[...] Se viene un milagro dijo el cura y a Carré le pareció que escupía en un pañuelo. Prepare la valija y espere las instrucciones. Iba a preguntarle de qué se trataba pero el cura se alejó tosiendo. Carré se levantó y salió despacio.[...] ...A las cuatro de la mañana lo despertó el teléfono mientras la lluvia golpeaba contra la ventana...Levantó el tubo y gritó unos cuantos insultos, exaltado por el miedo y la borrachera. Ya iba a colgar cuando oyó la voz del cura, quebrada por los ruidos de la tormenta. Terminado, Carré. Muerto. ¿Me oyó? Queme todo y desaparezca que ya pasan a buscar el cadáver.
2
La mañana del funeral fue gris y destemplada. Carré llevaba un sobretodo viejo y un sombrero de fieltro para protegerse de la nieve. Desde su escondite alcanzaba a ver el montículo de tierra húmeda y la cruz de madera ordinaria. Entre los cuatro desconocidos que rodeaban el ataúd había una rubia vestida de negro. Un cura regordete masticaba chicle y rezaba en latín. Los otros dos llevaban trajes oscuros y el más alto sostenía un paraguas tan grande que los cobijaba a todos. De vez en cuando la mujer se apartaba el velo para estornudar y sonarse la nariz. El cura calzaba galochas y se envolvía con una bufanda negra. Mientras decía la plegaria sacudía una polvareda de incienso que la brisa se llevaba hacia la arboleda cercana. El mas petiso, que tenía el pantalón enchastrado hasta las rodillas, sostenía una corona de flores como si fuera un maletín. La rubia, que había seguido la ceremonia con la solemnidad de un coronel de infantería, hizo una señal con la mano en la que apretujaba el pañuelo. Al rato, arrastrando cuerdas y palas, aparecieron dos sepultureros que venían de escuchar a los chicos que cantaban frente a la tumba de Jim Morrison.
Mientras bajaban el ataúd, Carré no consiguió disimular su tristeza. Se dijo que al menos podrían haber contratado a las lloronas del barrio para mostrarle un poco de afecto. Su entierro era tan insignificante y desgraciado como el de Oscar Wilde, que tenía una estatua desnuda y tiesa al fondo del sendero. Por lo menos al escritor lo había acompañado un perro callejero y los confidenciales británicos le sembraron un cantero de petunias que utilizaban para entregar sus mensajes a los enlaces de la Security.
Al ver que los peones echaban las primeras paladas de tierra, Carré sintió un desfallecimiento y tuvo que apoyarse en el ala de un querubín para no perder la compostura. Ni siquiera advirtió que su sombrero rodaba por el suelo y abría un delgado surco sobre la nieve. Parado allí, con el corazón apretujado, sin saber lo que haría al volver a la calle, se preguntó quién ocuparía su lugar. Quizá habían puesto un montón de piedras o el cuerpo de un perro reventado por el frío, como solían hacer los polacos y los búlgaros
La noche anterior, después de atender el llamado, se metió en el bolsillo la pistola y el libro de la Princesa Rusa y se precipitó escaleras abajo para esconderse en el bar de la Gare du Nord. No percibió ninguna señal de Pavarotti. Al amanecer, para estar seguro de que ya no lo seguía, se acercó a su casa y encontró la puerta del edificio abierta de par en par. A la entrada alguien había colocado una ofrenda de flores, un horario de inhumación en el cementerio del Pere Lachaise y una urna para dejar las condolencias. Como no estaba seguro de que alguien le llevara el pésame, Carré tomó una tarjeta en blanco, escribió un nombre de mujer y la echó en la urna. Más tarde, mientras esperaba el ómnibus, sintió la irresistible tentación de asistir a su propio entierro. Todavía no podía hacerse a la idea de que estaba fuera de la vida, de que tendría que penar para siempre como un espectro de carne y hueso al que nadie puede ver.
