Qué cara de infeliz, pensó aún dormido y pensó que no era muy original en sus juicios ya que todas las mañanas a esa misma hora y frente a ese mismo espejo pensaba lo mismo. Luego mojarse la cara, que ya no era tan de infeliz, afeitarse, y juzgarla otra vez. Mágicamente había dejado de ser de "infeliz" para convertirse en el triunfante rostro de Barragán, del señor Barragán, del hábil Barragán, del necesario Barragán, del estúpido Barragán que había dejado hervir el café y paciencia habrá que tomarlo así: hervido, aunque no le guste. Un segundo de indecisión: ¿de traje o de sport? mejor de sport: saco de tweed y pantalón gris. Repetirse que primero el pantalón y luego los zapatos y maniobrar el pie para no arrugar los pantalones pero no sacarse los zapatos. Una rápida mirada al departamento: todas las luces apagadas. Salir. Día de sol. Saludar al portero con una sonrisa. Caminar hacia el garaje. Detener la marcha: hoy no en coche, ha decidido ir a pie, casi como paseando. ¿Y la entrevista con la gente de Tartaria? Sonrie muy para él: es una linda mañana y quién le impide caminar hacia el lado de Plaza Francia. De paso pensar un poco en los contratos de Tartaria. No perdonarse el error cometido. Sentarse en un banco para pensar de nuevo en el error, sacar un lápiz dispuesto a hacer los cálculos del caso y de golpe medir la distancia con el lápiz, como cuando dibujaba. Pensar en la maldita cláusula que omitió en el contrato de Tartaria que la pintura la abandonó hace tiempo. Sonríe otra vez: apenas dibujante de publicidad, no exageremos, curso por correspondencia que garantizaba un brillante futuro: en un cuadrito el triunfador frente a su mesa de trabajo, de camisa sport y despeinado, observaba feliz su obra casi terminada; tenía un vaso de whisky en la mano. En el otro cuadrito de nuevo el triunfador, ahora vestido de noche, en una distinguida reunión, también con el vaso de whisky en la mano y rodeado de tres bellas muchachas que lo escuchaban con admiracion. "Un trabajo independiente, lleno de futuro." Y mandé cupón. Y mandó cupón. Se rió. Había sido fácil terminar el curso. Nunca hubo mesa de trabajo o vaso de whisky o reuniones distinguidas o tres muchachas que lo escucharan admiradas. Nunca como dibujante, claro. Que si bien muchachas no abundan, hay y habrá muchísimas reuniones distinguidas y muchísimos litros de whisky. Si lo requiere la empresa y, no olvidemos, Barragán es una figura clave en la empresa, clave aunque omita el inciso "B" de la cláusula quinta del contrato con Tartaria. Entonces por qué pensar en su frustrado (¿frustrado?) porvenir de dibujante y por qué Plaza Francia si la propuesta era caminar como si fuera domingo, sin apuro, no hay nada importante que hacer y uno es chico y llega hasta la Torre de los Ingleses y le pregunta a papá, que está al lado de uno, cómo diablos hacen para darle al reloj, allá arriba, y papá explica y lo lleva a uno, sin apuro, hasta allá arriba y desde allí todo es diferente: de un lado un rompecabezas de vías y trenes que llegan o se van, las vías también parecen llegar o irse; del otro lado los juegos del Parque Retiro. Ya no estaba. Habian construído el Sheraton Hotel. El progreso, piensa, y cruza la plaza buscando una librería. Compra papel y sobre. Ahora a una confitería pues, si omitimos el café hervido que tomó en su casa, todavía no ha desayunado. Y dos medialunas y un té y antes de escribir la carta entretenerse haciendo algunos dibujitos como en sus buenos tiempos, cuando soñaba con ser un triunfador del mañana. Por fin la carta y después carta y dibujos al bolsillo del saco. Las medialunas ricas, el té malo, pagar y caminar hasta el edificio de Tribunales que eso estaba decidido desde hacía bastante rato y no hay por qué demorarse más. Un nuevo interrogante en la esquina de Leandro Alem y Córdoba: ¿Seguir por Alem o subir por 25 de Mayo? Le gusta 25 de Mayo, por ahí una noche él y Jorge, adolescentes y curiosos, con alguna plata en el bolsillo, él y