martes, 19 de julio de 2011

Bar "La Calesita" y otros poemas de Paco Urondo



Bar "La Calesita"







Es el fondo de un bar. Es un lugar parecido a una


cueva donde uno se sienta, bebe y ve pasar a


hombres enrarecidos por distintos problemas. Es una


gran linterna mágica.






Es una gruta retirada del mundo que cobija a sus


criaturas. Uno se siente allí ferozmente feliz.






Acaba de aparecer el primer hombre, apenas ha


aprendido a caminar, aún no sabe defenderse.






El hombre sonríe y llora y sigue la fiesta.




El ocaso de los dioses




No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el


vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar


las maderas de la adolescencia.






Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda


favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún


reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo


crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.






Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,


de nuestro hacer, de nuestra música, del único


amor incoherente; soberanos de esa calle donde los


tactos y la impresión hicieron su universo.






Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo


nombre y tu gesto son una forma nocturna que en


esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra


culpa.






Y todo termina con una esperanza, con una dilación


–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro


lugar donde es menester el coraje.








Algo






a Rubén Rodríguez Aragón






con tu muerte


algo vendrá


algo que jamás sacudió


tu conciencia






no importará


la tierra que te rodea


el árbol que te soporta


el agua que admitió tu pereza






no será algo


que ahora retumba en tu memoria


ni las resonancias que prefirió olvidar






vendrá algo sin vínculos


una lluvia sin pasado


sin gestos censurables


o bondadosos






no estará en juego


tu salvación


tampoco el olvido


ni el arrepentimiento






el "ángel tuerto"


