.
—Juan... El hombre sonrió.


— ¡Juan!


— ¿Qué tal, hermano?


— ¿De dónde sales, Juan? Le apuntó con un dedo sin dejar de sonreír.


— ¿No te dije que algún día iba a volver?


—Sí... eso dijiste... ¡claro que sí! La niebla se agitó detrás de la figura. Varas de sombras avanzaban hacia él pero cuando trató de reconocerlas se com­primieron y juntaron en una franja circular.


—Juan, hermanito... Movió la cabeza para uno y otro lado.


—Ha pasado tanto tiempo... No tienes idea.


—Lo sé.


— ¡Oh, no!... el tiempo para ti es otra cosa. Me refiero al mío, muchacho... Te esperé, claro que te esperé... Yo le decía a esta gente —trató de señalar—, esta gente... Entrecerró los ojos y lo miró con fijeza. Era él, no había duda. El mismo rostro duro y franco. —Yo también llegué a dudar, ¿sabes? —reconoció en­tonces por lo bajo. Y la voz se le quebró en la garganta.


—Bueno, se comprende.

—Supongo que sí...


—Pero en el fondo sabías que iba a volver, ¿no es así, hermanito? Le apuntó otra vez con el dedo y una vieja llama brotó dentro de él.


— ¡Claro! ¡Claro que sí! Trató de incorporarse y abrazar a aquel hermano que había vuelto por fin, pero le fallaron las piernas. La verdad que ni siquiera las sentía. Entonces se abandonó sobre el pavimento aguantándose apenas con las manos, nada más que para no perder de vista ese rostro querido.


— ¿Y cómo te ha ido por ahí, muchacho?


—preguntó con una voz complacida. Trataba de parecer natural. En realidad se sentía mejor que nunca en mucho tiempo y el viejo cuerpo no pesaba ahora absolutamente nada.


—Bien, bien... — ¡Este Juan!... ¿Eso es todo? —Nunca hablé demasiado. —No, es verdad... Apenas un poco más que el viejo... dos o tres palabras más. Y sonrió recordando al viejo y al Juan de aquel tiempo, casi igual a este Juan. O tal vez igual del todo.


—Pero cantabas muy bien, eso sí ¿Todavía conservas esa linda voz?


—Creo que sí. — ¿Y cantas también?


—Todavía. El que anda solo como yo, siempre canta alguna cosa.


—Aquí hay mucha gente sola, si te refieres a eso, pero no canta casi nunca... Hizo una pausa porque sentía un gran cansancio.


—A veces me acordaba de ti y cantaba. A decir verdad, últimamente era la única forma de acordarme. Inclinó la cabeza hacia el pavimento y añadió por lo bajo:


—Nadie ve con buenos ojos que un viejo cante porque sí... Yo les decía... trataba de explicarles. Pero tú sabes cómo es esta gente. Va y viene todo el día... Creo que el cabo me entendió una vez. Por lo menos sonrió y me dijo: "Siga, viejo. Cante de nuevo esa cosa." Volvió a levantar la cabeza. —Juan, hermanito, yo también he caminado mucho. Y una gruesa lágrima rodó por su mejilla. Juan extendió una mano en silencio y lo palmeó suave­mente a pesar de que era una mano ancha y poderosa. —Creí que ya no vendrías. Ésa era la verdad. Perdóname, pero lo llegué a creer.


—¿Qué importa eso ahora? El hecho es que he venido y te voy a llevar.


—¡Es lo que yo decía! ¡Repítelo, Juan, quiero que lo oigan todos!


—Eso es...

—Vendrá Juan, decía yo, vendrá mi gran hermano y nos iremos un día... ¿Qué pasa? ¡Juan! ¡Juan!


—Aquí estoy, muchacho. No te preocupes.


—Creí que te habías ido. —No te preocupes. Volvió a ponerle la mano sobre el hombro. Ése era Juan. No había que explicarle nada. Lo comprendía y lo abarcaba todo. De una vez. Y su gran mano sobre el hombro despedía una corriente, algo que lo traspasaba a uno. Era como un árbol con la firme raíz y los sonidos de la tierra por un lado y los pájaros y los cielos por el otro. Años atrás, la mano también sobre el hombro, le había dicho casi lo mismo. "No te preocupes. Volveré por ti un día." Estaban sobre el camino de tierra, en el límite del campo, una mañana de otoño. Juan no había querido que lo acompañase nadie más que él. Atravesaron el campo en silencio y no se volvió una sola vez. Después salieron al camino, ya de mañana, y cuando apareció el coche le puso la mano sobre el hombro y le dijo aquellas palabras. Después desapareció en un recodo. Él se preguntó más de una vez de dónde le había nacido la idea. Era un hombre de la tierra, como el viejo. Tal vez la proximidad del camino, aquella franja pardusca que salía y entraba en el horizonte y sobre la que de vez en cuando veían deslizarse algún carro soñoliento o la figura más pequeña y más lenta de algún vagabundo que los saludaba con la mano en alto y después desaparecía en el recodo y tenía todo el camino para él, de una punta a otra, y además lo que no se veía del camino, es decir, el resto del mundo. De cualquier forma, había en él, en ese rostro duro y confiado, algo que no había en los otros, una marca o señal que se iluminaba por dentro cuando miraba el camino o cuando simplemente hablaba de él. De manera que un día cualquiera Juan se marchó. Algo después el camino se llevó a su madre en un carruaje de tristeza. Y después vinieron los años difíciles. La tierra se hizo dura y esquiva y el viejo un ser taciturno. Partió en la misma carroza que su madre el invierno del 37. Hasta que una mañana de agosto salió al camino él tam­bién y esperó el coche y se marchó por fin. La casa desapareció detrás del recodo, para siempre. La mayor parte de su vida venía después, pero eran años desprovistos de recuerdos, apenas un poco más miserable uno que otro. Diez años de pobreza, miseria. Pobreza, miseria y vejez de ciudad. En realidad quizá fue un poco feliz cuando aceptó toda esa miseria. La gente no puede entender esto. Pero al cabo del tiempo él era feliz, o casi feliz, a su manera. Toda su preocu­pación consistía en estar a las seis de la tarde en la puerta del asilo y cuidar que ningún vago le birlara la cama junto a la ventana. A esa hora y desde ese lugar los enormes y blancos edificios parecían boyar en la luz amable de la tarde. Después se oscurecían lentamente. Después las luces erraban en la noche a confusas alturas y en cierto modo la ciudad desaparecía y .pensaba en la casa lejana, el campo joven y abundoso. Entonces volvía a ver el camino y recordaba las palabras de Juan. No siempre lograba recordar al Juan entero porque tenía que ayudarse con canciones y vislumbres más propios del día. Pero de todas maneras su hermano había crecido dentro de él y era una cosa mucho más viva que él, a pesar de la ausencia. Había una hora y un lugar, precisamente cuando los viejos y los vagos se reunían frente al asilo y esperaban a que se abriesen las puertas. Entonces, vaya a saber por qué, Juan reaparecía entero o casi entero en medio de toda aquella mise­ria. Y eso, por lo menos, le daba impulso para alcanzar la cama al lado de la ventana. Sólo que últimamente la imagen había empalidecido y algunos días no aparecía siquiera. Y si conseguía la cama no era por el Juan sino porque ya nadie quería disputársela. Para decir la verdad, hacía un tiempo que había perdido interés en el asunto. Ni más ni menos. Los años habían termi­nado por doblegarlo. Estaba seco por dentro y se dejaba llevar y traer como un casco viejo. Miró a Juan y trató de sonreír.


—Las cosas lo llevan y lo traen a uno como un casco viejo. Es eso...


—¿De qué estás hablando?


—Me pregunto cómo sucedió todo esto.


—¿Qué importancia tiene, muchacho?


—Ninguna, por supuesto. Quise decir simplemente que las cosas sucedieron sin que yo me propusiera nada. Hablaba con una voz mansa y dolorida.


—Bueno, es lo que pasa por lo general.


—No a ti, no a ti, muchacho... Tú saltaste sobre la vida y la domaste como a un potro. ¿Eh, Juan?

—No fue así. Bueno, yo sé cómo fue realmente. Lo que pasa es que nunca me pregunto esas cosas... La tomaba como venía.


—Eso es, muchacho. Eso es. ¡Cerrabas el puño y te la metías en el bolsillo! Juan, ¿estás ahí? La figura parecía oscilar y alejarse.


—Aquí estoy.


—¿Quisieras darme la mano?


—Claro que sí. Ahora casi no veía su rostro. Pero sintió la mano áspera y dura. No tenía idea de la hora pero de cualquier manera le resultaba extraño aquel silencio en esa calle de la ciudad. — ¿Qué se habrá hecho de la gente? —se preguntó sin verdadera curiosidad mientras trataba de sostener la cabeza que parecía querer escapársele—. Debe ser muy tarde. La figura osciló hacia adelante y entonces con el último hilo de voz preguntó todavía:


—¿Vamos, Juan? Sintió la voz muy cerca de él.


—Cuando quieras, muchacho.


—Vamos ya...

Por Haroldo Conti


BIOGRAFÍA:

ARGENTINA

HAROLDO PEDRO CONTI (1925-desaparecido en 1976)

Haroldo Pedro Conti nació el 25 de mayo de 1925 en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Desde que empezó a vagabundear con su padre por los alrededores de su pueblo chico, fue un eterno caminante y hacedor de múltiples oficios, y uno de los escritores más brillantes surgidos en la década del ‘60.

‘Yo soy escritor nada más que cuando escribo. El resto del tiempo me pierdo entre la gente. Pero el mundo está tan lleno de vida, de cosas y sucesos, que tarde o temprano, vuelvo con un libro”.

Fue maestro rural, actor, empleado bancario, director teatral aficionado, seminarista, empresario de transportes, piloto civil, profesor de filosofía y latín, constructor de veleros, pescador y náufrago.