Jorge dueños del mundo y las coperas como esperándolos a él y a Jorge que lo fue a ver el otro día, seguramente después de pedir entrevista porque al señor Barragán hay que solicitarle entrevista, habrá explicado su eficiente secretaria y en la agenda anotó fecha y hora y anotó Jorge y entre paréntesis anotó "amigo" y "amigo" quedaba como el nombre de una empresa comercial que le pedía una cita al importante Barragán que se recuerda sonriendo de todo eso, que se recuerda abrazando a Jorge, que cuánto tiempo, que te acordás de aquella época, la pobre Estela, quién lo iba a decir, que en qué andás, pero che lo bien que se te ve. Y era mentira, por la ropa nomás se notaba que Jorge no andaba bien, por la ropa y esa cara de no entender nada, de encontrar a su amigo el dibujante, ahí metido, en semejante despacho, viste che, y con tantos teléfonos y hasta una pantalla de televisión, circuito cerrado para controlar la producción sin moverse del escritorio, explicó y la hizo funcionar para asombro de Jorge que preguntó si no se aburría de todo eso y con la mano fue haciendo un gesto y "todo eso" de golpe se extendió más allá de la oficina y la fábrica. "No hay tiempo de aburrirse", le explicó. Y efectivamente no había tiempo, que casi no queda para seguir atendiéndolo y mira llamame o te llamo, que ahora tengo que resolver el problema de unos contratos, una metida de pata mía, dijo sonriendo y ya no recuerda a qué había ido su amigo pero recuerda que rompió el papel en donde le había anotado su dirección, que ni tarjeta tenía. Y dónde andará ahora, que hoy podrían encontrarse, en La Taza de Oro, por ejemplo. Aunque esa confitería no es Jorge sino Noemí: feo nombre recuerda y también recuerda que con su nombre dibujó una cabaña y eso a ella le gustaba y él le habló de su soledad y eso le gusta a todas las mujeres y por un tiempo Noemí fue maravillosa e irreemplazable y sonetos con Noemí y planes con Noemí y otro montón de cosas y la alegría de que alguien otra vez lo llamara Enrique. Y el propio presidente del directorio le hizo la advertencia: amigo Barragán ( que para reprenderlo le decía "amigo") cómo pudo cometer semejante error con Tartaria, ahora no podremos retroceder, veremos cómo salir del paso y ya en confianza hablaron del alto cargo que él ocupaba y de los ojos de la empresa que estaban puestos en él y desde ese cargo usted entienda, no se pueden mantener relaciones por lo menos relaciones tan evidentes agregó sonrisita burlona con una empleada de la casa. Usted me entiende Barragán. Y claro que entiende, como los muñequitos; ante nosotros el maravilloso Carlitos que obedece a todo lo que se ordena. En aquel costado el que le da órdenes a Carlitos. En este otro, disimulado entre la gente, el que mueve los hilos para que Carlitos cumpla y por fin, en el centro: ¡Barragán! Salude Barragán Baile Barragan Hágase el muerto Barragán Salte Barragán Entienda Barragán. Quien no entendió fue Noemí. Decisión de "Sistemas" y "Sistemas" comunica al "Personal" y "Personal" resuelve. Nada podía hacer ¿acaso desautorizar a "Sistemas" y a "Personal"? Imposible, por las sospechas, ¿sabés? Pero que no se preocupe, que él iba a conseguir algo digno de ella, mucho mejor de lo que tenía hasta ahora, que después del viaje a Paraguay, sorpresivo, vos sabés cómo es esto, apenas unos días, trabajo mal pensada trabajo, después del viaje hablarían de eso. Y por tres veces se negó luego del viaje que no hizo. No llamó más, supo comprender, después de todo. Los de Tartaria no iban a comprender. Miró la hora y se divirtió imaginando los gestos de tan altas autoridades. Y sus preguntas. Y sus gestos y sus preguntas después, cuando ni su secretaria pueda explicar semejante decisión. Su eficiente secretaria que todavía logra justificar la demora con una sonrisa, que aunque no es normal que el señor Barragán se retrase hoy quizá tropezó con algún inconveniente y las tres caras de las tres altas personalidades aprobando en silencio sin imaginar