miércoles, 1 de febrero de 2012

UN POEMA DE AMOR Y OTROS POEMAS de Charles Bukowski





todas las mujeres



todos sus besos sus



diferentes maneras de amar



y hablar y necesitar.






sus orejas, todas tienen



orejas y



gargantas y vestidos



y zapatos y



automóviles y ex



maridos.






en su mayoría



las mujeres son muy



cariñosas, me recuerdan a una



tostada untada con la mantequilla



derretida



dentro.






tienen una cierta



mirada: se han quedado



con ellas las han



engañado. no sé muy bien qué



hacer por



ellas.






soy



un cocinero pasable, sé escuchar



bien



pero nunca aprendí a



bailar; estaba ocupado



con cosas más importantes por aquel entonces.






pero he disfrutado de sus diferentes



camas



fumando pitillos



mirando los



techos. no fui despiadado ni



inusto, sólo



un estudiante.






sé que todas tienen esos



pies y descalzas cruzan el piso mientras



contemplo sus tímidas nalgas en la



oscuridad. sé que son como yo, algunas incluso



me quieren



pero yo quiero a muy



pocas.






algunas me dan naranjas y vitaminas en pastillas;



otras hablan en voz queda de



la infancia y de padres y



paisajes; algunas están



casi locas pero ninguna carece de



sentido: unas aman



bien, otras no



tanto; las que se lo montan mejor en la cama no siempre son



las mejores en otros



aspectos; cada una tiene límites como yo



los tengo y nos calamos



mutuamente



enseguida.






todas las mujeres todas las



mujeres todos los



dormitorios



las alfombras las



fotos las



cortinas, es



algo así como una iglesia sólo que



a veces hay



risas.






esas orejas esos



brazos esos



codos esos ojos



mirando, el cariño y



el deseo me han



abrazado me han



abrazado.






Charles Bukowski. Guerra sin cesar. Poemas 1981-1984. Traducción de Eduardo Iriarte ( Visor, 2008 ).




Melancolía


la historia de la melancolía
nos incluye a todos.
me retuerzo entre las sábanas sucias
mientras fijo mi mirada
en las paredes azules
y nada. 
me he acostumbrado tanto a la melancolía
que 
la saludo como a una vieja
amiga. 
ahora tendré 15 minutos de aflicción
por la pelirroja que se fue,
se lo diré a los dioses.
me siento realmente mal
realmente triste 
entonces me levanto
PURIFICADO 
aunque no haya resuelto
nada 
(...) 
hay algo mal en mí 
además de la 
melancolía 


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Oh sí

hay cosas peores que
estar solo
pero a menudo toma décadas
darse cuenta de ello
y más a menudo
cuando esto ocurre
es demasiado tarde
y no hay nada peor
que
un demasiado tarde


BIOGRAFIA

Charles BUKOWSKI 
Poeta y novelista norteamericano nacido en Andernach, Alemania, en 1920, trasladado a Los Angeles, EE.UU., en 1922.
El traumático ambiente familiar que soportó en su infancia lo convirtió en un joven de carácter conflictivo, amante del alcohol y de la vida bohemia, costumbres que sólo abandonó por períodos muy cortos de su vida.
Algunos estudios de arte, periodismo y literatura, fueron la base para iniciar su carrera literaria, publicando los primeros poemas a la edad de treinta y cinco años. Su obra, unas veces realista y brutal, y otras, tierna y sentimental, está representada por más de treinta publicaciones, entre las que se destacan: "Crucifijo en una mano muerta" 1965, "Cartero" 1970, "El amor es un perro del infierno" 1974, "La senda del perdedor" 1982, "Shakespeare nunca lo hizo" 1990, "Peleando a la contra" 1991 , "La última noche de la tierra" 1992 y "El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco" 1994.
Falleció en 1994. ©






Charles Bukowski nació en Andernach, en Alemania, en 1920. Lo trasladaron a los dos años a Los Angeles, donde ha residido siempre. Su infancia estuvo marcada por constantes enfrentamientos con su padre y desaveniencias con su madre, en un entorno familiar acosado por la violencia, el paro y el enrarecido ambiente patriótico norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. También estuvo marcada por una terrible infección de acné en la piel, que le dejó marcas en la cara para el resto de su vida, y por su afición al boxeo y a las bibliotecas. Durante muchos años sobrevivió en la jungla urbana, entre empleos episódicos, peleas y borracheras sin destino.
Durante muchos años, y tras un breve paso por la universidad, se ganó la vida con trabajos manuales temporales, espaciados por los periodos de vacaciones que se tomaba cuando tenía suerte en las apuestas del hipódromo, afición que reflejó continuamente en su obra. Empezó a escribir cuentos muy joven pero, tras un primer relato publicado por una revista en 1944, abandonó la literatura por un espacio de diez años, en los que sentó los cimientos de su leyenda alcohólica.
Empezó a publicar poesías y relatos cortos en revistas underground, hasta que a los 49 años, después de haber trabajado los últimos 20 en el servicio de correos (como repartidor), dejó el trabajo y se dedicó sólo a escribir, su fruto fue Cartero (1970), su primera novela. A ésta seguirían otras cinco, todas protagonizadas por Henry «Hank» Chinaski, alter ego del propio Bukowski. El éxito lo convirtió en escritor de culto y poco a poco su popularidad se extendió más allá del nuevo continente. Las lecturas de poesía y esporádicos viajes (uno de ellos a Europa, visitando su pueblo natal y reencontrándose con familiares lejanos) convirtieron sus últimos años de vida en una constante lucha contra la comodidad y el aburguesamiento, y fruto de ello publicó Peleando a la Contra, un auténtico testamento oficial y la auténtica biografía de Charles Bukowski.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

MACARIO Cuento completo de Juan Rulfo



Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las cosas... Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso... Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero... La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa... Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos... Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua... Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche... A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida... Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura...: "El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro." Eso dice el señor cura... Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa... Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija... Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están... Mejor seguiré platicando... De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco...
FIN




