viernes, 12 de noviembre de 2010

LES JEUX SONT FAITS y otros poemas de Olga Orozco



N. de R. Hace ya unos años que conocí a Olga Orozco, o mejor dicho, algunos de sus poemas, pero todos fueron llegando a mí de manera si es posible decir, suelta, uno aquí, otro allá, alguna vez en una revista literaria u otra en alguna mirada a los distintos links sobre poesía que recorro.
 Hace unos días en una librería buscando específicamente poesía, me dije a mí misma, cada poema que he leído de Olga Orozco me ha gustado... creo que quiero leer muchos, todos si es posible, de verdad me gusta su poesía, por lo menos la que conozco hasta ahora, leeré algo más, y me decidí a traerme a casa la antología Relámpagos de lo invisible...ahhhh.... no podía haber hecho mejor elección, la estoy disfrutando día a día y son tantos los poemas que me gustan que quiero publicarlos a todos, tengo una necesidad inmensa de compartir tanta abstracción y sensibilidad juntas, tanta alma volcada en cada verso, tanta espiritualidad, tanto talento literario...
 Por eso hoy, tomé la decisión de que aunque creo que al principio de este blog, ya publiqué algo de esta grandiosa poeta argentina, hoy lo vuelvo a hacer porque su poesía me lo pide a gritos. Deben leerla, es ya un imperativo álmico. Disfrútenla y si desean, cuéntenme.


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Les jeux sont faits








¡Tanto esplendor en este día!


¡Tanto esplendor inútil, vacío, traicionado!


¿Y quién te dijo acaso que vendrían por ti días dorados


en años venideros?


Días que dicen sí, como luces que zumban,


como lluvias sagradas.


¿Acaso bajó el ángel a prometerte un venturoso exilio?


Tal vez hasta pensaste que las aguas lavaban los guijarros


para que murmuraran tu nombre por las playas,


que a tu paso florecerían porque sí las retamas


y las frases ardientes velarían insomnes en tu honor.


Nada me trae el día.


No hay nada que me aguarde más allá del final de la alameda.


El tiempo se hizo muro y no puedo volver.


Aunque ahora supiera dónde perdí las llaves


y confundí las puertas


o si fue solamente que me distrajo el vuelo de algún pájaro,


por un instante, apenas, y tal vez ni siquiera,


puedo reclamar entre los muertos.


Todo lo que recuerda mi boca fue borrado de la memoria de otra boca


se alojó en nuestro abrazo la ceniza, se nos precipitó la lejanía,


y soy como la sobreviviente pompeyana


separada por siglos del amante sepultado en la piedra.


Y de pronto este día que fulgura


como un negro telón partido por un tajo, desde ayer, desde nunca.


¡Tanto esplendor y tanto desamparo!


Sé que la luz delata los territorios de la sombra y vigila en suspenso,


y que la oscuridad exalta el fuego y se arrodilla en los rincones.


Pero, ¿cuál de las dos labra el legítimo derecho de la trama?


Ah, no se trata de triunfo, de aceptación ni de sometimiento.


Yo me pregunto, entonces:


más tarde o más temprano, mirado desde arriba,


¿cuál es en el recuento final, el verdadero, intocable destino?


¿El que quise y no fue?, ¿el que no quise y fue?






Madre, madre,


vuelve a erigir la casa y bordemos la historia.


Vuelve a contar mi vida.
 
  
 
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Cabalgata del tiempo






Inútil. Habrá de ser inútil, nuevamente,


suspender de la noche, sobre densas corrientes de follaje,


la imagen demorada de un porvenir que alienta en la memoria;


penetrar en el ocio de los días que fueron dibujando con terror y paciencia


la misma alucinada realidad que hoy contemplo,


ya casi en la mirada;


repetir todavía con una voz que siento pesar entre mis manos:


-Alguna vez estuve, quizás regrese aún, a orillas de la paz,


como una flor que mira correr su bello tiempo junto al brazo de un río.






Todo ha de ser en vano.


Manadas de caballos ascenderán bravías las pendientes de su infierno natal


y escucharé su paso acompasado, su trote, su galope salvaje,


atravesando siglos y siglos de penumbra,


de sumisas distancias que irremediablemente los conducen aquí.






Tal vez sería dulce reconquistar ahora una música antigua,


profunda y persistente como el eco de un grito entre los sueños,


sumirse bajo el verde sopor de las llanuras


o morir con la lluvia, tristemente,


entre ramos llorosos que sombrearan viejísimas paredes.






Imposible. Sólo un fragor inmenso de ruinas sobre ruinas.


Es el desesperado retornar de los tiempos que no fueron cumplidos


ni en gloria de la vida ni en verdad de la muerte.


Es la amarga plegaria que levantan los ángeles rebeldes


llamando a cada sitio donde pueda morar su dios irrecobrable.


Es el tropel continuo de sus lucientes potros enlutados


que asoman a las puertas de la noche la llamarada enorme de sus greñas,


que apagan con mortajas de vapor y de polvo toda muda tiniebla,


agitando sus colas como lacios crespones entre la tempestad.


La sangre arrepentida, sus heroicas desdichas.






Y nada queda en ti, corazón asediado:


apenas si un color, si un brillo mortecino,


si el sagrado mensaje que dejara la tierra entre tus muros,


se pierden, a lo lejos,


bajo un mismo compás idéntico y glorioso como la eternidad.

               
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Mujer en su ventana






Ella está sumergida en su ventana contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.


Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora


como el mar en un cuadro, y sin embargo el cielo continúa pasando


con sus angelicales procesamientos.


Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá lejos


seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,


y alguien en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra casa.


Inhóspito este mundo. Áspero este lugar de nunca más.


Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche


–¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,


pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se va creyendo


que los lazos rotos nacen preciosas alas,


los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,


aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.


Ella oyó en cada paso la condena.


Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,


la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,


como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,


hubieran sido el verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.


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Reseña biográfica







Poeta argentina nacida Toay, La Pampa, en 1920.


Su infancia transcurrió en Bahía Blanca hasta los dieciséis años, cuando se trasladó con sus padres a Buenos Aires


donde inició su carrera literaria.


Trabajó en el periodismo empleando varios seudónimos, dirigió algunas publicaciones literarias, hizo parte


de la generación «Tercera Vanguardia» de marcada tendencia surrealista, y basó su producción poética en la


influencia que en ella ejercieran Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz y Rilke.


Su obra ha sido traducida a varios idiomas y distinguida con los siguientes premios: «Primer Premio Municipal de Poesía»,


«Premio de Honor de la Fundación Argentina» 1971, «Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes», «Premio Esteban


Echeverría», «Gran Premio de Honor» de la SADE, «Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita»


en 1972, «Premio Nacional de Poesía» en 1988, «Láurea de Poesía de la Universidad de Turín», «Premio Gabriela Mistral»


otorgado por la OEA, «Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo» 1998.


De su obra merecen destacarse las siguientes publicaciones: «Las muertes» en 1951, «Los juegos peligrosos» en 1962,


«Cantos a Berenice» en 1977 y «Con esta boca, en este mundo» en 1994.


Falleció en 1999.

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Fuente. Antología Relámpagos de lo invisible.
Melan.






                                         

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