no vendrá a consolarte


no será necesario


y olvidarás también el consuelo


para tu corazón


no habrá consuelo el día en que caigas






no habrá estaciones


ni pájaros


ni trenes


ni alcohol


ni sangre penosa que aguantar






no por eso habrá descanso


el día en que llegue algo que no suponías


algo que vendrá a reclamar


el lugar en el mundo


que supiste negarle






una indescriptible culpa


haciendo estallar las huellas


que minuciosamente lograbas distribuir






ningún rastro






con tu muerte


vendrá una nueva


y desconocida vergüenza








Como bola sin manija






puedo ir para un lado


puedo ir para otro lado


encontrar estuarios pálidos cisnes quietos


buques mansos que como a las nubes


me llevan de un lado para otro lado






puedo dar con lugares apacibles


o sombras excitantes


la primera piel de una mujer


el aroma de una mujer el sonido de una fiesta


puedo beber de cierto cuidado y enfermarme levemente


y sentir en las sábanas el olor del sol






puedo llegar a tener suerte en el juego y en la vida


puedo cambiar de vida y de nombre


puedo peinarme de otra manera


y vestir como nunca lo hice






puedo sorprender


ser irascible o piadoso


comprensivo con las mujeres


o despiadado con sus increíbles sentimientos






puedo como antaño volver a enamorarme


puedo padecer por un vago recuerdo


o tirar todo por la borda


o no soportar la memoria






–hoy te he recordado vagamente–






puedo reír y cantar


divertir a la gente


y esperar a que todos estén completamente locos


y ya no parezca tan divertido






puedo envejecer y enmudecer para siempre


y decir palabras sin mayor fundamento


puedo gozar de placeres fáciles y complicados






–eras alta antes de conocerte


y hoy no he recordado tu nombre


y pienso que otro día podré humillarlo–






puedo tener rasgos bondadosos


arranques de conmovedora caridad


puedo echarme a perder


o tener más hijos como si ofreciera


el más estupendo y bonito de los mundos posibles






puedo ambicionar una amplia fortuna


hasta puedo trabajar o pensar en el as de oro


o seducir a una adolescente frágil-como-un-pétalo-de-agosto






puedo hacer viajes exóticos morder la espesura de un follaje


jugar mi vida por unos diamantes impuros


o por lánguidos ojos saturados de sabiduría






puedo emborracharme aquí o en el extranjero


y caer exhausto en la turgencia de un muslo


o en el filo de una dudosa alcantarilla






puedo investigar o escribir luminosos párrafos


que abrirían por sí el futuro


puedo ser un intelectual responsable o desaprensivo


firmar o no firmar traicionar o jugar a la lealtad






puedo ser adorado


puedo ser odiado


tener amantes


distintas en su belleza singulares en sus caprichos


o no tener a nadie


y no guardar un solo recuerdo






puedo rechazar la ternura


o mendigarla como hace unas horas


puedo vivir alternativas viejas o recientes


fáciles y peligrosas






puedo elegir mi destino


aunque no sepa darle forma adecuada


ni por dónde empezar






puedo imaginar el tiempo que desconozco


luchar por esa o por otra dulce aspiración


puedo olvidar






–hoy no he podido recordar tu nombre–






de la memoria puedo imaginar las interminables apuestas


y sus mañas de vieja tramposa


puedo no pensar en que distribuye los signos


de ese futuro tangible y ajeno






Amarla es difícil






Es buena, cuando duerme;


el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio


que remonta los sueños.






Cuando calla, es buena


y su voz una premonición olvidada y peligrosa


que arruina el silencio.






Cuando grita o llora


o se lamenta o se divierte o se cansa,


nada puede contener


este dolor alegre que envenena


mis sueños y mi soledad.


Por eso es difícil pensar


en ella, en su cara bondadosa;


abandonarse; por eso


es una cobardía retenerla


y dejarla ir, una pavorosa crueldad.


A veces, cuando lo pienso,


no sé qué hacer con ella,


con este destino luminoso.






Más o menos






Dos lineas de fiebre, mareas y pronósticos


Oigo tu paso que se acerca o se


despide; revolcar la sangre, el odio; conocer,


reconocernos. Saber para qué sirven


los fracasos, las victorias del amor. Dejar


que a tu rincón se siente quien no debe sentarse.






Sin poder iluminarte; embarazada, sepultada,


mejor que valga la pena, que todo salga bien. Perdón


y desconfianza: tu pesado calor


es una muela de reproches


y agradecimientos y ternuras y miedos.






Rastro luminoso y cálido, perdido


para encontrarme. Rastro de la verdad que alcanzo


a tocar, rescatado por mi flagrancia vacilante, hirviendo


de terror. Rostro que levantamos para destrozar.






De una punta a la otra de la verdad,


voy a levantar tu nombre, como si fuera mi brazo derecho.




Del otro lado




Cuando estuvimos desesperados, alguien


contó la historia.






No se la puede escuchar serenamente, tiemblan


las manos, el corazón se encoge de dolor;


da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.






Ocurre lo de siempre.






Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada


tenía que ver con la certeza, ni


con el muslo de la bataclana. No


intervinieron traiciones; no es


una vulgar historia de fervores o de mantenidas.






Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También


aquella vez (siempre aquella vez) apagaron


las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.






Nos apretamos las manos en la sala impenetrable, temblamos


ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca


llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino


de otra manera. Nuestras manos


procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;


y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.






Estábamos perdidos en aquel


cine y él no era como el redentor; su cruz


no era un mandato, era


la inteligencia del hombre, era la resurrección


de la ciencia y de nuestros queridos finados.






Hace mucho que nos pasó esto; la mano


fría del cadáver impenitente


rozaba los sueños,


acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos.






Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias,


con los muertos que no aceptan su desdichada condición, no


sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos


encontrar nuestras manos, nuestra


tristeza. El mundo inconsistente.






Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién


no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene


su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo


qué hacer, cuando alguien contó la historia.






Seguramente al escucharla buscarás una mano; será


como antes, pero enseguida


intentará olvidar que estuvimos tristes o asustados.






Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:


tendrás ganas de llorar, y nada más.






Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable ¿Por qué


no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la


espesura de la sala?