BIOGRAFÍA 

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació en Sayula, Jalisco (México), el 16 de mayo de 1917. La familia de Juan Rulfo tenía una casa en Sayula, San Gabriel y Apulco. En razón de la época violenta (la revolución), los padres de Rulfo cambiaban frecuentemente de residencia.
Su padre es asesinado en 1923, así como numerosos miembros de su familia.
Es en San Gabriel que Juan Rulfo hace sus primeros años de escuela. El tercer año es interrumpido a causa de la "guerra cristera", por lo cual se encuentra en una escuela de religiosas josefinas.
Juan Rulfo debe ir a Guadalajara donde es internado en el orfelinato "Luis Silva" en septiembre de 1927. Pero su madre muere en el mes de noviembre del mismo año.
La infancia de Juan Rulfo es muy atormentada. Como lo es la evocación de su juventud. Las fechas y sus recuerdos son muy imprecisos y se contradicen con las declaraciones de otros testigos.
Por eso nos quedaremos en lo concreto.
En 1945 publica los cuentos "Nos han dado la Tierra" y "Macario" en la revista Pan, de Guadalajara, dirigida por Antonio Alatorre y Juan Rulfo mismo.
En 1946 se instala en México y publica "Macario" en la revista "América". En febrero de 1948 publica "La cuesta de las Comadres," en enero de 1950 "Talpa", en diciembre, "El Llano en LLamas" y en agosto de 1951 "¡Díles que no me Maten!"
En 1954 "El Llano en Llamas" es publicado en la colección "Letras Mexicanas" del Fondo de Cultura Económica.
En 1955 aparece "Pedro Páramo" en la colección "Letras Mexicanas", después publica el cuento "El día del derrumbe."
En 1956 se instala en Ciudad Alemán, Veracruz, y trabaja como promotor de la Comisión Papaloapan, sobre la organización del sistema de riesgos en la zona de VeraCruz.
Emilio el Indio Fernández le pide escribir escenarios para el cine.
En 1962 Juan Rulfo viaja a Alemania.
Sus obras son traducidas a numerosas lenguas. Juan Rulfo da muchas entrevistas a propósito de sus primeros éxitos. Declara escribir mucho, pero renuncia cada vez a publicar sus nuevas creaciones, las que destruye.
En 1983, recibe en España el Premio del Príncipe de Asturias. Muere el 8 de enero de 1986 en México.

Fuente: Suscripción personal a Ciudad Seva y Vidas y Biografías-

Melan

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jueves, 25 de agosto de 2011

JULIO CORTÁZAR, HOMENAJE AL CUMPLIRSE HOY 97 AÑOS DE SU NACIMIENTO




Breve introducción de la administradora del blog


Debo confesar algo, con Cortázar me pasa algo parecido a lo que me sucede con Neruda, son esa clase de escritores que he leído desde muy jovencita, pero que recién aprendí a valorar en toda su dimensión en la adultez.

Cortázar es hoy para mí uno de los autores que más leo, porque su prosa o su verso y más aún cuando están leídos con su propia voz, me atrapan de una manera muy profunda, me sensibilizan a un extremo que me cuesta dejar de leerlo y sobre todo, me duele mucho cuando pienso que ya no están entre nosotros para continuar haciéndonos llegar su arte y que es ya imposible verlos personalmente y saludarlos como hubiese ocurrido si vivieran en la actualidad donde podemos hacer eso en cualquiera de las Ferias del Libro que se realicen, más allá que algunas de ellas, como la de Buenos Aires ha perdido para mí su pretérito prestigio, pero eso es otra historia.

Lo importante es que quería destacar en este caso particular, ya que no acostumbro a hacerlo en otros, mi sentir hacia Julio Cortázar uno de mis autores preferidos, sino el primero y dejar plasmado en mi blog literario este pequeño homenaje de entregar un poquito de cada tipo de su obra, para regocijo de todos los que pasen por este sitio como lo es para mí siempre que lo leo y como lo fue realizar esta breve recopilación.

Soy creyente y por lo tanto creo firmemente qué él desde donde esté se sentirá agradecido y feliz de ver cuánta gente admira su obra y saber además que los verdaderos artistas, los talentosos, no se van nunca de este mundo, su obra los trasciende y nos siguen acompañando... y así sucede con Cortázar.

Con todo mi cariño. Melan.