que el inconveniente puede ser llegarse hasta Tribunales y antes desayunar en una confitería de Retiro y ahí mismo, después de hacer unos dibujitos, escribir una carta en la que se explica todo, incluso lo del contrato, para que la decisión no sorprenda a nadie. Guardar carta y dibujos en uno de sus bolsillos y comprobar que todavía están, en el preciso momento que entra a Tribunales y es recibido por un montón de caras que no le dicen absolutamente nada, cuerpos que van y vienen igual que las vías de Retiro vistas desde lo alto de la Torre de los Ingleses, pero sin el colorido ni la grandeza de las vías; una muchedumbre gris, impersonal y torpe. Caminar hacia la escalera de Tucumán, dudar unos segundos, después subir. Con Susana a quien nunca quiso y ella tampoco a él, qué necesidad había de mentirse y menos en ese momento: los dos estaban solos y la gente cuando está sola necesita quererse, tiene que quererse para no terminar como él: subiendo por las escaleras de Tribunales y pensando otra vez en Jorge que realmente fue su amigo y quizá ahora esté entre ese montón de gente que se veía desde el cuarto piso, sólo las cabezas, diferentes unas de otras, igual que las impresiones digitales, gran invento argentino que sirve para demostrar que todos somos distintos, que aunque resultemos parecidos cada uno tiene su propia y pequeña individualidad que le permite hacer lo que se le da la gana: confesar todo en una carta y dejar esperando a tipos importantísimos que por mucho que imaginen no podrán imaginar que el señor Barragán, el hábil Barragán, ahora esté subiendo del cuarto al quinto piso sin que le importe un comino la "empresa líder en su tipo". Recortó el aviso y mandó sus datos. Y tiene todo un futuro por delante, fundamentalmente gente joven, y éste será su despacho y dejemos esos ridículos dibujos que gracias a esa labor que hoy comenzaba él estaría por fin con la camisa sport y el vaso de whisky en la mano, igual que en el aviso: rodeado de bellas muchachas o solo con Susana que después de todo había sido su esposa aunque en ese momento era únicamente el rótulo de una carpeta "Gorriti de Barragán, Susana contra Barragán, Enrique Alberto, sobre divorcio", archivada unos pisos más abajo como para darle la razón a papá: que no era mujer para él, dijo papá pero papá llegaba tarde y muchas veces borracho y había que acostarlo, meterlo en la cama como si fuera un chico a pesar de que el chico era él, que hacía lindos dibujos y se los mostraba a su prima de la infancia que también se llamaba Susana y que estuvo con él cuando mamá se fue para siempre y papá que todavía no llegaba tarde ni se emborrachaba le decía que había que ser muy fuerte, que tenía que ser hombrecito y ya mamá no estaba pero tampoco estaba Susana y no estaba su promisorio futuro en la empresa, tampoco estaba Noemí pero él ya estaba en el sexto piso, casi feliz de haber logrado subir. Aún indeciso se acercó al borde del balcón-terraza, la misma indecisión de aquella otra mañana cuando lo acercaron hasta otro borde y alguien lo tomaba de la cintura y lo alzaba, para que le des el último beso. Aquella vez papá decía que había que ser muy hombrecito, la gente estaba al lado de uno y así era mucho más fácil. Ahora, desde el sexto piso, a la gente se la veía muy lejos, allá abajo, toda mezclada, como muchas impresiones digitales juntas, unas sobre otras y entonces se hace difícil saltar, sin nadie que lo alce tomándolo de la cintura. Puso las manos en los bolsillos: descubrió la carta y los dibujos. Rompió todo en pedacitos y los fue tirando por el borde, como papel picado de carnaval. Miró hacia ambos lados, temeroso de que alguien descubriera su travesura, y retrocedió del borde; asustado. Caminó rápido hasta los ascensores. En la planta baja suspiró tranquilo, después consultó la hora: habría que pensar una buena excusa para la gente de Tartaria. Activo otra vez, salió de Tribunales imaginando una historia que pudiera justificar esa mañana perdida.
