viernes, 17 de diciembre de 2010

LA JAULA DE TÍA ENEDINA de Adela Fernández


Desde que tenía ocho años me mandaban a llevarle la comida a mi tía Enedina, la loca. Mi madre dice que enloqueció de soledad. Tía Enedina vivía encerrada en el cuarto de trebejos que está en el patio de atrás. Conforme se acostumbraron a que yo le llevara los alimentos, nadie volvió a visitarla, ni siquiera me preguntaban cómo seguía. Yo también le daba de comer a las gallinas y a los marranos. Por éstos sí me preguntaban, y con sumo interés. Era importante para ellos saber cómo iba la engorda, en cambio, a nadie le importaba que tía Enedina se consumiera poco a poco. Así eran las cosas, así fueron siempre, así me hice hombre, en la diaria tarea de llevarle comida a los animales y a la tía.




Ahora tengo diecinueve años y nada ha cambiado. A la tía nadie la quiere. A mí tampoco porque soy negro. Mi madre nunca me ha dado un beso y mi padre dice que no soy su hijo. Goyita, la vieja cocinera, es la única que habla conmigo. Ella me dice que mi piel es negra porque nací aquel día del eclipse, cuando todo se puso oscuro y los perros aullaron. Por ella he aprendido a comprender la razón por la que nadie me quiere. Piensan que al igual que el eclipse, yo le quito la luz a la gente. Es Goyita también la que cuenta muchas cosas, entre ellas, cómo enloqueció mi tía Enedina.






Dice que estaba a punto de casarse y en la víspera de su boda un hombre sucio y harapiento tocó a la puerta preguntando por ella. Ese hombre le auguró que su novio no se presentaría a la iglesia, le dijo que para siempre sería una mujer soltera y que él compadecido de su futuro le regalaba una enorme jaula dorada para que se consolara en su vejez cuidando canarios. El hombre se fue sin darle más detalles.






Tal como lo dijo aquel hombre, el novio no se presentó a la iglesia, y mi tía Enedina enloqueció de soledad. Me cuenta Goyita que así fueron las cosas y deben de haber sido así. Tía Enedina vive con su jaula y con su sueño: tener un canario. Cuando voy a verla es lo único que me pide, y en todos estos años, yo no he podido llevarle su canario. En casa a mi no me dan dinero. El pajarero de la plaza no ha querido regalarme ninguno, y el día que le robé el suyo a Doña Ruperta por poco me cuesta la vida. Yo lo tenía escondido en una caja de zapatos, me descubrieron, y a golpes me obligaron a devolvérselo.






La verdad, a mí me da mucha lástima la tía y como nunca he podido traerle su canario, hoy decidí darle caricias. Entré al cuarto... Ella, acostumbrada a la oscuridad, se movía de un lado a otro. Se dio cuenta de que eso para mí era fascinante. Apenas podía distinguirla, ya subiéndose a los muebles o encaramándose en un montó de periódicos. Parecía una rata gris metiéndose entre la chatarra. Se subía sobre la jaula dorada y se mecía. El balanceo era algo más que triste. Parecía una de esas arañas grandes y zancudas de pancita pequeña y patas largas.






A tientas, entre tumbos y tropezones, comencé a perseguirla. ¡Qué difícil me fue atraparla! Estaba sucia y apestosa. Su rostro tenía una gran semejanza con la imagen de la Santa Leprosa de la capilla de San Lázaro; huesuda, cadavérica. No fue fácil hacerle el amor. Me enredaba en los hilachos de su vestido de organza, pero me las arreglé bien para estar con ella. Todo esto a cambio de un canario que por más que me empeñaba, no podía regalarle.






Después de aquello, cada vez que llegaba con sus alimentos, sacaba la mano de uñas largas y buscaba mi contacto. Llegué a entrar repetidas veces, pero eso comenzó a fastidiarme. Tía Enedina me lastimaba, me incrustaba sus uñas, me mordía y sus huesos afilados y puntiagudos se encajaban en mi carne, me dañaba. Así que decidí mejor darle un canario, costara lo que costara.