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RAYUELA - Capítulo 1






¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguirlas formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da cites precisas es la misma que necesita pape! rayado pare escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo pera meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayo un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrolle lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiró con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pórfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a arboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película híngara. Y quedo entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabo. Oh Maga, y no estábamos contentos.
¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Leonie me mire la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te lleve a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mi, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te lleve a que madame Leonie, Maga; y sí, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado trace miles de fiches y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allá a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacia preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes mas altos. Y te calentabas en su estufa de gran cano negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aun ahora, acodado en e1 puente, viendo pasar una pinaza color borravino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aun ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que pare llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint-Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenia un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. - Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint-Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Leonie.
Sé que un día llegué a París, se que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Se que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.
Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Mas tarde te creí, mas tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borravino, Maga, y por que no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)
Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario pare desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo - Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pabrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasaba por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l'Odeon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d'Orleans, conocíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay mas allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del Club de la Serpiente pare hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante. Dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo porque esa es una de las pocas zonas de París donde el cielo vale mas que la sierra. Sentados en un montón de basuras fumábamos un rato, y la Maga me acariciaba el pelo o canturreaba melodías ni siquiera inventadas, melopeas absurdas cortadas por suspiros o recuerdos. Yo aprovechaba pare pensar en cosas inútiles, método que había empezado a practicar años atrás en un hospital y que cada vez me parecía mas fecundo y necesario. Con un enorme esfuerzo, reuniendo imágenes auxiliares, pensando en olores y caras, conseguía extraer de la nada un par de zapatos marrones que había usado en Olavarría en 1940. Tenían tacos de goma, suelas muy fines, y cuando llovía me entraba el agua hasta el alma. Con ese par de zapatos en la mano del recuerdo, el resto venia solo: la cara de done Manuela, por ejemplo, o el poeta Ernesto Morroni. Pero los rechazaba porque el juego consistía en recobrar tan solo lo insignificante, lo inostentoso, lo perecido. Temblando de no ser capaz de acordarme, atacado por la polilla que propone la prorroga, imbécil a fuerza de besar el tiempo, terminaba por ver al lado de los zapatos una latita de Te Sol que mi madre me había dado en Buenos Aires. Y la cucharita pare el te, cuchara-ratonera donde las lauchitas negras se quemaban vivas en la taza de agua lanzando burbujas chirriantes. Convencido de que el recuerdo lo guarda todo y no solamente a las Albertinas y a las grandes efemérides del corazón y los rincones, me obstinaba en reconstruir el contenido de mi mesa de trabajo en Floresta, la cara de una muchacha irrecordable llamada Gekrepten, la cantidad de plumas cucharita que había en mi caja de útiles de quinto grado, y acababa temblando de tal manera y desesperándome (porque nunca he podido acordarme de esas plumas cucharita, se que estaban en la caja de útiles, en un comportamiento especial, pero no me acuerdo de cuantas eran ni puedo precisar el momento justo en que debieron ser dos o seis), hasta que la Maga, besándome y echándome en la cara el humo del cigarrillo y su aliento caliente, me recobraba y nos reíamos, empezábamos a andar de nuevo entre los montones de basura en busca de los del Club. Ya pare entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas. Con la Maga hablábamos de patafisica hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo) caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas mas fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia pare comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por cause del fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras pare recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios pare incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig van, o entrar a una pissottiere de la rue de Medicis y ver a un hombre que orinaba aplicadamente hasta el momento en que, apartándose de su comportamiento, giraba hacia mí y me mostraba, sosteniéndolo en la palma de la mano como un objeto litúrgico y precioso, un miembro de dimensiones y colores increíbles, y en el mismo instante darme cuenta de que ese hombre era exactamente igual a otro (aunque no era el otro) que veinticuatro horas antes, en la Salle de Geographic, había disertado sobre tótems y tabúes, y había mostrado al publico, sosteniéndolos preciosamente en la palma de la mano, bastoncillos de marfil, plumas de pájaro lira, monedas rituales, fósiles mágicos, estrellas de mar, pescados secos, fotografías de concubinas reales, ofrendas de cazadores, enormes escarabajos embalsamados que hacían temblar de asustada delicia a las infaltables señoras.
En fin, no es fácil hablar de la Maga que a esta hora anda seguramente por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo de genero rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la noche, revolverá en los tachos de basura, los ojos vidriosos, convencida de que algo horrible le va a ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal del perdón o del aplazamiento. Se lo que es eso porque también obedezco a esas señales, tan bien hay veces en que me toca encontrar trapo rojo. Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mi sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a cause de esto y la verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terrón de azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados. Estabamos con Ronald y Etienne, y a mi se me cayo un terrón de azúcar que fue a parar abajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes. Pero este se conducía como si fuera una bola de naftalina, lo cual aumentó mi aprensión, y llegue a creer que realmente me lo habían arrancado de la mano. Ronald, que me conoce, miro hacia donde había ido a parar el terrón y se empezó a reír Eso me dio todavía mas miedo, mezclado con rabia. Un mozo se acerco pensando que se me había caído algo precioso, una Parker o una dentadura postiza, y en realidad lo único que hacia era molestarme, entonces sin pedir permiso me tire al suelo y empece a buscar el terrón entre los zapatos de la gente que estaba llena de curiosidad creyendo (y con razón) que se trataba de algo importante. En la mesa había una gorda pelirroja, otra menos gorda pero igualmente putona, y dos gerentes o algo así. Lo primero que hice fue darme cuenta de que el terrón no estaba a la vista y eso que lo había visto saltar hasta los zapatos (que se movían inquietos como gallinas). Para peor el piso tenia alfombra, y aunque estaba asquerosa de usada el terrón se había escondido entre los pelos y no podía encontrarlo. E1 mozo se tiro del otro lado de la mesa y ya éramos dos cuadrúpedos moviéndonos entre los zapatos-gallina que allá arriba empezaban a cacarear como locas. E1 mozo seguía convencido de la Parker o el luis de oro, y cuando estabamos bien metidos debajo de la mesa, en una especie de gran intimidad y penumbra y el me preguntó y yo le dije, puso una cara que era como pare pulverizarla con un fijador, pero yo no tenia ganas de reír, el miedo me hacia una doble llave en la boca del estomago y al final me dio una verdadera desesperación (el mozo se había levantado furioso) y empece a agarrar los zapatos de las mujeres y a mirar si debajo del arco de la suela no estaría agazapado el azúcar, y las gallinas cacareaban, los gallos gerentes me picoteaban el lomo, oía las carcajadas de Ronald y de Etienne mientras me movía de una mesa a otra hasta encontrar el azúcar escondido detrás de una pata Segundo Imperio. Y todo el mundo enfurecido, hasta yo con el azúcar apretado en la palma de la mano y sintiendo como se mezclaba con el sudor de la piel, como asquerosamente se deshacía en una especie de venganza pegajosa, esa clase de episodios todos los días.


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HISTORIAS DE CRONOPIOS Y DE FAMAS






CORREOS Y TELECOMUNICACIONES




Una vez que un pariente de lo más lejano llegó a ministro, nos arreglamos para que nombrase a buena parte de la familia en la sucursal de Correos de la calle Serrano. Duró poco, eso sí. De los tres días que estuvimos, dos los pasamos atendiendo al público con una celeridad extraordinaria que nos valió la sorprendida visita de un inspector del Correo Central y un suelto laudatorio en La Razón. Al tercer día estábamos seguros de nuestra popularidad, pues la gente ya venía de otros barrios a despachar su correspondencia y a hacer giros a Purmamarca y a otros lugares igualmente absurdos. Entonces mi tío el mayor dio piedra libre, y la familia empezó a atender con arreglo a sus principios y predilecciones. En la ventanilla de franqueo, mi hermana la segunda obsequiaba un globo de colores a cada comprador de estampillas. La primera en recibir su globo fue una señora gorda que se quedó como clavada, con el globo en la mano y la estampilla de un peso ya humedecida que se le iba enroscando poco a poco en el dedo. Un joven melenudo se negó de plano a recibir su globo, y mi hermana lo amonestó severamente mientras en la cola de la ventanilla empezaban a suscitarse opiniones encontradas. Al lado, varios provincianos empeñados en girar insensatamente parte de sus salarios a los familiares lejanos, recibían con algún asombro vasitos de grapa y de cuando en cuando una empanada de carne, todo esto a cargo de mi padre que además les recitaba a gritos los mejores consejos del viejo Vizcacha. Entre tanto mis hermanos, a cargo de la ventanilla de encomiendas, las untaban con alquitrán y las metían en un balde lleno de plumas. Luego las presentaban al estupefacto expedidor y le hacían notar con cuánta alegría serían recibidos los paquetes así mejorados. «Sin piolín a la vista», decían. «Sin el lacre tan vulgar, y con el nombre del destinatario que parece que va metido debajo del ala de un cisne, fíjese». No todos se mostraban encantados, hay que ser sincero. Cuando los mirones y la policía invadieron el local, mi madre cerró el acto de la manera más hermosa, haciendo volar sobre el público una multitud de flechitas de colores fabricadas con los formularios de los telegramas, giros y cartas certificadas. Cantamos el himno nacional y nos retiramos en buen orden; vi llorar a una nena que había quedado tercera en la cola de franqueo y sabía que ya era tarde para que le dieran un globo.