Pensó en lo que diría su padre si pudiera verlo. Recordaba una pesadilla que había tenido en la cárcel de Alemania: se perdía en un bosque y corría a tontas y a locas hasta que caía en un pozo lleno de arañas y murciélagos. Gritaba aterrorizado llamando a su padre que pagaba las cuentas de la vida en una ventanilla donde hacían cola decenas de hombres y mujeres sin cara. Entonces el padre se acercaba y le ponía la mano sobre la cabeza. Todavía sentía la dulzura de la mano. Casi no conoció a su padre pero lo imaginaba por la foto en blanco y negro que su madre le había dejado en la pieza. Muchas veces se preguntaba cómo había sido aquel hombre cuando tenía su edad y llegó a la conclusión de que pasó sin contar para nadie, sin dejar huellas en el camino. En la foto aparecía como de treinta y cinco años, bien afeitado, con una corbata de nudo intemporal, peinado de época antes de que se llevara el corte de los yuppies. Era un hombre que no llamaba la atención. Tal vez se conformaba con tener al día los expedientes de Vialidad y llevar el sueldo a casa. Pero, ¿con qué soñaba? ¿Deseaba a otra mujer? ¿Tenía enemigos? ¿De qué cuadro era? Durante los años en Buenos Aires Carré sintió la vida como un espacio vacío. Tenía algún conocido pero no amigos de verdad. Le enseñaron a amar confusamente a la patria, pero nunca soñó con representarla en un país lejano. Pronto asumió su infortunio con las mujeres y de tanto en tanto iba a buscar consuelo en los alrededores de Constitución. A veces sospechaba que también su padre había acudido a esos hoteles baratos para olvidarse de algo. ¿Pero de qué? No estaba seguro de que lo hubiera hecho feliz ver a su hijo trabajando de espía en París. Aunque sin duda las medallas lo colmarían de orgullo si hubiera podido verlas.
Miró a su alrededor y no vio más que al cura y los falsos deudos que se persignaban frente a la tumba. La rubia recogió con elegancia el vestido que le llegaba a los tobillos y abrió la marcha por el sendero de lajas. Tenía los tobillos bien formados y un gran agujero en la media derecha. El hombre alto fue tras ella y la cubrió con el paraguas mientras el cura aplastaba el chicle sobre una tumba vecina. Carré recogió el sombrero, lo limpió con la manga del sobretodo y lo que vio entonces no iba a olvidarlo jamás. El cura volvió sobre sus pasos, se arremangó la sotana y a favor del viento y la nevisca se puso a mear muy orondo sobre la tumba recién cerrada. Carré se mordió el puño, ciego de furia, y trató de grabarse los rasgos del meador solitario. ¿No lo había cruzado antes en el Refugio o en la fugacidad de una cita clandestina? ¿O se parecía a uno de los tantos desconocidos que le pasaban mensajes para otros desconocidos? Lo vio partir tosiendo, rascándose la cabeza por debajo de la gorra, y alcanzó a registrar que el pelo era negro y lo llevaba bien cortado.
Salió del escondite arrastrando la pierna agarrotada por las várices. Apretaba en el bolsillo el libro de la Princesa Rusa y no pudo contener un gesto de asombro. Su nombre completo estaba grabado en la cruz, como si fuese el de un tipo cualquiera, de esos que tienen familia y un domicilio conocido. Sacudido por la sorpresa, sólo atinó a quitarse respetuosamente el sombrero y a levantar la corona caída en el barro.
No prestaba atención a las voces que cantaban los versos de Morrison. Pensó en arrancar la cruz que delataba su identidad pero comprendió que sería inútil ya que el mensaje estaba dirigido a la red y a nadie más le importaba su existencia. Pero, ¿por qué El Pampero había decidido matarlo así? ¿Por qué no lo habían liquidado de verdad como hacían los ingleses que empujaban a los suyos bajo las ruedas del subte, o los alemanes que aparecían flotando en el Sena después de una noche de juerga? ¿Lo consideraban tan insignificante que ni siquiera merecía que le dispararan una bala en la nuca? Acomodó la corona y se dijo que lo mejor sería esconderse en alguna parte y esperar nuevas instrucciones. Después de todo, el Jefe le había dicho que él sería el ojo de la patria en las puertas del infierno. Quizás esa noche en el Refugio alguien sentiría un poco de pena por él, aunque no estaba seguro. Cerca, dos viejos limpiaban un cantero y arrojaban flores marchitas en el cesto de la basura. Antes de irse Carré se agachó a despegar el chicle con las marcas de los dientes del cura. Lo envolvió en el pañuelo y juró sobre su propia tumba que no iba a descansar hasta encontrar al hombre que había profanado su última morada.