En 1938, ingresó en un colegio de Ramos Mejía y en 1939, por breve tiempo, en el seminario de los Salesianos. Desde entonces hasta 1944, ejerció esporádicamente como maestro, pasando luego al Seminario Metropolitano Conciliat donde cursó estudios de filosofía. En 1947 entró de empleado en un banco y al poco tiempo compró un camión y fundó una pequeña empresa de transportes. Entretanto completó sus estudios de Filosofía y Letras en la universidad y obtuvo el título de piloto civil. A lo largo de seis años construyó un velero, el ‘Alejandra, en el que vivió largas temporadas merodeando por el Delta y las islas litorales. También navegó como tripulante profesional y como pescador y, en 1965, naufragó en el cabo de Santa María, en la costa uruguaya.

Si bien su carrera literaria se inició en el teatro (Examinado, 1955), fue un cuentista y novelista extraordinario. “No sé si tiene sentido, pero me digo cada vez: contra la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino, despójate de toda pretensión y canta, simplemente canta con todo tu corazón; que nadie recuerde tu nombre sino toda esa vieja y sencilla historia”.

El 5 de mayo de 1976, fue secuestrado por la dictadura militar y hasta el día de hoy permanece en la lista de desaparecidos.

Dentro de su obra literaria podemos destacar: en teatro, “Examinado” (1955); en cuentos, “La causa” (1960), “Marcado (en revista “Baires” verano 1963-1964), “Todos los veranos” (premio Municipalidad de Buenos Aires, 1964), “Con otra gente” (1967), “La espera” (en revista “Latinoamericana” Nº 1, 1972), “La bajada del álamo Carolina” (1975), “A la diestra” (en revista “Casa de las Américas” Nº 107, 1978); en novelas, “Sudeste” (Premio Fabril, 1962), “Alrededor de la jaula” (Premio Universidad de Veracruz, Méjico, 1966), “En vida” (Premio Barral, España, 1971), “Mascaró, el cazador americano” (Premio Casa de las Américas, Cuba, 1975). Por último, cabe mencionar también las numerosas publicaciones de Conti en a revista “Crisis”: Nº 8 (diciembre 1973), Nº 15 (juliol Nº 16 (agosto 1974), Nº 21 (enero 1975), Nº 24 (abril 1975), Nº 27 (julio 1975), Nº 36 (abril 1976) y Nº 37 (mayo 1976).

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En el caso de Haroldo Conti por haber sido secuestrado y desaparecido por el terrorismo de Estado que gobernó nuestra Argentina desde 1976 hasta 1982, fecha de regreso de la democracia, he querido agregar un texto que es muy crudo a mi entender pero que creo conveniente para que aquel que no se haya aún imaginado siguiera cómo eran esos secuestros con los cuales desaparecieron a 30.000 argentinos de mi generación, compañeros de causa, amigos del alma, lo conozcan por lo menos por estas breves palabras que describen el momento en que la dictadura militar secuestraba a los que no pensaban como ellos, a quienes querían una Argentina distinta. Es dolororso. Pero para los jóvenes actuales es imporante conocer este artículo, porque ... lamentable, pero es historia argentina. Melan.

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La noche que cazaron a Haroldo Conti por Rafael Grillo ::