LA FOTO SALIÓ MOVIDA




Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la biiletera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del télefono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblenrente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paraguero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para qué. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.






PÉRDIDA Y RECUPERACIÓN DEL PELO




Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista. Sin malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha enganchado en alguna de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto el tramo de caño que va del sifón a la cañería de desagüe principal. Es seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño. Llegará el día en que podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante meses viviremos rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados si es posible por individuos del hampa, con quienes habremos trabado relación y a los que tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un ministerio o una casa de comercio. Con mucha frecuencia tendremos la impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos pelo (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga permanencia en una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda. Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.






INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA




Nadie habrá dejado de observar que con frequencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situá un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de transladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del




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Tía explicada o no




Quien más quien menos, mis cuatro primos carnales se dedican a la filosofía. Leen libros, discuten entre ellos y son admirados a distancia por el resto de la familia, fiel al principio de no meterse en las preferencias ajenas e incluso favorecerlas en la medida de lo posible. Estos muchachos, que me merecen gran respeto, se plantearon más de una vez el problema del miedo de mi tía, llegando a conclusiones oscuras pero tal vez atendibles. Como suele ocurrir en casos parecidos, mi tía era la menos enterada de estos cabildeos, pero desde esa época la deferencia de la familia se acentuó todavía más. Durante años hemos acompañado a tía en sus titubeantes expediciones de la sala al antepatio, del dormitorio al cuarto de baño, de la cocina a la alacena. Nunca nos pareció fuera de lugar que se acostara de lado, y que durante la noche observara la inmovilidad más absoluta, los días pares del lado derecho y los impares del izquierdo. En las sillas del comedor y del patio, tía se instala muy erguida; por nada aceptaría la comodidad de una mecedora o de un sillón Morris. La noche del Sputnik la familia se tiró al suelo en el patio para observar el satélite, pero tía permaneció sentada y al día siguiente tuvo una tortícolis horrenda. Poco a poco nos fuimos convenciendo, y hoy estamos resignados. Nos ayudan nuestros primos carnales, que aluden a la cuestión con miradas de inteligencia y dicen cosas tales como: «Tiene razón». ¿Pero por qué? No lo sabemos, y ellos no quieren explicarnos. Para mí, por ejemplo, estar de espaldas me parece comodísimo. Todo el cuerpo se apoya en el colchón o en las baldosas del patio, uno siente los talones, las pantorrillas, los muslos, las nalgas, el lomo, las paletas, los brazos y la nuca que se reparten el peso del cuerpo y lo difunden, por decir así, en el suelo, lo acercan tan bien y tan naturalmente a esa superficie que nos atrae verazmente y parecería querer tragarnos. Es curioso que a mí estar de espaldas me resulte la posición más natural, y a veces sospecho que mi tía le tiene horror por eso. Yo la encuentro perfecta, y creo que en el fondo es la más cómoda. Sí, he dicho bien: en el fondo, bien en el fondo, de espaldas. Hasta me da un poco de miedo, algo que no consigo explicar. Cómo me gustaría ser como ella, y cómo no puedo.


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BIOGRAFÍA DE JULIO CORTÁZAR.



1914- Nace Julio Florencio Cortázar, hijo de Julio Cortázar y María Herminia Scott. "Mi nacimiento (enBruselas ) fue un producto del turismo y la diplomacia", explicaría jocosamente años después. Bruselas se hallaba bajo dominación alemana.

1916- La familia Cortázar se instala en Suiza, donde aguarda el fin de la Primera Guerra Mundial.

1918 - Regreso a la Argentina. La familia se instala en Bánfield, un suburbio de Buenos Aires. El padre (de quien Julio no quiso nunca saber nada, abandona a su mujer y a sus dos hijos. Julio se cría con su madre, una tía, su abuela y su hermana Ofelia, un año menor que él). "Nunca hizo nada por nosotros", dirá de su padre. Enfermedades frecuentes, brazos rotos, asma, primeros amores. El cuento Los venenos tiene rasgos autobiográficos.

1923- Primeros ejercicios literarios. "Mi primera novela la terminé a los nueve años", dirá. También escribe poemas. La familia sospecha que son plagiados, lo cual produce en el joven Cortázar una gran desazón.

1928- Cursa estudios en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta (cuya atmósfera recreará en el cuento La escuela de noche), a la que califica de "pésima, una de las peores escuelas imaginables". Rescata el nombre de dos profesores: Arturo Marasso y Vicente Fattone.

1932- Obtiene el título de Maestro Normal, que lo habilita para ejercer el magistrerio. Ese mismo año intenta sin éxito viajar a Europa en un buque de carga, con un grupo de amigos (fracaso que podemos encontrar explicitado en Lugar llamado Kindberg). "Buenos Aires era una especie de castigo. Vivir allí era estar encarcelado" declara años más tarde en una entrevista concedida a Luis Harss.

1932- En una librería de Buenos Aires descubre el libro Opio, de Jean Cocteau, cuya lectura cambia "por completo" su visión de la literatura y le ayuda a descubrir el surrealismo.

1935- Obtiene el título de Profesor Normal en Letras e ingresa en la Facultad de Filosofía y letras. Aprueba el primer año, pero como en su casa "había muy poco dinero y yo quería ayudar a mi madre", abandona los estudios para iniciarse en el profesorado.