BIOGRAFÍA CRONOLÓGICA:
1943
Nace en Mar del Plata, el 6 de enero. Hijo de José Vicente Soriano –un catalán que había arribado a Argentina a los dos meses de vida- y doña Eugenia, nacida en Tandil, en la provincia de Buenos Aires. "Mi madre —escribió él— dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra".
1960
1960
Ganó sus primeros pesos jugando al fútbol y nunca terminó el ciclo secundario. Muy joven comenzó a escribir cuentos. Va a vivir con su familia a Tandil. Allí comienza a trabajar como periodista en "El Eco".
1969
1969
Se instala en Buenos Aires, más precisamente en una pensión sobre la Av. De Mayo, y comienza a trajinar las redacciones porteñas. Trabajará como periodista en medios gráficos (Primera Plana, Panorama, La Opinión y El Cronista Comercial) a la par de figuras como Tomás Eloy Martínez, Juan Gelman, Roberto Cossa, Rodolfo Walsh o Francisco Urondo.
1971
1971
De todos los medios periodísticos en los que colaboró en la década del 70, siempre rescató su trabajo dentro del diario La Opinión. "Fue, en su mejor época, un diario de lujo para una élite de profesionales e intelectuales liberales o de izquierda", lo definía Soriano. Integrar el staff del diario de Jacobo Timerman era un motivo de orgullo profesional. En torno al medio se nucleaban reconocidos periodistas de Buenos Aires que tenían como objetivo hacer un periodismo diferente. Trabaja en La Opinión desde una semana antes de la aparición del primer número -en mayo de 1971-, hasta mediados de 1974.
1973
1973
En La Opinión tenía a su cargo la sección "Historias de vida", que le dio la posibilidad de delinear su primera novela, -Triste, solitario y final-, y con ella un estilo propio impregnado por la narrativa periodística."Hay quien recuerda que, por esos años, Soriano se escabullía detrás de las columnas de mampostería de La Opinión para que ningún jefe obsesivo le encargara alguna nota. Pero muchos son los que recuerdan que las Historias de Vida, que escribía con placer y maestría, son verdaderas joyas de la historia del periodismo argentino del siglo XX, como la nota dedicada al caso Robledo Puch. La Opinión, que exageraba su sobriedad al extremo de no publicar noticias ‘policiales’, se encontraba en un aprieto: el joven Carlos Eduardo Robledo Puch había asesinado a por lo menos 11 personas y había cometido una treintena de atracos. Por ese entonces, Osvaldo Soriano estaba a cargo de la sección deportes, un puesto muy expectable para alguien tan futbolero como él, donde podía dar rienda suelta a su rigurosa erudición en la materia y a su desbordado entusiasmo de hincha. ‘Ganaba muy bien y había ideado, con Eduardo Rafael, un excelente método para trabajar poco y salteado’, recordaba Soriano. Pero Jacobo Timerman le pidió que escribiera ‘la mejor nota de Buenos Aires sobre el caso Robledo Puch’. Soriano contó cómo encaró periodísticamente la cuestión: ‘Opté por la reconstrucción de los hechos según todos los testimonios existentes hasta entonces. El artículo apareció en el suplemento cultural y me valió un cuantioso aumento de sueldo que el director me anunció personalmente’", escribió Sergio Marelli en un artículo sobre Literatura y Periodismo publicado en "etcéter@". Se edita "Triste, solitario y final", su primera novela. Será traducida a doce idiomas y obtendrá el Premio Casa de las Américas de Cuba. "La primera vez que leí ‘Triste, solitario y final’, recién regresado al país, en el `79, y la maravilla de descubrir que alguien se le animaba a la idea de meter en un paquete a Laurel & Hardy, a Philip Marlowe y a un escritor de apellido Soriano y conseguir lo que me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora una obra maestra. La noche en que lo conocí, estimo, de una de las mejores maneras posibles de conocer a Osvaldo: hacerle una entrevista sobre Raymond Chandler y él parando la pelota -o descargando el revólver- para pedirme que le contara el libro que yo estaba escribiendo", escribió Rodrigo Fresán.