Se derramará sobre tu memoria,


como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;


la historia sobrevolará tu linda cabecita,


será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,


que despeinará cariñosamente tu pelo






Cada día que pasa




Sin excepción, casi por naturaleza o desatino,


todos los días, a la mañana, temprano,


ando por este camino. Llego tarde al trabajo y con


alegría, cuando


es necesario llegar más temprano


y con indignación o repugnancia o sed


de venganza o rabia. Todo esto


no me martiriza ni me apena, aunque parezca


lo contrario y tenga olor a traición; sé muy bien,


con toda impaciencia, que el ocio


llegará algún día con la revolución. Y que ni una cosa


ni la otra vienen de la tristeza o de la impotencia.






Voy cansado, es cierto, harto como todo el mundo que se precie,


o con desaliento; pero nunca falta


alguna cosa, un olor,


una risa que me devuelva,


para valer la pena; recién entonces empiezo a convencerme;


calles sucias y bocinas y el tráfico


alucinado y dormido todavía; viejos conocidos,


como el destino


o la bruma de la ciudad. Y


el mal semblante; la desconfianza


en los ojos, en los grandes ojos de la gente


hechos para volar. Manos enrarecidas


que rodean


la calle sitiando su respiración. Dominados


del mundo; empleadas


tersas y vulgares bajando


de coches lujosos de los dueños


de otras empleadas, y así sucesivamente.








La pura verdad





Si ustedes lo permiten,


prefiero seguir viviendo.






Después de todo y de pensarlo bien, no tengo


motivos para quejarme o protestar:






siempre he vivido en la gloria: nada


importante me ha faltado.






Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado


de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor


y miedo y apremio.






Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve


sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.






Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,


melancólica, débil, poco interesante,






un abanico de plumas que el viento desprecia,


caminito que el tiempo ha borrado.






Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin


darme cuenta, voy iniciando


una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a


cualquiera o aburrir de golpe.






Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi


memoria ha muerto y se queja


con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.






El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,


pero lo he derrotado


para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.


Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la


Cenicienta, aunque algunos






me recuerden con cariño o descubran mi zapatito


y también vayan muriendo.






No descarto la posibilidad


de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.






La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado


por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.






Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud


y en mi destino y en la buena suerte:






sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido


y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.






Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;


compartir este calor, esta fatalidad que quieta no


sirve y se corrompe.






Puedo hablar y escuchar la luz


y el color de la piel amada y enemiga y cercana.






Tocar el sueño y la impureza,


nacer con cada temblor gastado en la huida






Tropiezos heridos de muerte;


esperanza y dolor y cansancio y ganas.






Estar hablando, sostener


esta victoria, este puño; saludar, despedirme






Sin jactancias puedo decir


que la vida es lo mejor que conozco.






Milonga del marginado paranoico






Parece mentira


que haya llegado a tener


la culpa de todo lo que ocurre


en el mundo; pero es así. Han tratado


de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,


me han dado razones de peso técnico largamente


formuladas y


parcialmente ciertas. Pero


yo sé que soy culpable de los dolores


que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades


que lo van vaciando: quisiera saltar


como Juan L. Ortiz, vociferar


como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron


de mano; segundo, no me sale bien y aquí


empieza todo nuevamente: otro sufrimiento


igual a diapasones y recursos


que conozco perfectamente y que no vale la pena


repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque


tendré que ir


reconociendo que no he sabido


hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque


que nos traga la lengua; pido entonces disculpas


por la mala impresión, por las exageraciones.




BIOGRAFÍA







Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930. Poeta, periodista, académico y militante político, Paco Urondo dio su vida lunchando por el ideal de una sociedad más justa. "No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo." –dice Juan Gelman– "corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento."


Su obra poética comprende Historia antigua (1956), Breves (1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967), Adolecer (1968) y Larga distancia (antología publicada en Madrid en 1971). Ha publicado también los libros de cuentos Todo eso (1966), Al tacto (1967); Veraneando y Sainete con variaciones (1966, teatro); Veinte años de poesía argentina (ensayo, 1968); Los pasos previos (novela, 1972), y en 1973, La patria fusilada, un libro de entrevistas sobre la masacre de Trelew del '72. Es autor en colaboración de los guiones cinematográficos de las películas Pajarito Gómez y Noche terrible, y ha adaptado para la televisión Madame Bovary de Flaubert, Rojo y Negro de Stendhal y Los Maïas de Eça de Queiroz. En 1968 fue nombrado Director General de Cultura de la Provincia de Santa Fe, y en 1973, Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Como periodista colaboró en diversos medios del país y del extranjero, entre ellos, Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión y Noticias.