1937- Es designado profesor en el Colegio Nacional de una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, Bolívar. Lee infatigablemente y escribe cuentos que no publica.

1938- Publica su primera colección de poemas, Presencia con el seudónimo de Julio Denis. De ellos dirá, que eran unos sonetos "muy mallarmeanos" y que el libro fue "felizmente" olvidado.

1939- En julio de ese año fue trasladado a la Escuela Normal de Chivilcoy.

1941- Con el seudónimo Julio Denis publica un artículo sobre Rimbaud en la revista Huella, que junto con la revista Canto fueron importantes vehículos de expresión para los jóvenes escritores.

1944- Se traslada a Cuyo, Mendoza, y en su Universidad imparte cursos de Literatura Francesa. Publica su primer cuento, Bruja, en la revista Correo Literario. Participa en manifestaciones de oposición al peronismo.

1945- Cuando Juan Domingo Perón gana las elecciones presidenciales presenta su renuncia. "Preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a 'sacarme el saco' como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos". Reúne un primer volumen de cuentos, La otra orilla. Regresa a Buenos Aires, donde comienza a trabajar en la Cámara Argentina del Libro.

1946- Publica el cuento Casa tomada en la revista Los ananes de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges. Ese mismo año publica un trabajo sobre el poeta inglés John Keats, La urna griega en la poesía de John Keats en la Revista de Estudios Clásicos de la Universidad de Cuyo.

1947- Colabora en varias revistas, Realidad, entre otras. Publica un importante trabajo teórico, Teoría del Túnel.

1948- Obtiene el título de traductor público de inglés y francés, tras cursar en apenas nueve meses estudios que normalmente insumen tres años. El esfuerzo le provoca síntomas neuróticos, uno de los cuales (la búsqueda de cucarachas en la comida) desaparece con la escritura de un cuento, Circe, que junto con Casa Tomada y Bestiario (aparecidos en Los anales de Buenos Aires) será incluído más adelante en Bestiario.

1949- Publica el poema dramático Los Reyes, ignorado por la crítica. Durante el verano escribe una primera novela, Divertimento, que de alguna manera anticipa Rayuela. Divertimento será publicada postumamente en 1986.

1950- Escribe otra novela, El examen, rechazada por el asesor literario de Losada, Guillermo de Torre. Cortázar la presentará a un concurso convocado por la misma editorial, sin éxito. Esta novela también será editada tras la muerte del escritor, en 1986.

1951- Publica su primer libro de cuentos Bestiario, en la editorial Sudamericana, donde ya figuran algunas de sus obras maestras en el género. Pero el libro - salvo para un puñado de lectores - pasa inadvertido. Obtiene una beca del gobierno francés y viaja a París, con la fime intención de establecerse allí. Comienza a trabajar como escritor en la UNESCO.

1953- Se casa con Aurora Bernárdez.

1954- Viaja a Montevideo, durante el año en que la UNESCO realiza allí su conferencia general, en calidad de traductor y revisor. Se aloja en el Hotel Cervantes (ya frecuentado por Jorge Luis Borges), donde transcurre su cuento La puerta condenada . Anda por la ciudad, visita el barrio del Cerro, en el que ubicará a La Maga.

Continúa trabajando como traductor independiente de la UNESCO.

Sigue escribiendo lo que luego serán las Historias de cronopios y de famas, que había iniciado en el año 1951: "Una noche, escuchando un concierto en el Thèatre des Champs Elysées, tuve bruscamente la noción de unos personajes que se llamarían cronopios", explicó años después.

Viaja a Italia, donde empieza a traducir los cuentos de Edgar Allan Poe.

1956- En México (Ed. Los Presentes) publica el libro de cuentos Final del juego, en el que aparece el cuento Los venenos , al que Cortázar considera "autobiográfico". También lo es el que da título al volumen. Asimismo publica la traducción de Obras en prosa de Poe en la Universidad de Puerto Rico.

1959- Publica Las armas secretas (Ed, Sudamericana), que incluye el cuento largo El perseguidor. Este cuento supone un sesgo en la narrativa de Cortázar. "Fue una iluminación. Terminé de leer ese artículo (que anunciaba la muerte de Charlie Parker) y al otro día o ese mismo día, no me acuerdo, empecé a escribir el cuento. Porque de inmediato sentí que el personaje era él (...) era lo que yo había estado buscando". Cortázar dice que allí aborda "un problema de tipo existencial, de tipo humano, que luego se ampliará en Los Premios y sobre todo en Rayuela (Los nuestros, Luis Harss)

1960- Viaja a Estados Unidos (Washington y Nueva York) y publica (Ed. Sudamericana) la novela Los Premios, escrita durante esa larga travesía en barco "...para entretenerme".

1961- Realiza su primer visita a Cuba, donde tomará conciencia de "el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de documentarne, traté de entender, de leer". Ese mismo año la editorial Fayard publica Los Premios, primera traducción de una obra de Cortázar.

1962- Publica Historias de cronopios y de famas, en la editorial Minotauro, de Buenos Aires.

1963- Publica Rayuela (Ed. Sudamericana), de la que se vendieron 5.000 ejemplares en el primer año. "Escribía largos pasajes de Rayuela sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo (...) Fue una especie de inventar en el mismo momento de escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía ver en ese momento", dirá. (La fascinación de las palabras). Ese mismo año participa como jurado en el Premio Casa de las Américas, en La Habana.

1965- La editorial Pantheon de Nueva York publica la traducción inglesa de Los Premios y Luchterhand, Berlín, Geschichten der Cronopien und Famen.

1966- Publica el libro de cuentos Todos los fuegos el fuego (Sudamericana, Buenos Aires). En Nueva York, Pantheon publica la traducción al inglés de Rayuela y Gallimard la traducción francesa, de Laure Guille-Bataillon.

1967- Aparece La vuelta al día en ochenta mundos, un volumen que reúne cuentos, crónicas, ensayos y poemas, con una diagramación extremadamente original concebida en gran parte por Julio Silva. El libro, según Cortázar, fue imaginado como un homenaje a Julio Verne "pero de una manera muy indirecta".