1976
1976
Después del golpe de Estado, del 24 de marzo se traslada a Bélgica y, más tarde, a París donde vivirá hasta 1984.Junto a Julio Cortázar, Carlos Gabetta e Hipólito Solari Yrigoyen, fundó el periódico Sin Censura, donde se denunciaban las aberraciones y los crímenes perpetrados por los militares. "Durante muchos años fue colaborador del periódico italiano Il Manifesto, afín a sus convicciones ideológicas y profesionales. Esa fidelidad por los medios en los que elegía trabajar, le hizo rechazar los ofrecimientos que le acercaban los diarios más importantes de Italia por la venta masiva de sus libros, y porque había conseguido que los italianos se identificaran con el tono y los personajes de sus crónicas. Desconfiaba de los grandes medios porque creía que su ‘grandeza’ es proporcional a la de los intereses que defienden, siendo, en consecuencia, escasas las posibilidades de escribir con absoluta libertad de opinión. Escribía sobre asuntos del pueblo -frustraciones y sueños de la gente común, la alegría de quienes se juntan detrás de un nosotros para defender un ideal, y las oscuras lágrimas de los solitarios-, asuntos de escritores -como el terror a la página en blanco o el desfalco de los editores-, y enigmas de la historia que buscaba desentrañar con el convencimiento de que se podía rastrear en el pasado el origen de los males presentes", escribió Sergio Marelli en el citado artículo, publicado en "etcéter@".
1981Su novela "Cuarteles de invierno", es considerada la mejor novela extranjera del año en Italia, y será llevada dos veces al cine.El célebre escritor Italo Calvino, dirá de la obra de Soriano: "Humor negro, acción vertiginosa, diálogos apretados y chispeantes, un estilo rápido y seco, como el de un Hemingway heroicómico".
1983
1981Su novela "Cuarteles de invierno", es considerada la mejor novela extranjera del año en Italia, y será llevada dos veces al cine.El célebre escritor Italo Calvino, dirá de la obra de Soriano: "Humor negro, acción vertiginosa, diálogos apretados y chispeantes, un estilo rápido y seco, como el de un Hemingway heroicómico".
1983
En Buenos Aires, se estrena la película "No habrá más penas ni olvido", llevada al cine por Héctor Olivera basada en su novela homónima. El film gana el Oso de Plata en el festival de cine de Berlín. Se publican, en Buenos Aires, seis ediciones de su novela "Cuarteles de invierno"."En ‘No habrá más penas ni olvido’ y principalmente en ‘Cuarteles de invierno’ está todo lo que era el peronismo, con el amor que tuvo él siempre por la gente humilde que sufrió la persecución. Para mí ésa es la mejor cualidad de él como escritor, el habernos entregado esas dos obras sabias para que las generaciones posteriores conozcan lo que fue el peronismo", opinará Osvaldo Bayer.
1984
1984
Regresa a Buenos Aires acompañado de su mujer, la francesa Catherine Brucher. Participó en dos proyectos que renovaron la prensa argentina en democracia: el semanario El Periodista -junto a Carlos Gabetta- y, posteriormente, el diario Página/12. Editorial Bruguera edita su libro "Artistas, locos y criminales".Trabaja como periodista en diversos medios gráficos."Sus libros no se parecen a lo que se llama literatura política, pero retrató al peronismo de los 70 como nadie en las letras del país, con un militante a cada lado de la escopeta. Tampoco era un periodista en el sentido convencional, y sin embargo estuvo en los dos proyectos que renovaron la prensa del país después del medio siglo de cerrojo militar y cultura del miedo: primero El Periodista, de donde se fue peleado bien al principio pero igual dejó su huella, y después Página/12, contra la que chivaba como todos los que la hacen y muchos de los que se resignan a leerla, pero a la que no aceptó dejar cuando lo tentaron de lugares más convenientes para su respetabilidad. Aquí fue uno de los que puso la pequeña dosis de humor vitriólico de los '70, indispensable para que las pompas de jabón de la Generación X se inflaran y volaran hasta donde pudiera verlas alguien más que los que soplaban. Su firma acompaña la de los otros 23 fundadores de Periodistas, la Asociación para la Defensa del Periodismo Independiente", escribió Horacio Verbitsky.