El 5 de mayo de 1976 fue secuestrado y desaparecido por la dictadura uno de los narradores argentinos más importantes de su época, de aquellos que además de escribir militaban
“Un buen día, un día que jamás recordaré…”
Oficio de horario y rigores. Esa imagen de la literatura que le transmitió el ejemplo de Hemingway, hace que en la mañana del 4 de mayo de 1976 se enfrasque en la continuación del cuento iniciado ayer. Lo había llamado “A la diestra”, según dirá el Gabo; aunque esto luce inaudito en un hombre de corazón a la izquierda. Otros, en cambio, precisarán que “A la deriva”, título que más afín parece con el espíritu nómada del escritor[1]. Es presumible, sí, que fiel a su rutina, no haya abandonado el escritorio hasta teclear el punto final. Ahora el tiempo le da justo para trajearse y salir a exponer su clase en un colegio de las cercanías.
A la vuelta, sobre las seis de la tarde, lo agita el reclamo de su esposa. Hay que acabar de ponerle las cortinas nuevas al estudio y la pareja se acopla en la tarea. Luego llega la hora del padre, con sus placeres y deberes: arrulla a su bebé de tres meses; ayuda en los ejercicios escolares a la hijastra de siete años. La cena en familia, con carne asada, se agranda con la presencia de un amigo venido desde Córdoba. Y para los cónyuges, que en los últimos seis meses no han paseado juntos, es una suerte que el invitado vaya a pernoctar en la casa y se ofrezca para cuidar a los niños mientras ellos asisten al cine. Parten alrededor de las nueve de la noche; la segunda parte de El Padrino está de estreno en la sala oscura de la barriada.
No es difícil imaginarlos a la salida: andan apretaditos, incitados por los latigazos del viento otoñal, con la primavera de la felicidad latiéndoles por dentro. Él, como todo experto en asuntos de película, inquiere a su compañera: “¿A vos qué tal…?” “Celesta y compuesta”, responde ella, que tan solo siente deseos de cachondear y ha hecho suyo el refrán enigmático de los personajes del Circo del Arca.
Tal vez llegaron hasta la puerta entre risas, sin enterarse que sus relojes marcaban ya 5 minutos después de la medianoche. Y como no estaban para augurios de numerología, nunca reparan en que ya es día 5 del mes 5, y que a un Haroldo Conti de 50 años cumplidos, apenas le faltan 20 jornadas para la fecha del 25 en que debía comenzar un año nuevo de su vida. Tampoco la dicha los dejó percatarse que no eran recibidos con ladridos de perro, ni maullidos de gato. Demasiado silencio del otro lado.
Crónica de un día anterior: “hic meus locus pugnare est et hinc non me removebunt”
El consejo del Príncipe Patagón debió resonar en su mente cuando escribía la carta al compadrito de Bogotá: “No te quedes. Las ciudades son para tránsito, se atraviesan… No te quedes en ninguna parte más del tiempo necesario”. Aún así, le aclara a Gabriel García Márquez que no acudirá a la invitación en Ecuador.
¿Por qué insiste en permanecer en la misma ciudad que él tildó de “puta Babilonia que para completo escarnio se llama de los Buenos Aires”? Ofrece un pretexto: Martha va por siete meses de embarazo y no le permitirán tomar el avión. Como previene que el Gabo le advertirá que los militares lo tienen en la lista de los subversivos, argumenta, tozudo, que “Uno elige… Me quedaré hasta que pueda, y después Dios verá. Porque, aparte de escribir, y no muy bien que digamos, no sé hacer otra cosa”. Hasta se siente tentado a autocitarse: “La vida es un barco más o menos bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Lo mejor se nos gasta en seguridades. En puertos, abrigos, fuertes amarras”.
Pero decide dar un término parco a la misiva: “Abajo va mi dirección, por si sigo vivo”. Y mientras se convence de que “cada persona tiene destinado un paisaje y debe coincidir con él”; anota: “Número 1205, calle Fitz Roy, Villa Crespo”; y se pregunta si será esta su morada final, el refugio al término del Camino…
Ahora quiere imaginarse transfigurado en uno de sus personajes entrañables y escoge a Alfonso Domínguez, capitán del navío El Mañana, el que sentencia con saber de aventurero: “La vida es una entera travesía, se erraba desde el nacimiento, ese puertito de luces tan recogido, tan breve, suceso pequeño…”; y a seguidas le cuenta del instante bajo el sol de otoño cuando un tal Haroldo vio la luz primera, en un recodo del tiempo apto para suscitar cábalas: es mayo, el mes 5, en su día 25, del año 25 de la centuria 20. Coincidiendo, además, con la fecha de la Patria, en que la gente de Chacabuco prende sobre sus solapas izquierdas un distintivo de blanco y azul celeste.
Es jornada de fiesta para el pueblo de la provincia de Buenos Aires, cuyo hijo natural describirá, ya en su madurez, como “en todo semejante a otros, trazado en un papel y reproducido luego sobre la inmensa pampa argentina, esa de majestuosa tristeza”.
Haroldo, nacido de Pedro Conti y Petronila Lombardi. Del padre, tendero ambulante y agitador que fundó el partido peronista del pueblo, aprendió el pibe a amar el campo y la vida errante. La madre, asentada y devota, fue la que empujó al muchacho a internarse en el Colegio Don Bosco de Ramos Mejía para que cursara sus primeros estudios, y lo alentó luego a ingresar en el Seminario Metropolitano Conciliar de Villa Devoto. Allí, Conti descubre al artista interior, ilustrando Solidaridad, la revista del cura Hernán Benítez, y organizando puestas de teatro con títeres.
Iba por su segundo año, leyendo libros misionales, investido con sotana y todo, cuando sobreviene el desencanto y la rebelión. Hora de decir adiós al sacerdocio y regresar al pueblo. El alma vagabunda que dormitaba dentro de él, susurra: “Uno es historia. ¿Qué hay para adelante? Caminos…” Conti va a obedecer al llamado del Camino y serán abundantes desde entonces sus andares y laburos: maestro de escuela primaria, profesor de latín, estudiante de Filosofía y Letras, empleado de banco, camionero, piloto civil, navegante… Hechizado por las aguas del gran río y sus islas del Tigre; fabrica con sus propias manos un velero y lo nombra Alejandra, como la primogénita (de su primer casamiento, con Dora Campos, quien le aportará otro hijo, Marcelo).
Por aquella época lo habrá atrapado también “el arrebato del arte”: firma guiones de cine, crea la obra de teatro Examinado; escribe La causa, relato que es premiado en el concurso internacional de Time-Life. Su primera novela, Sudeste, gana el premio Fabril y va perfilando los rasgos por los que terminará siendo calificado como “el gran escritor argentino de agua dulce”, el que dio aliento literario a los supervivientes y los fantasmas del Paraná, un émulo de Horacio Quiroga y descendiente del norteamericano Mark Twain, quien hizo lo mismo con el Mississippi.
Detrás vendrán las novelas Alrededor de la jaula (Premio Universidad de Veracruz, México) y En vida (Premio Barral, España, en cuyo jurado estaban Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez); y los libros de cuentos Todos los veranos (Premio Municipal de Buenos Aires) y Con otra gente.
Mas, el prestigio en alza del letrado no aparta de la realidad a un Conti que nunca se convertirá en el tipo de escritor amortajado en la biblioteca. Se embarca en el Atlantic y emprende varios viajes al Brasil; naufraga en uno de ellos, por la costa del Uruguay, y del Puerto La Paloma extrae las visiones de un mundo de trotamundos y marinos que verterá en su más importante novela: Mascaró, el cazador americano, y en los cuentos de La balada del álamo Carolina, ambos de 1975. En una entrevista deja claro que: “Yo soy escritor nada más que cuando escribo. El resto del tiempo me pierdo entre la gente. Entre la literatura y la vida, elijo la vida”.[2]
Un hálito especial capta en el aire al arribar a Cuba, en 1971, para intervenir de jurado en el Premio Casa de las Américas. Sobre su conmoción reflexiona que fue el “primer contacto a flor de piel con América. Y eso me bastó para hacer una novela distinta, jubilosa, abierta, donde los personajes no mueren”. Tal novela es Mascaró, surgida de bien adentro en un tramo de la existencia que le traerá renacimientos y definiciones: adviene una nueva compañía amorosa, Marta Scavac; repite su viaje a la isla caribeña como jurado en 1974, y al año siguiente el Premio Casa le toca para sí, gracias a Mascaró; se ahonda su compromiso político al paso por la revista Crisis, rodeado por los colegas Federico Vogelius, Eduardo Galeano, Juan Gelman…
¡Oh, “la leve vida del camino”! Pone término así el capitán Alfonso a su relato extraordinario, sin atreverse a forzar un cierre de “y fue feliz”, porque la admonición de una desgracia planea sobre el itinerario de Haroldo Conti. A solas consigo, ya despojado del disfraz de ficción, el hombre de verdad barrunta que su trayectoria por los años es igual a como ideó la historia de Arenales para su novela. “Es sucinta y cabría en una canción”, cuando él la anhela más dilatada: quiere asistir al alumbramiento de Ernestico; todavía añora subir a bordo del Mañana.
Incrusta una página en blanco en la máquina de escribir; busca alejar el desasosiego. Lo ha sentido muchas veces, que “uno escribe para curarse”, aunque al hacerlo se experimente “un gran dolor, un gran esfuerzo, inclusive físico”. Intenta aliviarse colocando la capa del Príncipe sobre la espalda de su fantasía y golpea las teclas, repitiendo de memoria las palabras con que el Patagón alecciona a Oreste: “El arte es la más intensa alegría que el hombre se proporciona a sí mismo”.
Pero hay un “sujeto de ayuno y vela”, cazador sombrío, Mascaró, guerrillero de atuendo negro, que se interpone, que tira de él… Toma una hoja nueva el apacible profesor de latín, y sobre ella imprime la frase que resume el arrojo de quienes optan por “oficio de peligro”. Deja al futuro que interprete como acto de última voluntad el que Haroldo Conti cuelgue el letrero justo frente a su escritorio. Quien sepa traducirlo, leerá: “Este es mi lugar de combate, y de aquí no me voy”.
En el campoEn la casaEn la cazaAhíHay Cadáveres[3]
“No hay historia ni pasado, sólo la noche…”
“Apenas entramos, unos diez hombres estrafalariamente vestidos con vinchas, gorras y ropas raras, se nos vino encima”, testimonia Marta los sucesos del 5 de mayo de 1976[4]. Le atan las manos a la espalda; le cubren con tela la cabeza. Con el único sentido aún soberano, alcanza a percibir que Haroldo está imponiendo su fortaleza. Sólo tras la advertencia: “Quédese quieto, por el bebito…”, los asaltantes logran reducir al esposo y pasarle cadenas.
La amenaza ha disparado los nervios de Marta, que se revuelve desesperada. Entre dos la lanzan al piso, le pegan patadas, le gritan que no se mueva. Con la cara contra el suelo, oye que revuelven los muebles, rompen objetos… “¡Esta no es casa de ricos, no tenemos dinero!”, exclama la prisionera, todavía creyendo que sus captores son delincuentes comunes. El muchacho de Córdoba solicita que no golpeen a la señora, y le responden aporreándolo; reclama en nombre de la Convención de Ginebra, y tornan a pegarle. Ella sigue sin entender: ¿por qué se menciona la Convención…? Mientras, empieza a distinguir dos voces predominantes. Hay una de mando, iracunda y brusca. Otra es más blanda, condescendiente, y trasluce cierto nivel cultural. El propietario de la segunda es quien la aparta del comedor y en el terreno del estudio le cuestiona: “¿Cómo una mujer de su clase se metió en esto?”.
Marta se anima a devolver una pregunta: “¿Y quiénes son ustedes?”. El hombre se exaspera: “Estamos en guerra, señora. O nosotros los matamos o ustedes nos matan a nosotros”. “¿Qué guerra?”, refuta ella, “no sé de ninguna guerra en este país… y nosotros no matamos a nadie”. Silencio cómo réplica, y a continuación el sonido de papeles que se destrozan. Será de nuevo presa de la angustia hasta que a su conciencia acuda un soplo en auxilio, es una expresión de Haroldo: “En toda persona reposa un ángel o un demonio. Busca al ángel”. Marta se suaviza: “Por favor, no rompa las cosas que están sobre el escritorio. Deje la hoja de la máquina de escribir…”
“El arte es una entera conspiración.”
El Bueno indaga que de dónde venían. “Del cine, confírmelo usted si quiere… El programa está en el abrigo”. Prosigue la encuesta: “Señora, ¿por qué viajó a Cuba con su marido?”. “Haroldo iba de jurado para un premio de novela y yo lo acompañé”. “Pero usted también colaboró en ese libro… Mascaró”: el tono es ahora más agresivo. “Soy taquígrafa… Y sí, ayudé a mi esposo a pasar los borradores. ¿Qué tiene esa novela?”. “¡Usted sabe bien que es subversiva!”, grita el que ya no suena como Ángel.
A la par que atiende a su interrogador, Marta intenta filtrar el discurso del otro esbirro. El Demonio la ha emprendido con el esposo: “Don Haroldo, ¿por qué se metió en esto? Lo va a pagar caro”. Ella apela al Bueno: “¿Qué está pasando con mi marido?”. El tipo no se da por aludido y sigue estrellando los libros en el piso. Con el estruendo, la mujer pierde el hilo de lo que está aconteciendo en la habitación contigua. Rememora un episodio de la novela y lo lee como una premonición, un calco adelantado de la realidad:
—¿Es usted Príncipe?—Sí.—¿Es usted artista?—¡Aaaay!...A Oreste lo están moliendo a palos.—¿Es usted artista?—¡Sí!—¿De qué clase?—Versátil. ¡Aaaay!...Están pinchándolo con púas…—¿Es usted tiesto?—Sí, sí.—Diga sí una sola vez.— Sí.—¿Es usted hijo de puta?—¡Aaaay!...Le pegan alambres con corriente.—Conteste con claridad. ¿Es usted hijo de puta?—Sí, sí.[5]
“¿Y este quién es?”. Al que ahora su oído ubica delante de ella es el Malo, que está indagando sobre el invitado; y la pregunta hace a Marta precipitarse desde el sueño de terror hacia el abismo de la vida real: “Él está de paso en la capital… Es decorador, vino a comprar unos arreglos de escenografía para el teatro de Córdoba”. “Mentira, es un guerrillero”, desmiente el Demonio, “¡¿Qué está haciendo en tu casa?!”.
El nene arranca a llorar y la madre suplica: “¡Déjenme ir con mi hijo!”. Haroldo truena: “¡Dejen que mi mujer le dé la mamadera!”. “¿Cómo se prepara?”, interviene el Ángel, que recibe las indicaciones de Marta y le asegura que atenderá a Ernestico. Discrimina un timbre desconocido, el de alguien que está mirando una foto y se burla: “Qué pijos los dos, la mamá y el pibe… ¿Pero cómo es que vos se metió en esto?”. Ella trata de defenderse: “No estoy metida en nada, nuestra vida es normal, no tenemos nada que ocultar”.
La dejan sola, resuena el estrépito cercano: desbaratan jarrones, cargan los muebles… “¿Serán ladrones?”, le regresa esta duda, que casi parece una esperanza. El Bueno retorna para averiguar sobre la temperatura de la leche; la madre insiste en estar junto a su hijo. “No, usted quieta, yo me hago cargo”. Ella presiente que ese hombre es padre, o está por serlo. Ya no grita el niño; voz de Ángel le anuncia que comió. Pero a Marta todavía le preocupa no saber de su hija: “¿Y Miriam… cómo es que no se ha despertado con tanto ruido?” “Está bien”, la aplaca el Amable; y entonces irrumpe el Bruto con un anuncio de espanto: “¡Nos llevamos a su marido, que tenemos unas cuantas preguntas que hacerle!”
“¡¡No!!”, proyecta la esposa su grito hacia la negrura de donde salieron las palabras del Diablo. “¿Por qué? ¡Pregúntenle aquí en casa!”. Esto descontrola a la Bestia, que la insulta, empuja, amenaza. El Querubín salva la situación: hala al otro; discuten por lo bajo, parece que negociaran un acuerdo. Marta, que sigue tumbada en el piso, amarrada y con la cabeza cubierta, aguza los tímpanos para sacar algo en claro... Es el Malo quien le habla: “Hemos decidido llevarnos a Haroldo y vos te quedás piola. Pero no intentés escapar porque dejamos un coche en la puerta y en cuanto asomés la cabeza te limpiamos”.
Toca a la esposa rebajarse, implorar; y por nada, porque nadie le presta atención…“¡Déjenme despedirme de mi marido!”: es el reclamo postrero de la impotencia. Se presta el Bueno para un último favor y la toma del brazo, conduciéndola a tropezones por su oscuridad. El aire se envenena otra vez con la burla odiosa de un secuestrador: “¿Vas a bailar el vals con la señora que está tan elegante?”.
Cuando el sicario clemente se detiene, ella discierne que llegaron al umbral del dormitorio y llama: “¡Haroldo, acércate… que no te puedo ver… Haroldo!”. Pronuncia su nombre la voz amada; y Marta se agita ante la proximidad, sin poder tocarlo, ni mirarlo… El esposo se expresa como quien ansía minimizar un terremoto: “No te preocupes por mí, cuidate vos y el nene… Yo estoy bien querida”.
Impacta en Marta el viento tibio de una respiración conocida, la caricia de unos labios en su barbilla, único trozo de piel desnudo en la cara encapuchada. Pero al mismo tiempo que inunda a la mujer el goce del contacto, la más cruenta de las certezas comienza a quebrantarle el corazón. Ha recordado historias de otros, avisos velados, rumores… Van a llevarse a Haroldo con el rostro descubierto. Significa que han marcado la cruz de ceniza en su frente.
Bajo las matasEn los pajonalesSobre los puentesEn los canalesHay Cadáveres
Reportes del tiempo después: “por estos lados los muertos están más vivos…”
En ciertos lugares y etapas suelen multiplicarse los que nada ven, nada oyen, nada dicen. El monosabio Ministerio de Educación de la República de Argentina estuvo contabilizando las ausencias del profesor de latín hasta mediados de 1979, en que envió al Liceo Nacional Nº 7 de Buenos Aires la notificación de que desempleaba a Haroldo Conti por “abandono de tareas”.
Apenas dos semanas después de la desaparición del escritor, el general Jorge Videla había invitado a un almuerzo en la casa presidencial a cuatro personalidades de las letras, en un gesto evidente de maquillar la deplorable imagen del régimen. A la comunidad intelectual le pareció esta la oportunidad ideal para poner sobre la mesa el asunto Conti. Entre los procurados había dos de los más grandes: Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Además estaba el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, Alberto Ratti; y el padre Leonardo Castellani.
A los cuatro se les solicitó intervenir a favor del colega. Las piezas mayores, sin embargo, se limitaron a confraternizar con el tirano. Ratti sí cumplió e incluso extendió a Videla una lista con otros o­nce literatos secuestrados. Sorprendió el octogenario representante de la Iglesia Católica, aliada de los militares, al pedirle al general que le dejara visitar a su ex alumno de Villa Devoto. Más tarde, ya en vísperas de su fallecimiento, el sacerdote confesó haberlo visto en una celda de la policía capitalina, el 8 de julio de 1976, con grado tal de deterioro físico por culpa de los maltratos recibidos, que se frustró la posibilidad del diálogo.
Las quejas de la esposa del escritor no habían sido atendidas: el Poder Judicial rechazó todos sus recursos legales y la prensa se excusó con que no tenía autorización del Gobierno para informar sobre el caso. Marta Conti debió asilarse en la Embajada de Cuba y esperar un salvoconducto para huir del país. Hasta fines de 1982 no recibió la confirmación de que el ataque fue preparado por el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino. Supo de un compañero de presidio que afirmó ser testigo de la estancia de Haroldo en el cautiverio de la Brigada Goemez. Sobre la suerte definitiva y el sitio adonde fueron a parar sus restos, sí que no recibirá noticias.
Más de treinta años hubo de esperar la esposa para ver enteramente levantada la lápida del olvido. El 5 de mayo es proclamado como Día del Escritor Bonaerense; y participa con sus hijos el 7 de mayo de 2008 en un homenaje al autor de Mascaró en la Biblioteca Nacional. El 31 de mayo, con la inauguración del Centro Cultural Haroldo Conti en el edificio que ocupara el centro de detención clandestina de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), por fin adviene el desquite, la redención completa y el más extenso reconocimiento público.
Pero “el dolor por las ausencias” se ha alojado muy adentro de ella y le pega fuerte muchas veces. Entonces se abaten tapias sobre sus ventanas al mundo y regresa al desamparo de la oscuridad y los horrores de una noche insondable…
“cada cual tiene su misión sobre esta tierra”
“Siento que bruscamente nos apartan. Todo sucede rápidamente”: continúa Marta Conti el recuento de la madrugada interminable. Un agente la aprisiona de boca contra la cama y le clava en la nuca el cañón del revólver. "No te muevas, no te muevas, no te muevas", le repite. Escucha motores de automóviles listos para la marcha; desde la puerta alguien apura al sujeto que la custodia. El peso en la espalda desaparece; ruge el portazo y susurra la llave clausurando la casa. Dejan a la mujer atada y ciega en medio del vacío siniestro. Ella se incorpora y, sin saber cómo, se libera el rostro y las manos. Con las piernas cimbrando y la cabeza mareada, se precipita al cuarto de los hijos.
Ernestico y Miriam impresionan dormidos. Pero la chica no responde a gritos ni sacudones; un olor en el aire disipa el temor de la madre: sólo está anestesiada con éter. El jaleo despierta los berridos del nene y espabila a la niña. Marta la desprende de la almohada; se abrazan, lloran juntas. La mujer pone al tanto a la hija, con un relato escueto, de apuro, y le demanda colaboración para escapar. Extrae al bebé de la cuna y lo abriga; lo mismo hace con Miriam. Al atravesar la casa sortean adornos rotos, libros, ropas; observan los estragos en la cocina: se despacharon el café y las milanesas; arrancaron el teléfono… Marta sienta a los chicos sobre un sillón increíblemente ileso y atisba afuera por una ventana alta.
Lo del coche que vigila era un engaño. Salta la madre a la vereda, agarra al bebé que la hija le alcanza y luego sostiene a la niña para ayudarle a salir. Está amaneciendo ya, con el clásico gris de mayo. Caminan para alejarse del desastre, omitiendo la lluvia y el frío, sin fe de rumbos. Marta sólo percibe la tristeza que se le cuela por todo el cuerpo, como el polvo del desierto o el aluvión de un río desbordado. En su conciencia ofuscada repica la voz estentórea de Haroldo, o la del Príncipe: “La vida del hombre sobre la tierra es una milicia”, y de esa alucinación extrae el antídoto contra la debilidad.
Trae milagros el coraje: las luces de un taxi disipan la neblina del chaparrón. Marta lo ataja y pide al chofer que la conduzca a casa de sus padres; pero antes se cree en el deber de aclararle que no tiene para pagar y arranca a narrarle su desgracia. El hombre la interrumpe: “Señora, yo trabajo de noche y todos los días veo casos como el suyo, la llevo donde sea”; y tapa el contador del taxi. Hacen la carrera a toda velocidad, sin intercambiar palabra alguna. Marta nunca conocerá el nombre del benefactor; tampoco olvidará jamás su solidaridad.
Ella tuvo el largo del trayecto para repasar las últimas imágenes del hogar devastado en el naufragio del secuestro. Hay una, ¿visión de ensueño o chispa veraz en el recuerdo?, que por un segundo sin peso, le libera la sonrisa: A la deriva, reflotando entre un mar de despojos, avizora intacto el manojo de cuartillas del cuento de Haroldo. Incólume también, como barca insignia de un destino cumplido, ve la máquina de escribir; y sobre el cilindro, aferrada, la página final.
Notas:
1. Gabriel García Márquez escribe que el cuento se llamaba “A la diestra” en su crónica “La última y mala noticia sobre Haroldo Conti”, dada a conocer en 1981 y reproducida el 6 de Abril del 2006 en La Ventana, Portal informativo de la Casa de las Américas (http://laventana.casa.cult.cu). Como titulado “A la deriva” aparece en “Haroldo Conti: Contar como cantarle al río, a la tierra, al cielo”, de Rosana Gutiérrez, publicado en Babab, No. 9, Julio de 2001 (www.babab.com).
2. Declaraciones de Haroldo Conti para la revista Confirmado, Buenos Aires, 1971.
3. Las dos estrofas de versos que se injertaron en el texto pertenecen a “Cadáveres”, de Néstor Perlongher (Avellaneda, Argentina, 1949- ), incluido en su libro Alambres (Ediciones Último Reino, 1987) y considerado el poema “más amplio y contundente que se haya escrito nunca sobre los desaparecidos”. Fuente: Isla Negra, No. 4/144, de agosto de 2008 (http://isla_negra.zoomblog.com).
4. “La noche del secuestro”, testimonio íntegro de Marta Scavac, esposa de Haroldo Conti, publicado originalmente en la revista Crisis, No. 41, abril de 1986. (Revisado en www.literatura.org).
5. Aquí aparece compactado el episodio del interrogatorio y tortura del personaje Oreste, que ocupa las páginas 332, 333 y 334 de Mascaró, el cazador americano, Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2006. Las otras citas de la novela que están dispersas por el texto también fueron tomadas de esa reedición. La primera publicación del libro por la misma editorial fue en 1975; de ese año es igualmente la edición de Editorial Emece, Argentina.
Fuentes auxiliares:
—Eduardo Anguita, “Haroldo Conti: un homenaje merecido” (Revisado en www.mediosydictadura.org.ar).
—Ernesto Bottini, “Escritor de agua dulce”, Escuela de Letras, julio de 2008 (www.escueladeletras.com).
—David Viñas, “Haroldo”, Página/12, 4 de mayo de 2006, Argentina.
—Juan Sasturain, “Algo había hecho”, Página/12, 12 de mayo de 2008, Argentina.
—Mario Benedetti, "Haroldo Conti, un militante de la vida", El recurso del supremo patriarca, México, 1979.
—Marta Conti, “Ni olvido ni perdón: justicia”, especial para ANC-UTPBA, Buenos Aires, 4 de mayo de 2006 (Revisado en www.elortiba.org).
—Néstor Restivo-Camilo Sánchez, Haroldo Conti, biografía de un cazador, Editorial TEA, Argentina, 1999.
—Roberto Baschetti, “Desaparición de Haroldo Conti. Legajo Nº 77” (www.desaparecidos.org).
—Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero, “Haroldo Conti entrevistado por Heber Cardoso y Guillermo Boido (1975)”, Página/12, 18 de enero de 2006, Argentina.
—“¿Cómo Haroldo Conti vino a resultar un escritor?”, entrevista ofrecida a La Opinión, 15 de junio de 1975. (Revisado en www.elortiba.org).
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jueves, 5 de noviembre de 2009