Han pasado ya tres meses que no entro al cuarto. Le hablo de mi promesa y ella ríe como un ratón y pega de saltos. Me pide alpiste. Posiblemente quiere asegurar el alimento del canario. Todos los días le llevo un poco de alpiste, de ese que compra Goyita para su jilguero.






Lo del canario parece imposible. No puedo conseguirlo; ya ha pasado más de un año. Yo no quiero volver a tocarla y le he propuesto para su jaula el jilguero de Goyita. Ella se ríe como ratón, babea y pega de saltos y mueve negativamente la cabeza. Lo bueno es que se ha conformado con los puñitos de alpiste que diariamente le llevo.






Porque me sentí demasiado solo resolví entrar al cuarto de la tía Enedina. Desde aquellos días en que yo le hacía el amor han pasado ya dos años. A tía Enedina la he notado más calmada, puedo decir que hasta un poco mansa. Pensé que ya no arañaría. Por eso entré, a causa de mi soledad y el haberla notado apacible.






Ya dentro del cuarto, quise hacerle el amor pero ella se encaramó en la jaula. Yo la necesitaba y esperé largo rato hasta que me acostumbré a la penumbra y fue cuando pude ver dentro de la jaula a dos niñitos, escuálidos, esqueléticos, albinos. Tía Enedina les daba alpiste y los contemplaba tiernamente ahí encaramada sobre la jaula.






Mis hijos flacos y dementes, comían alpiste y trinaban....



BIOGRAFÍA







ADELA FERNÁNDEZ nacio el 6 de diciembre de 1942 en la Ciudad de México. Hija del famoso cineasta Emilio "El Indio" Fernández, ha realizado cortometrajes en cine experimental y es autora de varias obras teatrales. Ha publicado libros de historia y antropología, es biógrafa, gastronómica, indigenista, investigadora y viajera. Siempre interesada en la conducta humana, ha tenido predilección por una narrativa vinculada con la magia, las aventuras psíquicas y el surrealismo (de la contra tapa de Duermevelas, ediciones Aliento, México).

Fuente. Ed. Campana
Melan.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

LAS ABARCAS DESIERTAS y otros poemas de Miguel Hernández



LAS ABARCAS DESIERTAS



Por el cinco de enero,

cada enero ponía

mi calzado cabrero

a la ventana fría.



Y encontraban los días,

que derriban las puertas,

mis abarcas vacías,

mis abarcas desiertas.



Nunca tuve zapatos,

ni trajes, ni palabras:

siempre tuve regatos,

siempre penas y cabras.



Me vistió la pobreza,

me lamió el cuerpo el río,

y del pie a la cabeza

pasto fui del rocío.



Por el cinco de enero,

para el seis, yo quería

que fuera el mundo entero

una juguetería.



Y al andar la alborada

removiendo las huertas,

mis abarcas sin nada,

mis abarcas desiertas.



Ningún rey coronado

tuvo pie, tuvo gana

para ver el calzado

de mi pobre ventana.



Toda la gente de trono,

toda gente de botas

se rió con encono

de mis abarcas rotas.



Rabié de llanto, hasta

cubrir de sal mi piel,

por un mundo de pasta

y un mundo de miel.



Por el cinco de enero,

de la majada mía

mi calzado cabrero

a la escarcha salía.



Y hacia el seis, mis miradas

hallaban en sus puertas

mis abarcas heladas,

mis abarcas desiertas.

 
.................................


A MI HIJO



Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,

abiertos ante el cielo como dos golondrinas:

su color coronado de junios, ya es rocío

alejándose a ciertas regiones matutinas.



Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,

como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,

con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,

como bajo la tierra quiero haberte enterrado.



Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,

al fuego arrebatadas de tus ojos solares:

precipitado octubre contra nuestras ventanas,

diste paso al otoño y anocheció los mares.