BIOGRAFÍA:
Desde muy joven, el argentino Vicente Battista se sintió atraído por la lectura, un hábito que desarrolló en la biblioteca popular socialista del barrio de Barracas, donde vivía. Allí comenzó a leer a Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Emilio Salgari, Julio Verne, Jack London y a Mark Twain.
En 1961, este muchacho que había nacido en 1940 en la ciudad de Buenos Aires se suma a la redacción de la revista literaria “El escarabajo de oro”, donde Battista publicaría sus primeros cuentos. Seis años después, el escritor recibe el premio cubano de Casa de las Américas y del Fondo Nacional de las Artes (Argentina), por su libro “Los muertos”.
Ya en la década del “?70, el autor formaría parte, junto a Mario Goloboff, de la fundación y dirección de “Nuevos Aires”, una revista de ficción y pensamiento crítico. Tiempo más tarde, Battista probaría suerte como guionista de “La familia unida esperando la llegada de Hallewyn”, una película que fue distinguida en Alemania con el Gran Premio de Manheinn.
“Esta noche, reunión en casa” es otro de los libros publicados por Vicente Battista. Su aparición se remonta a 1973, año en que el escritor viajó a España con el propósito de sumar experiencia como guionista cinematográfico. En un principio, su idea fue quedarse sólo un par de años en Barcelona, pero el golpe militar argentino hizo que el autor optara por mantenerse lejos de su país hasta la vuelta del régimen democrático.
Durante ese periodo, la obra de Battista se vio ampliada por la aparición del ensayo titulado “Literatura latinoamericana en lengua española” (escrito junto a Jordi Estrada) y el libro de cuentos “Como tanta gente que anda por ahí”. Hacia finales de la década del 70, su actividad literaria también incluiría participaciones en diversos congresos celebrados en Francia y España.
Aunque tenía ya muchos años de experiencia en el mundo de las letras, todavía faltaba algo en la trayectoria de este argentino. Así fue que, tras regresar a su país con el restablecimiento de la democracia, Battista debutó como novelista a través de dos libros: “El libro de todos los engaños” y “Siroco”. Desde ese entonces, el escritor no sólo se dedicó a crear cuentos, sino que también incursionó en el género novelístico y sumó colaboraciones en diversos medios, entre los que se destaca el diario "Clarín".
“El final de la calle” (Primer Premio Municipal de Literatura), “Sucesos argentinos” (Premio Planeta), “Gutiérrez a secas”, “El mundo de los otros” y “La huella del crimen” son otros de los títulos que conforman la extensa obra literaria de Vicente Battista.
REPORTAJE:
LA LITERATURA MI MODO DE VIDA
Reportaje realizado por la revista LA REVISTA DIGITAL DE CULTURA CUBANA
José Luis Estrada Betancourt • La Habana
José Luis Estrada Betancourt • La Habana
La Habana - Febrero de 2005
El argentino Vicente Battista no es solo un hombre de pipa en mano. Es un periodista y, sobre todo, un excelente escritor; el autor de Gutiérrez, a secas, título que, desde su presentación en la XIV Feria Internacional del Libro, se ha convertido en un suceso en la Isla. Por eso está ahora en La Jiribilla, para que entere a los lectores cubanos de su producción literaria y de su vida.
Vicente, usted fue fundador de la revista Nuevos aires en Argentina. ¿Resultaron ciertamente nuevos los aires?Nuevos aires, nos la habíamos planteado como una revista cultural con Mario Goloboff, el otro fundador; pero la situación política de Argentina nos obligó a ir cambiando su perfil y a conducirla hacia un pensamiento crítico. Allí aparecieron el Diario de Inti Peredo, la guerrilla en toda su magnitud, y muchos otros temas, aunque siempre desde una perspectiva marxista... Estuvo saliendo hasta que tuve que marcharme para España. Mario se fue para Francia.
¿Está hablando del 73, cuando se exilió?