CUANDO YA NO IMPORTE (Fragmentos) de Juan Carlos Onetti


6 de marzo



Hace una quincena o un mes que mi mujer de ahora eligió vivir en otro país. No hubo reproches ni quejas. Ella es dueña de su estómago y de su vagina. Cómo no comprenderla si ambos compartimos casi exclusivamente el hambre.

Nos consolábamos a veces con comidas a las que buenos amigos nos invitaban, chismes, discusiones sobre Sartre, el estructuralismo y esa broma que las derechas quieren universal, saben pagar bien a sus creyentes y la bautizan posmodernismo. Participábamos , reñíamos y adornábamos con nuestras risas las frases ingeniosas. Aquellas cenas a las que no podíamos aportar ni un solo peso ofrecían a un posible observador, tal vez a uno de los comensales que pagaban su parte de la cuenta, un aspecto admirable, porque merecía admiración la astucia con que ella y yo, sin dejar de reir despreocupados, robábamos pancitos que caían en la cartera de ella o en alguno de mis bolsillos. Así nos asegurábamos un desayuno seco para cuando despertáramos mañana en la cama de la pensión.

Se fueron acumulando los días casi miserables para triunfar convenciéndola de que yo había nacido para fracasado irremisible.

La muchacha pasaba todo su tiempo en la cama para ahorarrar fuerzas, retener calorías. Tal vez estuviéramos en invierno. Creo, no lo aseguro. Y así: ella acostada y yo caminando, ida y vuelta por la avenida buscando tropezar con algún ser muy amigo al que no me humillara pedirle dinero. Y recuerdo que ya no se trataba de un peso para que comiéramos. Nunca consulté en lo periódicos a cuánto estaba la canasta familiar. Pero en aquellos días el mínimo indispensable había trepado a cinco pesos.

Pocas veces lo conseguía, no por negativas sino por desencuentros. Mis incursiones en la ciudad sólo excluían a los niños. Nunca hice distinciones por sexo. Pocas mujeres encontré.



25 de marzo



Recuerdo que más de una vez mi mujer, ahora ausente, me había dicho, yo sé que te traigo mala suerte. Lo que nació de su ausencia no podrá significar que mi suerte hubiera cambiado, pero de pronto tuve otro de mis tantos trabajos que se traducían en comestibles. Uno de los amigos de restaurantes adonde habíamos robado los diminutos panes de hermosas cortezas doradas cuyo destino era crujir en la mañana, uno de mis anfitriones desganados, con algunas amistades en cierta parcela de la mugre política acabó por conseguirme un trabajo. Lo justo para alegrar al dueño de la pensión y pagar mis comidas.

Luego de la buena noticia trató honradamente de aminorar mi esperanza y dio bastantes rodeos intentando explicarme en qué consistía el trabajo recién logrado. Le dije que no me importaba, así fuera la portería de un prostíbulo de campaña, p0rque para mí no podía haber pan duro.



(...)



Fragmentos tomados de Cuando ya no importe de Juan Carlos Onetti. Editorial Alfaguara Literaturas. Impreso en 1994.



