lunes, 15 de junio de 2009

LA CICATRIZ. FALSIFICACIONES de Marco Denevi




Según Gustav Büscher (El libro de los misterios, Barcelona, 1961) el arqueólogo alemán Hilprecht decifró los caracteres cuneiformes inscriptos en dos piedras que desenterró de las ruinas de Nippur, Babilonia, gracias a un sueño revelador: en ese sueño, un sacerdote, luego de aclararle que las piedras eran las dos mitades de una tabla votiva, le explicó el contenido de la inscripción. Al día siguiente Hilprecht pudo decifrar la escritura sin ninguna dificultad.


Conozco un caso todavía más extraordinario de sueño revelador. Ascanio Baielli leía todos los domingos de 1960, por el servicio de la Radiodifusión Italiana (RAI), una serie de relatos ya imaginarios, ya históricos, agrupados bajo el título de Storie per la sera della domenica (Cuentos para le velada del domingo). "La anunciación del traidor", incluido en la presente antología, es uno de esos relatos.


Pues bien: un sábado Baielli preparaba el material para la audición del domingo siguiente. Ninguno de los dos o tres textos que había escrito (más bien que había esbozado) lo satisfacía. A la madrugada, vencido por la fatiga, se durmió.


Soñó que él era un muchachito de no más de doce años. Se veía a sí mismo vestido como un humilde mancebo del Quinientos, flaco, débil y esmirriado. Otros pilluelos lo perseguían, le arrojaban piedras, lo cubrían de burlas y de insultos. Y él corría, corría por las callejuelas enredadas y sombrías de una ciudad de aspecto medieval, llegaba a las afueras, se escondía entre unos matorrales, temblaba de miedo, lloraba de rabia, jurando vengarse de sus perseguidores.


Desde su escondite veía pasar una columna de soldados. Al frente iba un condottiero. Él admiraba los trajes, las armas, las plumas, los estandartes, las gualdrapas, los arneses. Pero lo que más admiraba era la larga cicatriz que el condottiero lucía en su rostro. Larga y temblona, nacía en el párpado derecho para morir en el centro del mentón, después de atravesar, como un río lento, la llanura de la mejilla. El condottiero cabalgaba medio adormilado, la vista perdida en la torva cavilación y en el ensueño. Pero la cicatriz miraba por él, hablaba por él, lo volvía despierto y terrible. La cicatriz avanzaba por el camino como una bandera de guerra, atronaba la tarde como la deflagración de la pólvora, como una fanfarria de bronces marciales. La cicatriz pasaba y todos los demás rostros parecían palidecer, como bajo la luz del sol en un eclipse. Hasta que el cortejo se perdía entre la bruma y el polvo.


Entonces el muchachito se dirigía a una casa solitaria, y en un cuarto atiborrado de retortas, probetas y manojos de hierbas, un viejo con facha de brujo le tatuaba en la cara una cicatriz igual a la del condottiero. Precedido y seguido por la cicatriz como por un aullido, él caminaba otra vez por la ciudad de callejuelas siniestras,las gentes lo miraban y se apartaban, los granujas que lo habían vejado se escondían en sus casas, el muchachito ahora marchaba erguido y desafiante. De pronto se veía un hombre hecho y derecho, al frente de una tropa de mercenarios. Atravesaba ciudades, campos, viñedos. Un silencio de pasmo y de terror los flanqueaba. Oía a sus espaldas el temeroso bisbiseo de la villanía: Ecco l'Impunito, ecco l'Impunito! Con secreto regocijo, con secreta angustia, pensaba que todo se lo debía a su feroz cicatriz, pero que si el engaño era descubierto lo aguardaba un destino ominoso, las befas, el desprecio, sin duda la muerte. A ratos sentía la tentación de espiar hacia uno y otro costado a ver si entre la turba de campesinos o semioculto detrás de un árbol algún débil muchachito lo estaba mirando. Entonces lo habría llamado, le habría revelado, a él solo, sin que nadie lo oyese, la verdad de la mentira de su cicatriz, le habría dicho: Ve, hazte tatuar una herida como la mía y estarás a salvo. Pero enseguida se arrepentía y seguía adelante sin volver la cabeza, porque no podía defraudar a ese muchachito, si en verdad existía y estaba allí, porque él debía ser, para el muchachito, la misma figura implacable y abismal, que no condesciende siquiera a una mirada de soslayo, que el condottiero había sido para él.