Efectivamente, y la causa fue Nuevos aires. Les molestaba el tópico Cuba, que se abordaba con frecuencia. Recuerdo también que cuando el triunfo de Allende se presentó el artículo La otra cara de la Moneda. Así que comenzaron a venir visitas extrañas a mi departamento (en la publicación aparecía mi dirección particular). En Buenos Aires, había que estar muy bien con el encargado, porque se te acercaba y te decía: “estuvo alguien a preguntar por usted”. Andaba buscando información. La cosa se puso muy pesada. Había que irse.
“Por aquel entonces, yo había realizado el guión de La familia unida esperando la llegada de Hallewyn, película que ganó el Gran Premio del Festival Internacional de Manheimm, Alemania. El director estaba allá, y luego bajó a Barcelona con mucha fama, así que me convidó a que me le uniera.”
Usted no ha abandonado del todo el periodismo...
En mi país sucede como en casi todas las partes del mundo, que difícilmente se puede vivir de la literatura, aun cuando salga un libro tuyo y tenga éxito. Cuando gané el Planeta en el 95, con Sucesos argentinos, se comerciaron 10 000 ejemplares, pero lo que recibes solo alcanza para vivir unos meses. Por tanto, los escritores nos las arreglamos haciendo talleres, impartiendo cursos y haciendo trabajos periodísticos.
“Si bien ambas profesiones emplean la palabra como instrumento, en mi caso se hace un corte esencial. Si un editor quiere contratarme poniendo condiciones sobre el número de páginas y el tiempo de término, no lo acepto, porque no puedo hacer literatura por encargo; en cambio, si me llama un editor para que haga una nota sobre los argentinos que se volvieron locos por la llegada de extraterrestres, por ejemplo, me acomodo a sus exigencias, si me conviene. Para mí, el periodismo es un medio de vida; y la literatura, un modo de vida. Yo pienso constantemente en la literatura. Jamás en el periodismo, con todo el respeto que le tengo a esa labor.”
Los muertos, su primer libro tuvo la “suerte” de ganar una mención en Casa de las Américas. ¿Qué significó ese reconocimiento para usted?
Vamos a contextualizarnos. Estaba en El escarabajo de oro y tenía 26 ó 27 años, cuando envié el volumen a Cuba. Nunca he podido olvidar el momento en que recibí la carta de Casa de las Américas, firmada por Haydée Santamaría —todavía la conservo—, donde decía: su libro ha obtenido una mención. Fue grandioso, sobre todo, para un momento en que Cuba estaba prohibida. Mi triunfo era un galletazo.
“Los premios literarios casi siempre están amañados, pero yo desconocía a los miembros del jurado. Con el tiempo me enteré de que en él se encontraba Mario Benedetti. Alguien leyó Los muertos y lo consideró premiable. Imagínate, mi primer libro...”
“Quiero que sepas que este reconocimiento tiene su historia. En aquella época, estaba muy cerca de un hombre maravilloso, Leopoldo Marechal, quien ya pasaba los 50, pero era tan sabio como Thiago de Mello. Y él, como viajaba a Cuba pues era jurado de novela, me pidió el libro para traerlo, solo que yo había enviado el original a Suiza. No obstante, insistió y mi mujer, Gloria, se encargó de mecanografiar una copia.”
“Un día, después del Premio, fuimos a visitar a Dalmiro Sáenz, quien era uno de los escritores que evaluaron los cuentos, para que me relatara sobre Cuba y me comentó: ‘con tu libro pasó una cosa curiosa. Había una sola copia, la cual fue circulando entre todos’, es decir, que estaba para ganar, porque de lo contrario nadie, posiblemente, se hubiera fijado en Los muertos.”
Con los escritores españoles Juan Madrid y Belén Gopegui
Usted hizo el guión de un filme, ¿por qué no más cine?
Con el cine me ocurre igual que con el teatro. Terminando las chicas el período escolar el 15 junio del 84, el 1ro. de julio ya yo estaba en Argentina. Para bien, ubican al frente del Centro Cultural San Martín a Javier Torre, escritor y director de cine, quien era joven y muy abierto a todas las tendencias, excepto al fascismo.
