(párrafo)
"Existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa: es fácil deslizar una seta
venenosa entre un plato de inofensivos hongos. Con los ancianos y los niños, fingir
una confusión con los medicamentos no ofrece problemas. Se puede conseguir un
coche y, tras atropellar a la víctima, darse a la fuga. Si se cuenta con tiempo y crueldad, es
posible seducirla con engaños, asesinarla mediante puñal o bala en un lugar tranquilo, y
deshacerse luego del cadáver. Cuando no se desean manchas en las manos propias, no
hay más que salir a la calle y sobornar a alguien con menos escrúpulos y menos dinero.
Existen sofisticados métodos químicos, brujería, envenenamientos progresivos, palizas
por sorpresa o falsos atracos que finalizan en tragedias.
Existe también una forma antigua y sencilla: la expulsión de la persona odiada de la
comunidad, el olvido de su nombre. Durante algún tiempo el recuerdo aún perdura,
pero los días pasan y dejan una capa de polvo que ya no se levanta. Todo el pueblo se
esfuerza en dejar atrás lo sucedido con los puños apretados y la voluntad decidida, y poco
a poco, el nombre se pierde, los hechos se falsean y se alejan, hasta que,
definitivamente, llega el olvido.
Llega la muerte.
Es fácil. Una vez habituados a él, el olvido resulta sencillo. La mente, que flaquea con la
edad, ayuda a enterrar el pasado. A veces las puertas se abren y surgen los antiguos
fantasmas. Otras, la mayoría, permanecen cerradas, y los muertos no regresan de la
muerte, ni del olvido.
Es fácil. Se olvida todos los días.
Olvidaron a Elsa. Juraron que jamás permitirían que eso ocurriera, que, pasara lo que pasara,
Elsa continuaría entre ellos; lo que había sucedido con tantos no se repetiría. Elsa sobreviviría a
través de la distancia, sobre el bosque de cruces del cementerio, entre las acequias con agua y la
vía del tren que los llevaba a la ciudad.
Se equivocaban. No fue culpa de nadie. Sencillamente, pasó el tiempo de Elsa y nuevas cosas
los tomaron por sorpresa, nuevas cosas que ocuparon su lugar.
Se olvida todos los días. Todos los días llega la muerte.
Durante la mayor parte del año los cielos se mantenían azules en Duino, barridos a fuerza
de viento y helada. El sol relumbraba sobre las cúpulas esmaltadas en dorado, añil y
verde, y, a veces, las iglesias parecían esponjarse las plumas como pavos reales. Bajo los
azulejos de colores, las paredes viejas mostraban el barro, y después de la lluvia el
aire se llenaba de polvo rojizo: más bien después de las tormentas, porque en Duino
nunca llovía de modo pacífico. Las nubes cargadas de agua se dirigían al mar, y dejaban
de lado la zona, como si un hechizo antiguo les hiciera rehuir las torres refulgentes y la vida
perezosa de la ciudad. Si llovía, el agua llegaba envuelta en truenos. Si nevaba, los
copos se confundían con el pedrisco y el granizo.
Con ese clima las flores morían pronto, y en cuanto la primavera asomaba aparecían los
surtidores. Los habitantes de Duino planificaron parterres bajo la sombra más tupida de
los paseos, con la esperanza de llenar los parques con niños y perros que jugaran y dieran
vida a Duino. Les aterraba volver la vista a las afueras, a las colinas áridas de los alrededores,
y descubrirlas peladas y secas, con unos abrojos míseros y cuatro amapolas desangeladas y
chillonas. Nadie se había repuesto aún de los estragos que causó la gran sequía, cinco
años antes, pero la escasez de agua había terminado, y las fuentes volvían a ser potables; el río
había recuperado su caudal, y si el verano se mostraba clemente, Duino regresaría a la
normalidad. ..."
BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA.
El 16 de julio de 1974 nació en Bilbao, en el seno de una familia gallega, la escritora y columnista española María Laura Espido Freire, quien alcanzó reconocimiento en el mundo literario a través de sus apellidos ya que, desde el inicio de su carrera, evitó firmar sus trabajos con su primer nombre.
Durante la adolescencia, esta joven que se crió en Llodio (Álava), adquirió conocimientos musicales, aprendió canto y comenzó a crear sus primeros textos literarios. En este sentido, cabe destacar que, como soprano, llegó a integrar un coro que acompañó al famoso tenor José Carreras y le permitió viajar hacia varios países europeos.
Ya en época universitaria, abandonó su carrera musical para asistir a la Universidad de Deusto, donde se licenció en Filología Inglesa y obtuvo un diploma en Edición y Publicación de Textos. Por ese entonces, Espido Freire se vinculó a varios talleres literarios y fundó y coordinó algunas revistas.
Su debut como escritora llegó en 1998, cuando se publicó “Irlanda”, una novela que recibió el premio francés Millepage y que pronto se vio opacada con la aparición de una segunda obra, que recibió el título de “Donde siempre es octubre”. Con el tiempo, la trayectoria literaria de esta española se vería respaldada por otros libros como “Melocotones helados” (que fue distinguido con el Premio Planeta en 1999), “Primer amor”, “La última batalla de Vincavec el bandido”, “El tiempo huye”, “Aland la blanca”, “Cuentos malvados”, “Cuando comer es un infierno” y “Querida Jane, querida Charlotte”, entre muchos otros.
Además de realizar traducciones y dedicarse a escribir novelas, ensayos, poesías y relatos, Espido Freire también ha sumado, a lo largo de su carrera, experiencias en radio, televisión y como colaboradora de varios medios españoles como “El País”, “ADN”, “La Razón”, “El Mundo” y “Público”.
El Premio Ateneo de Sevilla, el NH Relatos y el Premio Qué Leer (por Mejor Novela Española) son algunos de los reconocimientos que ha obtenido esta escritora que ha sido traducida al alemán, griego, polaco, portugués, francés, holandés, turco, lituano y serbio.
Fuente: http://www.lecturalia.com/ - http://www.clubcultura.com/ - imágenes google
Melan.
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