Murió en Buenos Aires en junio 1976, enfrentando a la genocida dictadura militar. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez.


A 35 años de la muerte de Francisco Paco Urondo, el juicio que se realiza en Mendoza demostró que su muerte se debió al culatazo en la nuca del policía Celustiano Lucero, que le hizo estallar el cráneo. La autopsia de sus restos desmiente la versión creída hasta ahora de que el poeta y guerrillero se tomó una pastilla de cianuro para suicidarse.







El 17 de junio de 1976, Urondo fue emboscado por la policía mendocina, subordinada al Ejército, en una cita cantada. Conducía un pequeño automóvil Renault 6 en el que lo acompañaban su mujer, Alicia Raboy, su hija Angelita, y su compañera de militancia René Ahualli, La Turca.






Angelita tenía once meses y Alicia nunca fue liberada con vida, por lo que el único testimonio sobre lo ocurrido dentro del auto fue el de La Turca. Al declarar ante los jueces mendocinos, Ahualli contó que luego de una persecución en la que ella y Urondo agotaron las municiones de la pistola y el revólver que llevaban como únicas armas, Urondo detuvo el vehículo que conducía, les dijo a sus acompañantes que acababa de tomar la pastilla y las instó a huir. “Por qué hiciste eso, papi”, dijo Alicia, quien tomó a la beba en brazos y escapó, junto con La Turca, quien estaba herida en una pierna.






Los policías se dividieron en tres grupos, detrás de cada una de ellas y en torno de Urondo, a quien golpearon en la nuca con la culata de un fusil. Ahualli ingresó en una vivienda, escapó por los fondos y subió a un trolebús que pasó por la esquina en la que seguía detenido el auto de Urondo y pudo alejarse sin que la detectaran.



Alicia intentó hacer lo mismo luego de entregar la bebita a un vecino, pero no encontró una salida y fue detenida por los policías que la perseguían. La bebita fue derivada por la justicia federal como NN a la Casa Cuna intervenida por un coronel. De allí la recuperó su abuela materna, Teresa Raboy, antes de que la entregaran a una familia militar.






Beatriz Urondo consiguió que los militares le entregaran el cadáver de su hermano. En las audiencias de esta semana, el médico forense Roberto Edmundo Bringuer, declaró ante el tribunal que, de acuerdo con la autopsia que hizo el 17 de junio de 1976, Paco murió por un traumatismo encéfalo-craneano, con hundimiento de cráneo, que no había ninguna herida de arma de fuego ni esquirlas de proyectil ni presencia de ningún veneno. Bringuer, quien se jubiló como profesor titular de medicina legal en la Universidad de Cuyo y como director del Cuerpo Médico Forense, explicó que el hundimiento del cráneo, de 3 centímetros de longitud pudo haber sido con la culata de un arma de fuego.






En las personas muertas por ingesta de cianuro el cadáver se ve muy rosado, como si hubiera tomado sol, y el jugo gástrico presenta un fuerte olor a almendras. Nada de eso ocurrió en este caso, dijo. Tampoco se observó la rigidez característica en muertes por estricnina. Un médico policial le pidió que dijera que había heridas de bala, pero el forense se negó: “¿Qué querés, que yo mienta? Si no hay proyectiles”. La conclusión es que Paco eligió ofrecerse como blanco para sus perseguidores y mintió que había tomado la pastilla porque de otro modo La Turca y Alicia no hubieran tratado de escapar con la nena. Los juicios se constituyen de este modo en un valioso medio de reconstrucción histórica, que derriba mitos y precisa los hechos.










Horacio Verbitsky










Palabras




Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida.
Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años 60 –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía.
Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió.
Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.




Juan Gelman

Fuente. La memoria - Daniel Mancuso blogspot. com

Melan

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