Él me llamó un día por teléfono para decirme que quería montar una obra mía. Yo le agradecí, pero le expliqué que no tenía ninguna, y entonces me soltó simplemente: ¡escríbela! Por eso hice Dos almas en el mundo, una pieza con dos mujeres. Se estrenó y estuvo seis meses en cartelera, con un éxito tremendo.
“¿Por qué todo esto? Porque yo escribo cuentos y novelas y termino publicándolos. Y en el caso de teatro y el cine me ocupo si me lo piden, máxime cuando no soy dramaturgo”.
Su primera novela no aparece hasta el 84...
En realidad, yo me voy de Argentina con un libro de cuentos Los muertos, otro que se titula Esta noche reunión en casa y en España publico Como tanta gente que anda por ahí. Luego me puse en función de mi primera novela: El libro de todos los engaños, que iba a ser contratada por Editorial Bruguera, la cual entra en una crisis económica. Sin embargo, como su homóloga en Argentina era independiente, asumió los originales de los autores argentinos.
“De regreso a mi país en el 84, ya tenía dos novelas concluidas: El libro... y Siroco, pero no deseaba que salieran al mismo tiempo y que la gente pensara que soy muy prolífico, porque no es la verdad. Por eso hay una diferencia de un año entre una y otra. Después vino un largo descanso, a pesar de que iba tomando vida El final de la calle (cuento), con el que me otorgan el Premio Municipal de Literatura, que significó un subsidio vitalicio. Por Editorial Emecé llega más tarde y nuevamente Siroco, y yo publico Sucesos argentinos, hasta que en el 2002 aparece Gutiérrez, a secas.”
No obstante, aunque Siroco sale después, camina con mejor pie que Los libros...
Siroco vio la luz en Francia por Éditions Le Mascaret, al igual que Sucesos argentinos, que apareció con el título Le tango de l’homme de paille (Éditions Gallimard), algo así como El tango del hombre de paja.
Vayamos a Gutiérrez, a secas, ¿cuánto hay en el protagonista de usted?
Gutiérrez es mi Mr. Hyde —por suerte, no lo despierto nunca y no tengo la inyección que se ponía Jekyll. Fíjate, es un tipo amargado, no se ríe nunca, no tiene prácticamente sentimientos (al no ser hacia la electrónica y la computación). En fin, no tenemos nada en común. Es un escritor que está pensando hacer una novela que no va a terminar nunca; y mientras tanto, escribe por encargo. Ese antagonismo entre nosotros es lo que me permite tomar distancia y verlo con mayor amplitud, para saber que es un personaje que puede funcionar.
“Esta novela representó un desafío interesante. Con la anterior, Sucesos argentinos, me rotularon de escritor policiaco. No tengo nada en contra de este género —de hecho me gusta leerlo y hasta imparto cursos sobre él—, pero no es así. Entonces, me propuse crear una historia que no se pudiera sindicar. Se me ocurrió la primera frase y la última, pero no sabía si se transformaría en una novela o un cuento. Finalizó convirtiéndose en Gutiérrez, a secas. El personaje tomó identidad propia, al punto de que ni yo mismo sabía hacia dónde me iba a llevar. Opté por no emplear los pronombres, así que Gutiérrez se vuelve una especie de cantinela, pues se repite 1756 veces. En un inicio, el lector lo rechaza, pero luego termina sentándose en él y cabalgando.”
En Gutiérrez, a secas se muestra la relación escritor-corrector-editor. ¿Cuál es su visión sobre este vínculo?
Los correctores en Argentina son bastante cuidadosos. El de Editoral Emecé me daba la novela corregida. Si había algún error de tipo gramatical, te ponían un cartel que rezaba: “se debería decir así..., queda al criterio del autor”. Sin embargo, por razones económicas, las editoriales prescinden cada vez más de ellos, porque hay que pagarles. Los grandes diarios del país no tienen. Le piden al autor que presente la novela lista y te la dan después para que la revises, y punto. En cambio, en Gutiérrez, a secas los convierto en figuras dantescas.