1988
1988
Se edita "Rebeldes, soñadores y fugitivos", colecciones de textos e historias de vida. El mismo año se publica "A sus plantas rendido un león", una novela de gran éxito editorial.
1990
1990
Se publica en Buenos Aires su novela "Una sombra ya pronto serás".
1992
1992
Se publica, en Buenos Aires, su libro "El ojo de la patria".
1993
1993
Se publica "Cuentos de los años felices", historias cortas, la mayoría de las cuales aparecieron en el periódico Página/12, del cual Soriano es asiduo colaborador. Recibe, en Italia, el Premio Raymond Chandler Aiwar.
1994
1994
"Una sombra ya pronto serás" es llevada al cine en Argentina, por Héctor Olivera.Sus novelas fueron editadas en veinte países y traducidas a más 15 idiomas (inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, noruego, holandés, griego, polaco, húngaro, checo, hebreo, danés y ruso). Recibe el Diploma al Mérito en Letras otorgado por la Fundación Kónex.
1995
1995
Se edita en Buenos Aires "La hora sin sombra".
1997
1997
.Muere el 29 de enero en Buenos Aires."Osvaldo Soriano era uno de los mejores narradores argentinos de esta segunda mitad del siglo. Un grande, como Arlt y como Cortázar, que fundó su propio lenguaje y su propio reino de imaginación. Pocos narradores eran tan famosos -y con justicia- como él fuera de la Argentina. Y sin embargo se fue, como corresponde a un argentino cabal, sin haber recibido nunca ninguno de los numerosos premios oficiales o institucionales que este país concede a otros con menos obra, menos talento y menos grandeza creadora", escribirá Tomás Eloy Martínez.Luego de su muerte se edita "Piratas, fantasmas y dinosaurios" (Editorial Norma). "De tanto en tanto me gusta publicar un libro que reúna ficciones y artículos. Al armarlo como un rompecabezas me pregunto si este o aquel texto debe ir al comienzo o al final. Después, todo es bastante arbitrario y caótico- los cuentos se mezclan con los homenajes, las evocaciones con los apuntes y las narraciones con las historias de fútbol. Así me gusta leerlos a mi y mientras los reviso y los corrijo pienso que son fragmentos de los instantes más felices de mi vida", escribió en el prólogo el propio Soriano. Se reeditan: "A sus plantas rendido un león", "El ojo de la patria" y "Futbol. Memorias de Mister Peregrino Fernández y otros relatos" (Editorial Mondadori, 2002); "Una sombra ya pronto serás" (Grijalbo, 2002); "Una sombra ya pronto serás", "No habrá más penas ni olvidos", "A sus plantas rendido un león", "Triste solitario y final", "Cuarteles de invierno" (Seix Barral, 2003). Y en 2004: "El ojo de la patria", "La hora sin sombra", "Artistas, locos y criminales" y una nueva edición de "Triste, solitario y final". Seix Barral edita en 2006, "Arqueros, Ilusionistas y Goleadores".
2007
2007
Con motivo del 10º aniversario de su muerte, el gobierno porteño destina un espacio dentro del Cementerio de la Chacarita para el nuevo emplazamiento de los restos de Osvaldo Soriano, sepulcro que queda inaugurado el lunes 29 de enero.
Fuentes: Literatura latinoamericana contemporánea. Educar.org. Audiovideoteca de Buenos Aires, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Melan.
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