1968-Publica en Buenos Aires (Ed. Sudamericana) la novela 62, Modelo para armar. la novela provoca un cierto desconcierto en la crítica. Cortázar había dicho que le gustaría "llegar a escribir un relato capaz de mostrar cómo esas figuras costituyen una ruptura y un desmentido de la realidad individual, muchas veces sin que los personajes tengan la menor conciencia de ello". Ese mismo año publica en Buenos Aires, con fotografías de Sara Facio y Alicia D'Amico el libro Buenos Aires, Buenos Aires.

1968- Publica otro de sus libros "almanaque", Último Round, donde se recogen ensayos, cuentos, poemas, crónicas y textos humorísticos.
La edición (Siglo XXI, México) está imaginada como un edificio de dos plantas, alta y baja, y cuenta con profusas ilustraciones. El libro contiene (planta baja) una extensa carta de Cortázar a Roberto Fernández Retamar escrita en Saigón el 10 de mayo de 1967, publicada en la Revista de la Casa de las Américas. "Esta carta se incorpora aquí a título de documento, puesto que razones de gorilato mayor impiden que la revista citada llegue al público latinoamericano." La carta estaba centrada en la situación del intelectual latinoamericano.
Pantheon de Nueva York publica la traducción inglesa en Historias de cronopios y de famas y Einaudi (Torino, Italia) la de Rayuela.

1970- Viaja a Chile, invitado a la asunción del gobierno del presidente Salvador Allende. La editorial Sudamericana publica el libro Relatos, en el que se incluye una selección de cuentos de Bestiario, Final del juego, Las armas secretas y Todos los fuegos el fuego.

1971- Publica Pameos y meopas (Barcelona, Ocnos), que incluye poemas escritos entre 1944 y 1958.

1972- Publica Prosa del observatorio (Barcelona, Lumen, con fotografías del propio Julio Cortázar y la colaboración de Antonio Gálvez).

1973- Aparece Libro de Manuel (Buenos Aires, Sudamericana), que obtiene en París el Premio Médicis. Cortázar viaja a Buenos Aires para presentar el libro. De paso visita Perú, Ecuador y Chile. La novela levanta una considerable polvareda: "...si durante años he escrito textos vinculados con problemas latinoamericanos, a la vez que novelas y relatos en que esos problemas estaban ausentes o sólo asomaban tangencialmente, hoy y aquí las aguas se han juntado, pero su conciliación no ha tenido nada de fácil, como acaso lo muestre el confuso y atormentado itinerario de algún personaje", escribió en el Prólogo.
En Barcelona (Tusquets) publica La casilla de los Morelli, cuya edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Julio Ortega

1974- Aparece el libro de cuentos Octaedro (Sudamericana). En abril participa en una reunión del Tribunal Russell II reunido en Roma para examinar la situación política en América Latina, en particular las violaciones de los derechos humanos.

1975- Viaja a Estados Unidos invitado por la Universidad de Oklahoma. Allí dicta un ciclo de conferencias sobre literatura latinoamericana y sobre su propia obra. Los trabajos leídos en esa ocasión y dos textos suyos fueron reunidos en el volumen The Final Island: The Fiction of Julio Cortázar (1978), una primera valoración crítica de su obra en lengua inglesa. Publica Fantomas contra los vampiros multinacionales (México, Excelsior), una historieta Publica Silvalandia (México, Cultural GDA), una serie de textos inspirados en cuadros de Julio Silva

1976- Realiza una visita clandestina a la aldea de Solentiname, en Nicaragua. Publica Estrictamente no profesional. Humanario (Buenos Aires, La Azotea) a partir de fotografías de Alicia D'Amico y Sara Facio.

1977- Aparece el libro de cuentos Alguien que anda por ahí (Madrid, Alfaguara), en el que se recoge el texto "Apocalipsis en Solentiname".

1978- La editorial Pantheon publica en Nueva York la traducción inglesa de Libro de Manuel. Cortázar hace en él una advertencia al lector norteamericano: "Este libro se completó en 1972. La Argentina estaba entonces bajo la dicadura del general Alejandro Lanusse, y ya entonces la intensificación de la violencia y la violación de los derechos humanos eran evidentes. Tales abusos han continuado y han sido incrementados bajo la junta militar del general Videla (...) las referencias a Argentina y otros países latinoamericanos son hoy tan válidas como lo fueron cuando se escribió este libro".
Publica Territorios, textos relativos a la pintura (México, Siglo XXI )

1979- Publica Un tal Lucas (Madrid, Alfaguara). En octubre visita Nicaragua luego del triunfo de los sandinistas. Algunos de sus textos son utilizados en la campaña de alfabetización del país.

1980-Publica el libro de cuentos Queremos tanto a Glenda (México, Nueva Imagen). Realiza una serie de conferencias en la Universidad de Berkeley, California.

1981-En uno de sus primeros decretos, el gobierno socialista de François Miterrand le otorga la nacionalidad francesa, el 24 de julio.

1982-Publica un nuevo libro de cuentos, Deshoras (México, Nueva Imagen). En noviembre muere su esposa, Carol Dunlop.

1983- Aparece el libro Los autonautas de la cosmopista, escrito a cuatro manos con Carol Dunlop, en el que se narra un viaje de treinta y tres días entre París y Marsella a razón de dos párkings por día.
Entre el 30 de noviembre y el 4 de diciembre viaja a Buenos Aires, para visitar a su madre después de la caída de la dictadura y la asunción del gobierno por el presidente Raúl Alfonsín. Las autoridades ignoran su presencia, pero es calurosamente recibido por la gente, que lo reconoce en las calles.
Se publica Nicaragua tan violentamente dulce (Managua, Ed. Nueva Nicaragua).

1984- El 12 de febrero Julio Cortázar muere de leucemia y es enterrado en el cementerio de Montparnasse, en la tumba donde yacía Carol Dunlop. En México (Editorial Nueva Imagen) aparece su libro de poemas Salvo el crepúsculo.

1986- La editorial Alfaguara emprende la publicación de las obras completas de Julio Cortázar, incluso aquella que habían permanecido inéditas hasta su muerte. Con ese propósito crea una colección especial, Biblioteca Cortázar. El diseño de las cubiertas fue confiado a Julio Silva.