Melan


BIOGRAFÍA CRONOLÓGICA


1909 – 1 de julio.
Juan Carlos Onetti nace en Montevideo, en una casa de la calle San Salvador, en el Barrio Sur. Su padre, Carlos Onetti, era funcionario de aduana; su madre, Honoria Borges, provenía de una familia brasileña. Tuvo dos hermanos, uno mayor que él, Raúl, otra menor, Raquel. De la suya solía decir que fue "una infancia feliz".
1922-1929
Voluntariamente deja los estudios secundarios: no alcanza a concluir el primer año. Según Jorge Ruffinelli, poco después "comienza a trabajar, y durante varios años desempeña diferentes cargos: portero (...); funcionario de la Empresa Guerin (...); mozo (...); vendedor de entradas en el Estadio Centenario; vigilante de la tolva en el Servicio Oficial de Semillas". Según datos proporcionados por compañeros de entonces, el joven Onetti fue un buen atleta: hizo remo, basketball, atletismo. Trabajó en un censo, cuyos datos recogió recorriendo el pueblo a caballo. Durante algunos meses de 1928 y 1929 participó en la revista La tijera, publicada junto a un grupo de muchachos de Villa Colón. En 1929 intentó viajar a la Unión Soviética, con el propósito de conocer un país "donde se estaba construyendo el socialismo", pero su desconocimiento del ruso lo desalentó.
1930
Se casa con su prima, María Amalia Onetti, y en marzo viaja con ella a Buenos Aires donde pasa a residir. Se gana la vida vendiendo máquinas de sumar. Publica algunas notas sobre cine en Crítica.
1931
El 16 de junio nace su primer hijo: Jorge Onetti Onetti Borges, quien desde 1958 empezó a publicar narraciones.
1932
Posible primera versión de la nouvelle El pozo, que se extravió en alguna mudanza.
1933
El 1° de enero aparece en La Prensa su cuento "Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo", recopilado en volumen en 1974. Por esa época –afirma Onetti- escribió una primera versión de su novela corta El pozo. Los originales se extraviarán en una mudanza. Se separa de su mujer.
1934
De regreso en Montevideo vuelve a contraer matrimonio, esta vez con María Julia Onetti, hermana de su primera mujer. Viaja a la otra orilla con mucha frecuencia. Algunos datos relativos a este período de su vida son restreables en su novela La vida breve.
1935/1938
La Nación de Buenos Aires publica los cuentos "El obstáculo" (6/X/1935) y "El posible Baldi" (20/IX/1936). Hacia 1935 escribe su relato "Los Niños en el Bosque" y la novela Tiempo de abrazar, las dos publicadas en 1974. Cuando estalla la Guerra civil española, en 1936, trata (infructuosamente) de enrolarse en las Brigadas Internacionales que apoyan a la República.
1939
Carlos Quijano, fundador del semanario Marcha, llamado a convertirse en la más prestigiosa publicación uruguaya del siglo, designa a Onetti secretario de redacción. Vive en una pieza al fondo del local que ocupa el periódico. Onetti desempeñará el cargo hasta 1941. Durante ese breve pero intenso período, publicará semanalmente una columna literaria, La piedra en el charco. Con los seudónimos Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy firma artículos de "alacraneo literario" y cuentos policiales. En diciembre aparece su primera novela El pozo (Ediciones Signo, 99 págs. en papel de estraza) con una tirada de 500 ejemplares. Sólo un grupo reducido de amigos y de jovencísimos admiradores advierten que en ese libro se aloja una transformación narrativa profunda. Recién en 1965, Arca lo reedita con un estudio fundacional de Angel Rama.
1940
Frecuenta el Café Metro de la Plaza Cagancha. Con el seudónimo H.C. Ramos presenta a un concurso de cuentos de Marcha su relato "Convalescencia", que obtiene el primer premio. En 1973 el cuento será rescatado e incluído en un volúmen de Cuentos completos del escritor.
1941
Empieza a trabajar en la Agencia Reuter. Conservando este empleo, a mediados de año se traslada a Buenos Aires, donde permanece hasta 1955.
Trabaja como secretario de redacción de las revistas Vea y Lea e Impetu. En junio aparece la novela Tierra de nadie, en Losada (Buenos Aires), premiada ese mismo año con el segundo puesto en el concurso "Ricardo Güiraldes". El 6 de junio La Nación publica su primer cuento importante, "Un sueño realizado".
1943
Para esta noche (novela), Buenos Aires, Poseidón. Había querido titularla "El perro tendrá su día", pero el editor se negó. En 1976 publicará un cuento con ese título prohibido.
1944
Aparecen dos cuentos: "Bienvenido Bob" (La Nación, noviembre 12) y "La larga historia" en Alfar (Montevideo). Este relato se transformará en la nouvelle "La cara de la desgracia".
1945
El 12 de abril contrae enlace con una compañera de trabajo en la agencia Reuter, Elizabeth María Pekelharing. En el semanario Marcha (Nº314) aparece su cuento "Nueve de julio".
1946
En La Nación publica dos cuentos: "Regreso al sur" (abril 28) y "Ejsberg, en la costa" (noviembre, 17).
1949
El 3 de abril aparece en La Nación "La casa en la arena", donde se inaugura la "saga" de Santa María, la ciudad mítica onettiana que se delimitará con mayor precisión en La vida breve. El 26 de julio nace su hija Isabel María (Litti).
1950
La editorial Sudamericana publica La vida breve, la novela fundacional de Santa María, donde de allí en más transcurrirá la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos. Onetti la consideró su "mejor novela".
1951
Aparece Un sueño realizado y otros cuentos, con un prólogo de Mario Benedetti (Montevideo: Número).
1953
La revista Sur de Buenos Aires da a conocer el relato "El album" (N°219-220). El mismo año, y en la editorial de la revista, aparece la novela corta Los adioses, dedicada a Idea Vilariño.
1954
Traduce la novela This Very Earth (La verdadera tierra) de Erskine Caldwell (Buenos Aires Schapire).
1955
A fines de año retorna a Montevideo. Traba amistad con el presidente de la República Luis Batlle Berres (a quien dedicará El Astillero) e ingresa a trabajar en su diario, Acción, donde escribe algunos artículos. Hacia fines de año contrae enlace por cuarta vez con la joven argentina (de ascendencia alemana) Dorothea Muhr (Dolly), su compañera hasta el final. Viven en la calle Gonzalo Ramírez, N°1497, Ap. 4.
1956
Viaja a Bolivia invitado por el gobierno de aquel país. Accidentalmente se ve envuelto en una balacera, de la que sale ileso pese a que un proyectil perfora su sombrero. Traduce The Comancheros, novela de Paul Wellman y publica el cuento "Historia del Caballero de la Rosa y la Virgen encinta que vino de Liliput" en Entregas de la Licorne, Nº8, la revista de la escritora Susana Soca (1907-1959), a cuya memoria dedicará la novela Juntacadáveres.
1957
La revista Ficción de Buenos Aires publica el cuento "El infierno tan temido" (Nº5, enero-febrero). El 2 de abril de 1957, es designado Director de Bibliotecas en la División de Artes y Letras de la Intendencia Municipal de Montevideo, hasta su renuncia el 4 de marzo de 1975.
1959
Una tumba sin nombre, novela, Montevideo: Ediciones Marcha. En la segunda edición (Arca, 1967), le agregará la preposición "Para".
1960
En la colección "Letras de hoy" de Alfa (que dirige Angel Rama), aparece la nouvelle La cara de la desgracia.
1961
Obtiene un segundo puesto en el concurso de cuentos organizado por la revista Life con "Jacob y el otro", entre 3.149 originales presentados. Aparece la novela El Astillero en Fabril de Buenos Aires, seleccionada en un concurso organizado por esta editorial. La revista Les Lettres Nouvelles publica, en su Nº16, la traducción por Claude Couffon, la primera de uno de sus relatos en lengua extranjera: "¡Salut Bob!" ("Bienvenido Bob").
1962
Se lo galardona con el Premio Nacional de Literatura (bienio 1959/1960). La cooperativa editorial Asir publica su segundo libro de narraciones cortas (todas éditas): El infierno tan temido y otros cuentos.
1963
Se traduce al inglés "Jacob y el otro" ("Jacob and the Other"), en una antología editada por Doubleday.
1964
Aparece el cuento "Justo el treintaiuno" (Marcha, Nº1220, agosto, 28) y la novela Juntacadáveres, en Alfa.
1966
Concurre al Congreso del Pen Club en New York.
1967
Obtiene (otra vez) un segundo premio, el Rómulo Gallegos de Venezuela. El triunfador, Mario Vargas Llosa, reclama para Onetti "el reconocimiento que se merece".
1968
El cuento "La novia robada" aparece en la revista venezolana Papeles (Nº6). La biliografía crítica sobre Onetti empieza a crecer.
1969
Asiste en Chile al Encuentro Latinoamericano de Escritores (junto con Angel Rama).
1970
La editorial Aguilar publica en México sus Obras completas con una introducción de Emir Rodríguez Monegal. La revista Macedonio (Nº8) publica en Buenos Aires el cuento "Matías el telegrafista". Se multiplican las traducciones de sus relatos a diversas lenguas (italiano y francés principalmente).
1971
Prologa la edición italiana de Los siete locos (I sette pazzi) de Roberto Arlt.
1972
Onetti es elegido como el mejor narrador uruguayo de los últimos cincuenta años en una encuesta realizada por el semanario Marcha, en la que participaron 35 narradores y poetas de distintas generaciones. Se traduce al italiano El Astillero (Il cantiere), que tres años después obtendrá el primer premio a la mejor novela latinoamericana publicada en esa lengua en el período 1971/1973. Simultáneamente, en México comienza a filmarse una versión de esa misma novela, luego interrumpida.
1973
A principios de año compra una casa en la calle Bonpland al 598. Viaja a España en el mes de octubre a un congreso sobre el barroco. Integra el jurado del concurso de cuentos del semanario Marcha junto a Mercedes Rein y Jorge Ruffinelli. Aparece La muerte y la niña (nouvelle), Buenos Aires: Corregidor. La revista Crisis (Nº2) publica el relato "Las mellizas", supuesto capítulo de una novela que no prosperó.
1974
En enero falla el jurado de Marcha dando el primer premio al cuento "El guardaespaldas", de Nelson Marra. De inmediato Onetti y miembros del semanario son apresados por el régimen militar. Permanece en prisión entre el 9 de enero y el 14 de mayo. En octubre Onetti viaja a Roma para recibir un premio bienal a la mejor novela de autor latinoamericano traducida y publicada en Italia, en este caso El astillero. El Instituto de Cultura Hispánica de Madrid edita un número especial (Nº292/74) de la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" en su homenaje.
1975
Invitado por el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, viaja a esa ciudad y fija allí su residencia. En diciembre Arca da a conocer Requiem para Faulkner y otros artículos, que recoge artículos publicados en Marcha y en el diario Acción. El volúmen incluye un prólogo de Jorge Ruffinelli y un "Autorretrato", originalmente publicado en la revista Crisis (Nº2, Buenos Aires, 1973).
1976
Aparece su primer poema "Balada del ausente". En setiembre viaja a México para integrar un jurado internacional en un concurso de novelas. En Xalapa participa en un congreso de escritores dedicado a examinar su obra.
1977/1978
La revista Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid, Nº339) publica el cuento "Presencia", en el que se alude a la situación política imperante en el Uruguay; los militares han impuesto una tiranía salvaje en Santa María. Participa en un seminario en la Universidad de Pau, sur de Francia, y es homenajeado por la Universidad Paris-Sorbonne. Empieza a colaborar asiduamente con artículos en El País de Madrid.
1979
Preside el Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española, que se llevó a cabo del 3 al 8 de junio en Las Palmas de Gran Canaria, cuya clausura se realizó en Madrid. En octubre, la editorial Bruguera/Alfaguara publica la novela Dejemos hablar al viento, donde Onetti incendia Santa María.
1980
Aparece el cuento "Los amigos" (un homenaje al pintor Alfredo de Simone). En enero, el Pen Club Latinoamericano en España propone al Comité Nobel de la Academia de Suecia la candidatura de Onetti para el Premio Nobel de Literatura de ese año. En París, la editorial Gallimard adquiere los derechos para la publicación de sus obras.El 16 de diciembre el rey Juan Carlos de España le entrega el Premio Cervantes de Literatura, dotado de unos 117.000 dólares.
1981
Aparece el cuento "Jabón". Concurre a Veracruz (México) a un homenaje a su obra que organiza la Universidad de dicha ciudad.
1982/1984
El semanario Jaque de Montevideo publica regularmente sus artículos, vinculando a Onetti nuevamente con el público uruguayo. La revista de Bellas Artes, de México (Nº9) publica dos cuentos cortos: El Mercado y Cerdito.
1983
Nueva Estafeta (Nº58, mayo) publica otro cuento breve, Luna llena.
1985
Elecciones nacionales en Uruguay, que marcan el regreso a la Democracia. El presidente electo, Julio María Sanguinetti, invita al escritor a asistir a las ceremonias de instalación del nuevo gobierno. Onetti agradece la invitación pero decide permanecer en Madrid. Recibe el Gran Premio Nacional de Literatura. El semanario Brecha publica en Montevideo el cuento breve El gato.
1986
La editorial Almabaru de Madrid publica un volumen con ocho textos breves: Presencia y otros cuentos, que apenas se distribuyó en España.
1987
Mondadori edita la novela corta Cuando entonces.
1989
El realizador argentino Pedro Stocky lleva al cine su novela La cara de la desgracia.
1990
El 15 de noviembre recibe el Premio de la Unión Latina de Literatura "por su espíritu universal".
1991
Se exhibe en Montevideo un video preparado por "Imágenes" con una entrevista a Onetti y testimonios de muchos que lo conocieron. Recibe el "Gran Premio Rodó a la labor intelectual", de la Intendencia Municipal de Montevideo, con un monto cercano a los cinco mil dólares que de inmediato dona para la compra de libros en bibliotecas municipales.
1992
La universidad de Stanford (California), por iniciativa de Jorge Ruffinelli, pasa a su equipo de computación el registro total de las obras de Onetti, para beneficio de investigadores futuros.
1993
La editorial Alfaguara publica la que será su última novela, Cuano ya no importe, que hará las veces de testamento literario.
1994
Con el auspicio del Ministerio de Educación y Cultura, la Intendencia Municipal de Montevideo y la revista Cuadernos de Marcha, se realizan en la Facultad de Humanidades y Ciencias las Primeras Jornadas Rioplatenses de Literatura, de homenaje al escritor, del 27 al 29 de abril. El 30 de mayo, cerca de las tres de la tarde, Onetti muere en una clínica de Madrid, ciudad en la que pasó los últimos 19 años de su vida, enclaustrado los diez finales, sin salir prácticamente de su cama. Según su última voluntad, sus restos fueron incinerados y sus cenizas no serán trasladadas al Uruguay.
Fuentes: Cronología de Pablo Rocca, El País Cultural, Nº 177, 1993, Montevideo.
Miradas sobre Onetti, Alfaguara, 1995, Buenos Aires.
Encontrado en:
http://www.montevideo.gub.uy/onetti/o-cronologia.htm