Te ha devorado el sol, rival único y hondo

y la remota sombra que te lanzó encendido;

te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,

tragándote; y es como si no hubieras nacido.



Diez meses en la luz, redondeando el cielo,

sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.

Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;

atardeció tu carne con el alba en un lado.



El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,

carne naciente al alba y al júbilo precisa;

niño que sólo supo reir, tan largamente,

que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.



Ausente, ausente, ausente como la golondrina,

ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:

golondrina que a poco de abrir la pluma fina,

naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.



Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,

de llegar al más leve signo de la fiereza.

Vida como una hoja de labios incipientes,

hoja que se desliza cuando a sonar empieza.



Los consejos del mar de nada te han valido...

Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,

de enterrar un pedazo de pan en el olvido,

de echar sobre unos ojos un puñado de nada.



Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;

los latentes colores de la vida, los huertos,

el centro de las flores a tus pies destinado,

de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.



Mujer arrinconada: mira que ya es de día.

(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)

Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,

la noche continúa cayendo desolada.

..................................................




YO NO QUIERO MÁS LUZ QUE TU CUERPO ANTE EL MÍO



Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:

claridad absoluta, transparencia redonda.

Limpidez cuya extraña, como el fondo del río,

con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda..



¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,

corazón de alborada, carnación matutina?

Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.

Tu sangre es la mañana que jamás se termina.



No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.

Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.

La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.

Tu insondable mirada nunca gira al poniente.



Claridad sin posible declinar. Suma esencia

del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.

Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia

acercando los astros más lejanos de lumbre.



Claro cuerpo moreno de calor fecundante.

Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.

Trago negro los ojos, la mirada distante.

Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.



Yo no quiero más luz que tu sombra dorada

donde brotan anillos de una hierba sombría.

En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,

para siempre es de noche: para siempre es de día.
 
....................................................
 
MUERTE NUPCIAL



El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:

este lienzo de ahora sobre madera aún verde,

flota como la tierra, se sume en la besana

donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.



Pasar por unos ojos como por un desierto:

como por dos ciudades que ni un amor contienen.

Mirada que va y vuelve sin haber descubierto

el corazón a nadie, que todos la enarenen.



Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.

Se descubrieron mudos entre las dos miradas.

Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,

y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.



Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos

se veían, más lejos, y más en uno fundidos.

El corazón se puso, y el mundo, más redondos.

Atravesaba el lecho la patria de los nidos.



Entonces, el anhelo creciente, la distancia

que va de hueso a hueso recorrida y unida,

al aspirar del todo la imperiosa fragancia,

proyectamos los cuerpos más allá de la vida.



Espiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!

¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,

desplegados los ojos hacia arriba un momento,

y al momento hacia abajo con los ojos plegados!



Pero no moriremos. Fue tan cálidamente

consumada la vida como el sol, su mirada.

No es posible perdernos. Somos plena simiente.

Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.
 
...............................................


SENTADO SOBRE LOS MUERTOS



Sentado sobre los muertos

que se han callado en dos meses,

beso zapatos vacíos

y empuño rabiosamente

la mano del corazón

y el alma que lo mantiene.



Que mi voz suba a los montes

y baje a la tierra y truene,

eso pide mi garganta

desde ahora y desde siempre.



Acércate a mi clamor,

pueblo de mi misma leche,

árbol que con tus raíces

encarcelado me tienes,

que aquí estoy yo para amarte

y estoy para defenderte

con la sangre y con la boca

como dos fusiles fieles.



Si yo salí de la tierra,

si yo he nacido de un vientre

desdichado y con pobreza,

no fue sino para hacerme

ruiseñor de las desdichas,

eco de la mala suerte,

y cantar y repetir

a quien escucharme debe

cuanto a penas, cuanto a pobres,

cuanto a tierra se refiere.



Ayer amaneció el pueblo

desnudo y sin qué ponerse,

hambriento y sin qué comer,

el día de hoy amanece

justamente aborrascado

y sangriento justamente.