[Extraído de "La fascinación de las palabras" de Omar Prego Gadea - Julio Cortázar, publicado en 1997 por Alfaguara ©]


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Julio Cortázar. Una biografía revisada

Cortázar no tiene lectores, tiene hinchas.

Para ellos, esta nota, en El Cultural.es, de Luis Antonio de Villena sobre JULIO CORTÁZAR. UNA BIOGRAFÍA REVISADA, del catedrático valenciano Miguel Herráez.

La biografía de Miguel Herráez del argentino Julio Cortázar (1914-1984) se editó por vez primera en 2003, pero nos hallamos ahora ante una edición no sólo revisada sino aumentada. Un trabajo bien hecho, porque consigue que la sucesión de datos, nombres, cifras y análisis que una biografía comporta, no mengüe -como sucede en muchas biografías anglosajonas de signo marcadamente académico- la amenidad lectora de un texto que no está pensado para especialista.
Como tantas, la historia de Cortázar (con ascendentes españoles, vascos y francoalemanes) es extraña y seductora. Nació en Bruselas, porque su padre trabajaba en ese momento allá y pasó sus muy primeros años en Francia y en España -en Barcelona- antes de volver, niño aún, a Buenos Aires, ciudad sobre la que tanto escribiría. Cortázar fue maestro y profesor, y durante sus años juveniles (de intenso amor a la literatura) dio clases en pueblos o cuidades del interior de la Argentina, desde Bolívar o Chivilcoy, en la Pampa, hasta Mendoza, próxima a la frontera con Chile. Este Cortázar letraherido que escribió entonces varias novelas -algunas perdidas- no publicó nada. Un libro de poemas, casi invisible, Presencia, en 1938, y un pequeño libro de escenificación mitológica, Los Reyes, en 1949. En realidad Julio consideró su primer libro (y el primero que tuvo algún eco) el de relatos, Bestiario, de 1951. Ahí comienza el verdadero Cortázar, uno de los grandes renovadores del cuento en nuestra lengua, entre los juegos con la fantasía y con el tiempo. Borges -con quien apenas tuvo trato- publicó sin embargo en una revista, en 1949, el cuento más antiguo y uno de los más célebres de Bestiario, “Casa tomada”. Apenas tras ese libro, un Cotázar que ya tiene 38 años se va a París, la meca de muchos latinoamericanos de la época, pero para él ya su ciudad para siempre, la ciudad desde la que recordar Buenos Aires, aunque fue muchas veces más a la Argentina, donde vivían su madre y su hermana. Sólo la dictadura de Videla privó a Cortázar de la nacionalidad argentina y murió siendo francés, después de haber tenido doble nacionalidad muchos años. Pero suele decirse que la patria de un escritor es su lengua y entonces Cortázar nunca dejó de ser hondamente porteño.
En París vivió y tradujo junto a su primera mujer (y hoy su derechohabiente) Aurora Bernárdez, y para muchos ese Cortázar algo existencialista, enamorado del jazz ,de la literatura fantástica y de la vida como sorpresa es el mejor, el alto y gran Cortázar que entra por derecho en el “boom” de la narrativa hispanoamericana, y que produce espléndidos libros de cuentos como Final del juego (1964) o Las armas secretas (1960), de fama creciente pero aún minoritaria, y que culminará en esa novela de diversas lecturas o antinovela creativa que fue Rayuela (1963), que marcó a varias generaciones de lectores. A ese tiempo pertenece también el Cotázar más lúdico, irónico o erudito de La vuelta al día en ochenta mundos (1967) o Historias de cronopios y de famas (1962)
Cortázar se separa de Aurora Bernárdez -aunque nunca dejaron de ser amigos- y se une con una lituana, especialista en América Latina, Ugné Karvelis, que no representó sino fugazmente el amor, hasta encontrar en Montreal a Carol Dunlop, que fue su última y muy querida mujer, junto a la que está enterrado en el cementerio de Montparnasse, y que le precedió en la muerte, aunque Cortázar ya tenía la leucemia que acabaría con su vida cuando Carol murió, dejándolo seriamente abatido. Para muchos, el segundo Cortázar (literariamente el menos interesante, aunque no falten destellos, como el libro de cuentos Octaedro de 1974) surgirá a partir de los mediados 60, cuando el casi apolítico Cotázar, aunque liberal e izquierdista -dejó Argentina en buena medida por el peronismo- se convierta al culto de la revolución cubana (viajó muy a menudo a la isla) y se fuera politizando más cada vez contra las dictaduras del Cono Sur -tan espantosas- o a favor del sandinismo en Nicaragua. De ese tiempo es su última novela El libro de Manuel (1973), cuyos derechos cedió a los perseguidos políticos de Argentina, el que hizo a dúo con Carol, Los autonautas de la cosmopista (1983) o su Nicaragua tan violentamente dulce, el último que editó en vida. Los dos vértices de Cortázar nunca se separaron del todo, pero si críticos y lectores prefieren literariamente al primero, el segundo (que tuvo menos éxito, pese a la gran fama del escritor) llama la atención por la seriedad y sencillez de su compromiso humano. Alto y de grandes ojos tristes, Cortázar fue uno de los grandes narradores de nuestro idioma en el siglo XX y un tipo discreto, nada amante de premios (impidió un homenaje que querían hacerle sus amigos), un hombre cabal y un escritor de primerísima.