Melan

lunes, 26 de octubre de 2009

PRISIÓN VERDE (Primer Capítulo) de Ramón Amaya Amador



En la oficina de la Superintendencia, tras un escritorio de caoba, sobre el cual estaban esparcidos numerosos documentos y croquis, míster Still observaba con su mirada azul profundo, ora a uno, ora a otro de los hombres que, frente a él, ocupando sillones grises, sostenían entre sí una acalorada discusión. Diríase que el rostro de míster Still era de cedro y su cabello, oro puro del Guayape; inmediatamente se reconocía en él, al hombre de energía ilimitada, severo y autoritario, habituado a ordenar y dirigir.
De los otros hombres, tres eran de piel trigueña y tostada, cabellos negros y manos duras que revelaban su condición de hombres del campo; y el otro, muy robusto, casi obeso, pálido, de manos cerámicas, parecía necesitar del latigazo del sol vallero; la pulcra presencia de este hombre denunciaba su origen de la ciudad y su profesión liberal.
La discusión se acaloraba al hablar los tres terratenientes al unísono. Las enronquecidas voces golpeaban con rudeza, apagando el eco metálico de las máquinas de escribir en que trabajaban varios empleados en las oficinas contiguas.
- ¡Eres un terco, López! ¿Qué te cuesta vender?
- ¡Bah, mis tierras son mis tierras! -afirmó el de más edad.
- Tu finca no vale ni cinco mil pesos...
- ¡Cho, carajo! ¡Vos no sabés ni valorar, Cantillano!
- No se producen en ellas los bananos...
- ¡Mentís, Lupe Sierra!
- Vendé, López; es un bien para vos.
- No vendo mi finca, ¿entienden?
Míster Still intervino. Se podía comprender que su paciencia se agotaba, tal su gesto severo; mas su voz era pausada y serena.
- Oiga usted, amigo López -dijo con pronunciado acento inglés y poniéndose de pie.- Nosotros conocemos perfectamente que su hacienda tiene buenas tierras, aunque para cultivar banano son medianamente estériles, pero la Compañía está dispuesta a pagar por ella ochenta mil lempiras. Oigalo bien: ¡Ochenta mil lempiras, que son, nada más ni nada menos, cuarenta mil dólares! Además, como ya le expresó el abogado Párraga, también le puede comprar sus vacadas a buen precio. Podemos hacer un negocio redondo, amigo López.
- Y, ¿por qué he de vender mis propiedades? Ellas son el producto de las luchas y sacrificios de muchas vidas. Mis abuelos las comenzaron; las continuaron mis padres; las he fortalecido yo desde mi infancia; y en ellas continuaran mis hijos, Dios primero. ¿No comprenden ustedes que esa es mi heredad, que estoy ligado a ella con todas las fuerzas de mi vida?
El viejo Luncho López se había puesto de pie, visiblemente emocionado. Volvió a sentarse y, con tono pausado, continuó:
- Soy como un árbol: tengo mis raíces muy adentro de esa tierra. Su dinero no me sirve, míster; yo lo tengo, lo saco de esa buena tierra en que he nacido. Si mis amigos, Cantillano y Sierra, aquí presentes, quieren vender sus propiedades, está bien, es lo suyo, es su regalada gana; pero yo, ¡qué carajo! no venderé por ningún dinero, aunque le pongan flores y tonadas de palabras bonitas.
- ¡Ah, Luncho López! -intervino el abogado Párraga, dándole golpecitos cariñosos en la espalda.- Déjate de sentimentalismos y tonterías; ya no eres un niño. Comprende que se trata de un negocio ventajoso para ti. Sabes bien que he sido tu amigo desde hace mucho tiempo y que siempre te he sabido aconsejar. Vende tus propiedades por lo que la Compañía te ofrece; es un buen precio. Con ese dinero te puedes ir a la ciudad tranquilamente a pasar tus últimos días, o bien, si es que no quieres separarte de los montes, si es que los amas tanto como para languidecer por su separación, entonces, compra otra propiedad agraria en otro lugar del valle y, ¡todo arreglado! Ya ves, el problema es muy sencillo.
Luncho callaba con la mirada fija en una pata del escritorio. Su frente oscura se había cubierto de sudor.
- Además, querido amigo Luncho -intervino el extranjero, queriendo ser convincente- con la venta de La Dolora usted contribuye de manera especial a impulsar el progreso de su país.
- Claro, Luncho -prosiguió el abogado, elevando el tono de sus palabras-, cuando tú vendes tu propiedad a la Compañía, no sólo te beneficias en lo personal, sino que das un aporte patriótico para el progreso de nuestro país. Mira cuánta prosperidad está dando ya la Compañía a este valle. Hay que colaborar con ella por patriotismo.
El semblante de Luncho López, terrateniente del valle del Aguán, reflejaba las dudas del hombre y diríase que su obstinación en no vender, iba cediendo ante las argumentaciones del míster y del abogado. El nada tenía en contra del progreso, pero no veía clara la vinculación entre la venta de su propiedad a la empresa extranjera y su patriotismo. Se veía como esos venados a los que acosan los perros en los montes, sin darles lugar para huir del cazador; estaba acorralado. López parecía ya dispuesto a ceder ante la insistencia de aquellos hombres que lo inducían a deshacerse de su antigua heredad.
- Hay que ser razonable, querido -prosiguió el abogado, levantándose, y, tomando un legajo de papeles del escritorio y una pluma fuente, le dijo:- ¡Firma y vamos adelante!
Pero Luncho no se movió; en su interior se libraba una batalla tremenda. Miraba allí el documento de venta ya escrito, la pluma, los ojos profundamente azules del gringo, los rostros de sus amigos; pero no se atrevía a dar aquel paso definitivo, como si una resistente pialera le atase las manos y el espíritu.
- ¡Firmá, así como lo hicimos nosotros! -le invitó Sierra.
- ¡Y acordate, hombre de Dios, que lo hacés pal'pogreso! -recordóle, con su peculiar vozarrón, el terrateniente Cantillano.
Entonces levantó la cabeza con un gesto soberbio, como cuando a un potro se le da un zurriagazo. Ya no refleja indecisión en su rostro avejentado; ya no se debatía entre las dos fuerzas intrínsecas en lucha. Se había decidido y exclamó, retador:
- ¡Al diablo con los dólares! ¡Qué carajo! ¡No vendo mis tierras! ¡Es mi última determinación, míster! ¡No vendo! ¡No venderé ni por todo el oro del mundo! ¡Palabra!
Estas frases de rebeldía, pletóricas de llana firmeza, abrieron el hueco de un silencio largo. La cara redonda de míster Still se puso más roja que el cedro y se mordió los labios. El abogado dejó caer la pluma sobre el escritorio, con desaliento y fatiga. En los otros terratenientes predominaba la sorpresa con cierto disgusto, como si se tratara de un negocio de ellos. Todo estaba como al principio y las dos horas de derroche verbal habían resultado infructuosas.
- Bien -habló míster Still, poniéndose de pie y demostrando que suspendía la reunión-, otro día continuaremos tratando, señor López. Y, ustedes, amigos, míster Lupe Sierra y míster Pancho Cantillano, muchas gracias por su valiosa colaboración. Mañana les espero aquí para que tomen un motocarro especial, el mío, y los conduzca al puerto donde podrán cobrar sus dineros en el banco. El motocarro y su permanencia allá, corren por cuenta de la Compañía. Un empleado nuestro se pondrá a sus órdenes para lo que deseen. Nosotros somos sus verdaderos amigos. Pueden contar hoy y siempre con nuestra deferencia y nuestro apoyo. ¡Hasta mañana, amigazos!
El primero en salir fue Luncho López; sus pasos fuertes parecían coces en la sala de la Oficina. Tras él marcharon los otros terratenientes, a quienes acompañaron míster Still y el abogado Párraga hasta el portón enrejado de la "yarda".
La Central era un grupo de oficinas y bungalows diseminados en un amplio espacio de terreno sembrado de grama, laureles y palmeras; su intenso verdor contrastaba con el gris de las paredes y el rojo vivo de los tejados de zinc. Todos los edificios, limpios, higiénicos y hermosos, tenían un aspecto elegante y atractivo que daba impresión de vida, de juventud, de holgura, de placidez y de belleza. Las emparradas, las flores en las escalinatas, las persianas de colores, los pisos encerados y relucientes, todo en estas casas demostraba buen gusto, lujo y comodidad. Allí estaban las oficinas centrales de las plantaciones de banano que la Compañía Frutera usufructuaba en el extenso, soleado y fértil valle del Aguán, y, también, las cómodas habitaciones de los jefes gringos y altos empleados nacionales. La Central de Coyoles tenía un paisaje maravilloso; estaba ubicada entre las fincas en la parte alta del valle pródigo y su perspectiva era cortada por la franja azul de un cielo claro como conciencia de niña. Las paralelas de hierro pasaban por el centro formando como una calle muy ancha para luego dividirse en ramales que proseguían hacia occidente.
Iban a ser las once de la mañana. Los dos terratenientes que habían llegado de la otra ribera del río a rematar las transacciones con la Compañía Frutera, regresaban gozosos. Habían vendido sus propiedades agrarias por varios miles de dólares. En sus espíritus rurales sentían ahora la altitud que da el plinto de la riqueza dineraria. En sus pensamientos y conversaciones decían que ellos no habían sido ni tontos ni tercos para desperdiciar la oportunidad de vender sus haciendas; semejante estupidez sólo la cometían hombres sin seso, gente chapada a la antigua, de la talla de Luncho López; pero a ellos no les importaba que su colega careciera de buen razonamiento; allá él y su vacua terquedad. Lo importante, lo trascendente, estaba en que ellos, Pancho Cantillano y Lupe Sierra, ya habían vendido sus propiedades; en que ahora ya eran dueños de capitales efectivos, de dinero contante y sonante, por lo cual serían catalogados en la ciudad, en el valle y quizá en todo el país, ya no como ganaderos y agricultores vulgares, sino como grandes señores. Habían logrado el sueño de toda su vida con el simple hecho de vender sus tierras.
Ellos habían ganado. La propia Compañía Frutera lo reconocía así; los jefes gringos y el abogado, Estanio Párraga, no lo ocultaban. Y, ¡qué amables y corteses eran esos hombres extranjeros, sin pizca de orgullo! Para ellos, terratenientes del Valle, la Compañía no negaba nada en absoluto: carros expresos, pases de cortesía en los trenes, almuerzos, finos licores, atenciones a granel. Cantillano y su amigo Sierra abandonaron la Central de Coyoles con la alegría hecha un florecimiento en sus espíritus y llevando aún en sus oídos la grata impresión de la palabra "míster"; con que el jefe gringo les había llamado.
No se marchó así Luncho López. Reacio a tratar la venta de sus propiedades y con el ánimo enardecido, salió del poblado, jinete en su brioso corcel, lanzando denuestos contra aquellos hombres extraños que venían a turbar la paz del valle y se esforzaban por hacerlo abandonar sus tierras. Ochenta mil lempiras era un capital estimable, pero ¿cómo podría vivir él alejado de su hacienda, de su hato La Dolora, de sus vacadas, de sus pastizales, de su molienda de caña, de sus bosques? ¿Cómo dejar aquella bendita tierra que tantos dolores de cabeza y esfuerzos le costaba, sólo para dar satisfacción a los extranjeros? El no era enemigo del progreso, pero ¿cómo compaginar su tragedia de quedarse sin tierras con el llamado desarrollo del progreso del país? ¿Acaso ese amor suyo para La Dolora no era en gran parte amor para su patria?
En cuanto al dinero, allí tenía en su cofre antiguo el producto de los trabajos de la hacienda, y no poco por cierto; y para su felicidad, le bastaba la certidumbre de saberse dueño de su heredad. De ahí que ahora, al ir de regreso a su finca, situada al otro lado del río Aguán, se molestara consigo mismo al recordar que, por un momento estuvo a punto de flaquear ante las propuestas del gringo. Luncho iba rencoroso también con sus amigos, Cantillano, Sierra y Párraga, porque casi lograron hacerle firmar el contrato.
- "Son empujadores -pensaba Luncho-, con cuentos y palmaditas son capaces de tirar a un cristiano a cualquier precipicio".
En el portón de la "yarda", míster Still y el abogado se quedaron dialogando a la sombra de una palmera. Comentaban el asunto de la compra de las tierras en el Valle y al referirse a López lo hacían despectivamente y con enconado desprecio. Para el gringo ya era demasiado que el viejo terrateniente se opusiera al deseo de la Compañía; no era esa la costumbre en las relaciones con los hacendados.
- No se preocupe, Míster, ya verá usted; dentro de poco él será quien venga a proponer la venta. Estos valleros así son siempre: cerrados como topos.
- Ese viejo quizá resista; parece desequilibrado.
- No se preocupe, para todo hay solución. ¿No me tienen para arreglar sus asuntos? ¡Estanio Párraga, abogado y notario, lo soluciona todo!
- Es verdad y le estamos reconocidos; pero nosotros deseáramos arreglar estas cuestiones de las tierras, sin llegar a los métodos que ya usted conoce, pues, por ahora -y acentuó significativamente la palabra- no convienen a la Compañía. ¿Comprende usted?
- Perfectamente, Míster, y ya verá que Estanio Párraga no tiene aserrín en la cabeza. No se preocupe.
Al retornar a la oficina, donde los empleados continuaban trabajando, un hombre les salió al paso. Era un jornalero, o parecía serlo, pues portaba un machete y, por valija, una bolsa grande de mezcal.
- Buenos días, míster Still -saludó con cierta timidez.
- Buenos días, Martín. ¿Deseabas algo?
- Como usted recordará, míster... cuando convinimos, hablamos... usted recordará... yo vengo ahora a verlo... porque necesito que me ayude... quiero que...
- ¿Qué? -el gesto del gringo demostraba claramente que no le era grata la presencia del hombre ni su conversación.- Habla pronto que no tengo tiempo disponible.
- Pues, como me prometió un día que cuando necesitara su ayuda, viniera con toda confianza...
- ¿Qué es lo que quieres?
- Necesito que me enganche como Capitán en alguna finca de la Compañía. Yo quiero trabajar...
- Anda allá, a las plantaciones; aquí no hay trabajo para peones, que es para lo que puedes... servir.
Y el gringo, precedido del gordo abogado, entró en el edificio dando un violento portazo.