“La novela ya se había publicado en Argentina y en España. En Cuba me sucedió de otro modo; envié el texto y al tiempo me llegó un primer correo con algunas sugerencias y correcciones, al que le siguieron otros tantos. Te aseguro que en mi vida me había encontrado con alguien que se leyera mi libro con tanto cuidado, pasión y rigor como lo hizo Isabel, la editora, lo cual agradezco sobremanera.”
¿Qué significa ser escritor en Argentina?
De pronto, no ser nadie. Hasta no mucho —y yo soy un hombre que va a cumplir 65— cuando iba a un hotel y me preguntaban la profesión, ponía periodista, porque como escritor me decían: “Sí, de acuerdo, pero de qué trabaja”. Si yo quiero sacar una tarjeta de crédito tengo que demostrar mis ingresos. ¿Y el escritor cómo lo hace? Ojo, usted podrá ser muy famoso, muy leído; salir por televisión y por radio, pero en Argentina no se le da crédito a la fama, sino a su economía. La gente piensa que uno la pasa de lo más bien, pero lo cierto es que trabajo muchísimo, solo que en lo que me gusta. A veces me va bien y otras no tanto.
“Hubo una época en que el escritor tenía una importancia esencial para la política del país. Cuando los fascistas militares antisemitas de Francia atacaron a Dreyfus, Emile Zola escribe su célebre Yo acuso y eso crea un notable antecedente. Otra carta célebre, que pagó con su vida, es la de Rodolfo Walsh a los militares argentinos, pero hoy en día, ya en democracia nuevamente, no importa lo que opine este o aquel escritor. Tendrá peso para el hecho político, mas lo interesante es el criterio de un economista o un empresario, pero no de un intelectual. En EE.UU., por ejemplo, poco ayudó que la inteligencia demostrara el tipo que es Bush. Al final resultó electo. No existe esa comunión que yo veo en Cuba entre el escritor y el lector.”
Y sin embargo, usted insiste en ser escritor...
Desde el primer día que me dediqué a la literatura, porque me da gozo, me hace feliz; me siento bien. Tuve una época de estar con la justa. Los primeros años en España comía fideo con margarina, porque no nos alcanzaba ni para la mantequilla. No obstante, de la misma manera que no me arrepentí de retornar a Argentina, no me arrepiento de elegir como modo de vida a la literatura.
Después de Gutiérrez, a secas, ¿qué viene?
Tengo una novela casi terminada, que está por publicarse y tendrá cierto corte policial. Trata sobre un comisario muy popular que había en mi país y se llamaba Meneses. Y tengo entre manos otra, cuya idea surgió antes —lo aseguro— que Memorias de mis putas tristes, de García Márquez. Me desperté una mañana y se me apareció esta frase: “La puta con la que debuté se tuvo que haber muerto. Hoy tengo 65 años, ella me llevaba 20. Si no se murió está en un Geriátrico. He decidido encontrar a esa mujer”. Y es un tipo que, sin ninguna razón, decide buscar a alguien de quien ya no recuerda ni el nombre. En realidad, esa es la excusa, pues lo que persigue es replantearse todo en el último momento de su vida.
“Por otro lado, quisiera escribir una novela que esté contada en primera por el personaje; y en tercera persona por el autor, donde los dos lenguajes se vayan cruzando. Todo un juego narrativo”.
¿Qué le ha parecido La Habana y su Feria Internacional del Libro?
Antes había estado una semana en visita no oficial, hace cuatro años. La Habana es bella y yo soy un ortodoxo de la Revolución. Desde 1959 se encendió ese faro y no ha dejado de alumbrarnos. Caminar por esta ciudad, ver a los cubanos, hablar con ellos, me da la esperanza de que no todo está perdido y que vamos adelante. La Feria me parece algo increíble. Es imposible contarla a quien no la ve, hacerle entender esa conexión que hay entre el lector y el autor. Aquí el concepto de compañerismo está llevado a su expresión más profunda. No lo dudes.
Fuente: Propia, Poemas del Alma y La, Revista Digital de Cultura Cubana.
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