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"Sobre Rayuela"



(Cartas de Julio Cortázar a Roberto Fernández Retamar)



París, 17 de agosto de 1964






Querido Roberto:


Perdóname por escribirte a máquina, pero es una costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!) y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí está condensado todo, más acá de la palabra y de las meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
Mira, desde luego que lo que hayas podido encontrar de bueno en el libro me hace muy feliz; pero creo que en el fondo lo que más me ha estremecido es esa maravillosa frase, esa pregunta que resume tantas frustraciones y tantas esperanzas: "¿De modo que se puede escribir así por uno de nosotros?" Créeme, no tiene ninguna importancia que haya sido yo el que escribiera así, quizá por primera vez. Lo único que importa es que estemos llegando a un tiempo americano en el que se pueda empezar a escribir así (o de otro modo, pero así, es decir con todo lo que tú connotas al subrayar la palabra). Hace unos meses, Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a la cabeza de las listas de best-sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Sigo creyendo que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un país donde las cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquicr buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez (dentro de los errores, los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera, y en este caso de una manera particularmente importante, a través de la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado la hora de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con mi libro o después de él van a aparecer muchos que te llenarán de alegría. Mi libro ha tenido una gran rcpercusión, sobre todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta de que en él se los invita a acabar con las tradicioncs literarias sudamericanas que, incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres", como dices a propósito del elogio de Rubén a Martí. Ingenuamente, un periodista mexicano escribió que Rayuela era la declaración de independencia de la novela latinoamericana. La frase es tonta pero encierra una clara alusión a esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando les llega su hora. No me creas demasiado optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos, hay signos. . . Estoy contento de haber empezado a hacer lo que a mí me tocaba, y que un hombre como tú lo haya sentido y me lo haya dicho.
Gracias por haberle mostrado a Lezama cuánto me acuerdo siempre de él y lo mucho que lo admiro. Hace tiempo que quiero escribirle, pero me intimida un poco; vuelvo a acordarme de la noche en que cené con él y lo escuché decir cosas maravillosas, como un lento volcán de palabras. Sí, él es uno de los que me llacen tener confianza en nuestras tierras, en lo que habrá de ser finalmente esa América misteriosa.
Oye, ahora quiero decirte que si es cierto que vas a escribir algo sobre mi libro, me das desde ya una enorme alegría. He leído muchas críticas, algunas justísimas e inteligentes; pero el tono que hay en tu carta, ese contacto por debajo que hay entre lo que me dices y lo que yo soy en mi libro, no lo he encontrado hasta ahora. Por supuesto, si escribes algo tendrás que pensar en el lector y tomar tus distancias; pero te has acercado tanto que cualquier cosa que digas de mi libro será siempre una vivencia, como hubiera querido el pobre Oliveira, y no una valoración de magister, de las que me llegan docenas y que yo olvido minuciosamente.
Quiero que sepas que Aurora y yo fuimos muy felices la noche en que estuviste con tu mujer en casa, y que esperamos siempre que vuelvan a Europa y podamos vernos más y mejor. Natalia Revuelta, que me trajo tu carta tan gentilmente, habló de que quizá fueras a Oriente a estudiar problemas literarios o culturales (la información era muy nebulosa, pero se mencionó el Japón y la India). Si así fuera, lo que me parecería fabuloso, supongo que pasarás por Europa antes o después, y que me avisarás con tiempo. Yo no soy divertido como contertulio, ya sabes que los argentinos estamos todos metidos para adentro y si algo sacamos a veces es las uñas (y al divino botón, diría alguien que conozco); pero si me tienes paciencia sé que podremos hablar de verdad de tantas cosas. Con ustedes, los cubanos, yo me desnudo como frente al mar; los amigos de allá lo notaron y me lo dijeron. Mira si me hacen bien, mira si tendré razones para quererlos tanto.
Dales mis afectos a Calvert Casey, a Arrufat, a Lisandro Otero, a Edmundo Desnoes, y por supuesto a Lezama. Un gran abrazo de Aurora para ustedes dos. Yo no sé cómo despedirme. Digamos que sigue en el capítulo...


Pero también un abrazo muy fuerte,


Julio


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París, 3 de Julio de 1965




Me divirtió mucho la historia de tu conversación con el Che en el avión. (Me divierten mucho menos los persistentes rumores que circulan en Europa a propósito del Che; espero que sean eso, rumores.) Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante (no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay nada "personal". ¿Qué puedo saber yo del Che, y de lo que sentía o pensaba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandis, naturalmente) lo que fue Charlie Parker en "El perseguidor". Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo.




Carta extraída del libro Fervor de la Argentina de Roberto Fernández Retamar © 1993, Ediciones del Sol, Buenos Aires, Argentina.


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POEMAS



OBJETOS PERDIDOS



Por veredas de sueño y habitaciones sordas

tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos

Una cifra vigilante y sigilosa

va por los arrabales llamándome y llamándome

pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta

donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo

si la cifra se mezcla con las letras del sueño,

si solamente estás donde ya no te busco.



Mendoza, Argentina 1944





La mufa


Vos ves la Cruz del Sur,

respirás el verano con su olor a duraznos,

y caminás de noche

mi pequeño fantasma silencioso

por ese Buenos Aires,

por ese siempre mismo Buenos Aires.

Quizá la más querida

Me diste la intemperie,

la leve sombra de tu mano

pasando por mi cara.

Me diste el frío, la distancia,

el amargo café de medianoche

entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover

en la mitad de la película,

la flor que te llevé tenía

una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías

y que favoreciste la desgracia.

Siempre olvidé el paraguas

antes de ir a buscarte,

el restaurante estaba lleno

y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango

para tu indiferente melodía.

Una carta de amor

Todo lo que de vos quisiera

es tan poco en el fondo

porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,

esas cosas de nada, cotidianas,

espiga y cabellera y dos terrones,

el olor de tu cuerpo,

lo que decís de cualquier cosa,

conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco

yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,

que me ames con violenta prescindencia

del mañana, que el grito

de tu entrega se estrelle

en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos

sea otro signo de la libertad.




BOLERO




Qué vanidad imaginar

que puedo darte todo, el amor y la dicha,

itinerarios, música, juguetes.

Es cierto que es así:

todo lo mío te lo doy, es cierto,

pero todo lo mío no te basta

como a mí no me basta que me des

todo lo tuyo.


Por eso no seremos nunca

la pareja perfecta, la tarjeta postal,

si no somos capaces de aceptar

que sólo en la aritmética

el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito

que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,

quiero decir que para verme tenía que mirarte.


Y este fragmento:


La lenta máquina del desamor

los engranajes del reflujo

los cuerpos que abandonan las almohadas

las sábanas los besos

y de pie ante el espejo interrogándose

cada uno a sí mismo

ya no mirándose entre ellos

ya no desnudos para el otro

ya no te amo,

mi amor.




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Fuentes:



http://www.juliocortazar.com.ar/

http://www.mundolatino.org/

http://www.los-poetas.com/

Blog La Fortaleza de la soledad de Gabriel Ruiz Ortega

Foto de encabezamiento de Carlos Bosch

Melan



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