BIOGRAFÍA.




Ramón Amaya Amador nació en Olanchito, departamento de Yoro, el 29 de abril de 1916, siendo sus padres Isabel Amaya y Guillermo R. Amador.
Después de trabajar como peón en los campos bananeros de la costa norte inició su carrera de cuentista y su narración "La nochebuena del campeño Juan Blas" salió a luz pública en el número 15 de la revista ANC, órgano de la Asociación Nacional de Cronistas, editada en Tegucigalpa y correspondiente al 31 de diciembre de 1939.
Ramón Amaya Amador, narrador y periodista, es uno de los más prolíficos escritores del país y quien tiene más obras publicadas: Prisión Verde, Amanecer, El Señor de la Sierra, Los brujos de Ilamatepeque, Constructores, Destacamento Rojo, Operación Gorila, Cipotes, Con la misma herradura, Bajo el signo de la paz, El camino de mayo, Jacinta Peralta, Cuentos Completos y Biografía de un machete permaneciendo inéditos casi veinte libros más.
Ramón Amaya Amador inició su vida periodística en 1941 como redactor, primero, y como jefe de redacción, después, del periódico El Atlántico, de La Ceiba, fundado y dirigido por Ángel Moya Posas. Posteriormente, el 8 de octubre de 1943, Ramón Amaya Amador fundó en Olanchito, con Dionisio Romero Narváez, el semanario Alerta, contando con la valiosa colaboración de su compañero Pablo Magín Romero.
El escritor abandonó su patria en 1944 debido a la persecusión del cariato, radicándose en Guatemala, en donde trabajó como editorialista de Nuestro Diario, durante el régimen democrático del doctor Juan José Arévalo, entregando también sus colaboraciones al Diario de Centro América, El Popular Progresista y Mediodía. A la caída del gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán, nuestro compatriota se asiló en la sede de la Embajada Argentina, viajando a aquella nación del sur. En Buenos Aires laboró en la editorial "Ariel" y en Sarmiento, un periódico de educación popular, editado en la ciudad de Córdoba.
El 19 de mayo de 1957, Ramón Amaya Amador retornó a Honduras, acompañado de su esposa Regina Arminda Funes, originaria de Córdoba, Argentina; en ese año ingresó a la redacción del diario El Cronista, de Alejandro Valladares, y fundó en Tegucigalpa, con Luis Manuel Zúniga, la revista Vista zo.
El Círculo Literario Hondureño le rindió un homenaje en el Paraninfo de la Universidad Nacional Autónoma en Tegucigalpa el 11 de noviembre de 1958, interviniendo en el acto el rector Lisandro Gálvez y los estudiantes universitarios Rafael Leiva Vivas, J. Delmer Urbizo y Oscar Acosta.
En esa oportunidad, Ramón Amaya Amador leyó un extenso discurso de agradecimiento en el que afirmaba que era la primera vez que en su patria recibía una honrosa distinción por sus trabajos en las letras y en la cultura. Este documento puede considerarse como su testamento literario.
El 19 de abril de 1959 abandonó Tegucigalpa junto a su esposa Arminda y sus pequeños hijos: Aixa Ixchel y Carlos Raúl, para radicarse en Praga, Checoslovaquia, integrando la plana de redacción de la revista Problemas de la Paz y el Socialismo.
El 24 de noviembre de 1966, en las cercanías de Bratislava, se accidentó el avión soviético Ilushyn-18, de la línea aérea búlgara Tabso, pereciendo todos sus ocupantes, entre ellos Ramón Amaya Amador y tres compañeros de trabajo en la revista que hemos mencionado: el brasileño Pedro Motta Lima, el argentino Alberto Ferrari y el japonés Sigho Kadzito.
Once años después y tras arduas gestiones iniciadas por el poeta hondureño Oscar Acosta (en ese entonces Embajador de Honduras en España) y que duraron cuatro años, se logró la repatriación de los restos mortales de Ramón Amaya Amador los que fueron enviados de Checoslovaquia a Madrid y luego trasladados a Tegucigalpa en septiembre de 1977, permaneciendo la urna con las cenizas de Amaya Amador en la Sección Colección Hondureña de la Biblioteca de la UNAH.
La comisión encargada del traslado estaba integrada por Oscar Acosta; Rigoberto Paredes, Jefe del Departamento de Letras y Lenguas de la Universidad Nacional de Autónoma de Honduras; Héctor Hernández, Presidente del Sindicato de Trabajadores de la UNAH; Alejandro Gutiérrez, Secretario General de la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras, y Livio Ramírez Lozano, Agregado Cultural de la Embajada de Honduras en Madrid.
Sin embargo, la repatriación de los restos no impidió que durante casi una década más, sus obras fueran perseguidas. Debieron transcurrir otros catorce años para que el archivo principal con las obras inéditas de Ramón Amaya Amador escritas en su largo exilio pudiera regresar a Honduras.
En abril de 1991, en un acto solemne en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, el Presidente de la República, Lic. Rafaél Leonardo Callejas, recibió a nombre del pueblo de Honduras, más de veinte títulos inéditos que fueron repatriados desde la Casa de las Américas, La Habana, Cuba a donde fueron llevados desde Praga, Checoslovaquia.
Esta vez las gestiones iniciadas por Carlos Amaya Fúnez, hijo del escritor, fueron respaldadas por una comisión integrada por Oswaldo Martínez y Neptalí Orellana de Radio Progreso, Juan Ramón Durán, Director de la Escuela de Periodismo de la UNAH, David Romero de Diario Tiempo, Adelma Argueta, Diario La Prensa y el Dr. Víctor Ramos; quienes lograron el apoyo del gobierno de la República para agilizar y facilitar el traslado de las obras.
Ocho años después, y treinta y dos después de muerto, su pueblo y su gente se movilizaron para llevar a su definitiva morada las cenizas del notable escritor de Olanchito.
Una comisión de olanchitos presidida por el Prof. Esaú Juárez González e integrada por el Prof. Fabio Bernardino Cárcamo, Director de la Casa de la Cultura de Olanchito, Juan Carlos Medina, Vicepresidente del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Standard Fruit Company; José Luis Bardales Cano; Rony Javier Cruz; Gustavo Sosa Martínez; Fernando Mac Lean; Geovana Spears; Santiago Manzanares; Raúl Cortes y Eduardo Manuel Cruz Martínez; organizó el retorno que tuvo lugar el 19 de mayo de 1999.
Desde 1966 se ha escrito mucho sobre la vida y obra de Ramón Amaya Amador, entre los que podemos mencionar a Dionisio Romero Narváez, el Prólogo de Longino Becerra aparecido en la 2ª edición de Prisión Verde, el ensayo biográfico de Max Sorto Batres, publicado por el Ministerio de Cultura y Turismo en 1990, y la extensa y documentada biografía realizada por su paisano Juan Ramón Martínez, que apareció bajo el sello de la Editorial Universitaria de la UNAH en 1995.






Fuente: ALBA Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América
De http://www.geocities.com/Athens/Oracle/7391/biogra.htm

Melan


RAMÓN AMAYA AMADOR (1916–1966)