En su mano los fusiles

leones quieren volverse

para acabar con las fieras

que lo han sido tantas veces.



Aunque le falten las armas,

pueblo de cien mil poderes,

no desfallezcan tus huesos,

castiga a quien te malhiere

mientras que te queden puños,

uñas, saliva, y te queden

corazón, entrañas, tripas,

cosas de varón y dientes.

Bravo como el viento bravo,

leve como el aire leve,

asesina al que asesina,

aborrece al que aborrece

la paz de tu corazón

y el vientre de tus mujeres.

No te hieran por la espalda,

vive cara a cara y muere

con el pecho ante las balas,

ancho como las paredes.



Canto con la voz de luto,

pueblo de mí, por tus héroes:

tus ansias como las mías,

tus desventuras que tienen

del mismo metal el llanto,

las penas del mismo temple,

y de la misma madera

tu pensamiento y mi frente,

tu corazón y mi sangre,

tu dolor y mis laureles.

Antemuro de la nada

esta vida me parece.



Aquí estoy para vivir

mientras el alma me suene,

y aquí estoy para morir,

cuando la hora me llegue,

en los veneros del pueblo

desde ahora y desde siempre.

Varios tragos es la vida

y un solo trago es la muerte.
 
.......................................
 
BIOGRAFÍA.
 
 
En Orihuela, un pequeño pueblo del Levante español, rodeada del oasis exuberante de la huerta del Segura, nació Miguel Hernández el 30 de octubre de 1910. Hijo de un contratante de ganado, su niñez y adolescencia transcurren por la aireada y luminosa sierra oriolana tras un pequeño hato de cabras. En medio de la naturaleza contempla maravillado sus misterios: la luna y las estrellas, la lluvia, las propiedades de diversas hierbas, los ritos de la fecundación de los animales. Por las tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la leche por el vecindario. Sólo el breve paréntesis de unos años interrumpe esta vidad para asistir a la Escuela del Ave María, anexa al Colegio de Santo Domingo, donde estudia gramática, aritmética, geografía y religión, descollando por su extraordinario talento. En 1925, a los quince años de edad, tiene que abandonar el colegio para volver a conducir cabras por las cercanías de Orihuela. Pero sabe embellecer esta vida monótona con la lectura de numerosos libros de Gabriel y Galán, Miró, Zorrilla, Rubén Dario, que caen en sus manos y depositan en su espíritu ávido el germen de la poesía. A veces se pone escribir sencillos versos a la sombra de un árbol realizando sus primeros experimentos poéticos. Al atardecer merodea por el vecindario conociendo a Ramón y Gabriel Sijé y a los hermanos Fenoll, cuya panadería se convierte en tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras. Ramón Sijé, joven estudiante de derecho en la universidad de Murcia, le orienta en sus lectura, le guía hacia los clásicos y la poesía religiosa, le corrige y le alienta a proseguir su actividad creadora. El mundo de sus lecturas se amplía. El joven pastor va llevando a cabo un maravilloso esfuerzo de autoeducación con libros que consigue en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes. Don Luis Almarcha, canónigo entonces de la catedral, le orienta en sus lecturas y le presta también libros. Poco a poco irá leyendo a los grandes autores del Siglo de Oro: Cervantes, Lope, Calderón, Góngora y Garcilaso, junto con algunos autores modernos como Juan Ramón y Antonio Machado. En el horno de Efén Fenoll, que está muy cerca de su casa, pasa largas horas en agradable tertulia discutiendo de poesía, recitando versos y recibiendo preciosas sugerencias del culto Ramón Sijé que acude allí a visitar a su novia Josefina Fenoll. Desde 1930 Miguel Hernández comienza a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y el diario El Día de Alicante. Su nombre comienza a sonar en revistas y diarios levantinos.

Fuente. Los poetas.com

La escultura es del artista español Vicente Martínez dedicada e inspirada en la vida y obra del poeta Miguel Hernández.

Melan