Después llegaba con sus mercenarios a un pequeño valle surcado por un río. Y de golpe, entre los árboles, brotaban soldados como hormigas, y él experimentaba una angustia tan intensa que Ascanio Baielli despertó. L'Impunito. ¿ Dónde había oído antes, dónde había leído ese nombre? Consultó diccionarios, enciclopedias, libros de historia. En los Saggi sopra il secolo XVI, de César Cantú, halló este párrafo: "En 1587 el grueso de las tropas papistas fue diezmado por los imperiales en una emboscada que le tendieron el los alrededores de Valderrosa. Pero más que la sorpresa, lo que desconcertó a los soldados de Adriano VII fue la increíble conducta de su jefe, Giambattista Crispi, llamado l'Impunito, que sin oponer la menor resistencia se dejó matar por un oscuro condottiero enemigo, un viejo que a la sazón contaba más de setenta años. El Papa, rabioso, atribuyó el inexplicable hecho a una brujería, en tanto que los partidarios del Emperador de Alemania escupieron sobre el nombre de un cobarde, lo que, frente a los antecedentes de l'Impunito, pareció una fanfarronada injuriosa".


La noche del domingo, Ascanio Baielli terminó su relato con estas palabras: "Tal vez nosotros podamos conjeturar la verdad. El condottiero y Giambattista Crispi se encontraron, se miraron. Cicatrices idénticas refulgían en sus rostros. Pero el condottiero debió comprender enseguida que aquellas dos cicatrices no podían ser reales, que una tenía que ser falsa, la copia de la verdadera. O habrá sido l'Impunito el que sintió la vergüenza de esa confrontación, el que entendió que su valor, como su cicatriz, podía engañar a los demás pero no podía engañar al condottiero. Y convertido otra vez en un muchachito débil y pusilánime, se habrá dejado matar por el único hombre que podía matarlo. Y quien sepa hacerlo, que extraiga de esta historia la moraleja que yo no me atrevo a añadirle".

BIOGRAFIA:





Nació en Sáenz Peña, provincia de Buenos Aires, el 12 de mayo de 1922, y falleció en la Ciudad de Buenos Aires el 12 de diciembre de 1998.Cuentista brillante, pensador agudo e irónico, hombre retraído de las fiestas literarias, Marco Denevi, se abrió paso en las letras argentinas hasta ocupar un lugar relevante por la originalidad y la madurez de sus obras, y no por la publicidad personal, a la que era particularmente reacio.Desde muy niño sintió una fuerte atracción por la música -tocaba muy bien el piano- y la lectura. Cuando llegó a ser miembro de la Academia Argentina de Letras, en 1987, agradeció a sus padres que en sus manos de chico "depositaron un billete de un viaje que desde entonces no ha dejado de emprender: el de la lectura, con un atracón, a los 12 años, de Stevenson, Dumas, Pérez Galdós..."Su primera y siempre recordada novela, escrita a los 33 años "Rosaura a las diez", (una novela policial en la que introduce el perspectivismo, por el cual cada protagonista narra la misma historia desde su propio enfoque, su particular punto de vista) obtuvo el Premio Kraft en 1955, iniciándolo en el camino de la literatura. (En esa ocasión un jurado de muy alto nivel observó la calidad de la narración de un escritor novel, un abogado que se desempeñaba en el área legal de la Caja Nacional de Ahorro Postal). "Rosaura a las diez" también fue llevada al cine por Mario Soffici en una versión en la que se destacaron Susana Campos y Juan Verdaguer.Posteriormente (1960) recibió el Primer Premio de la revista Life en español para escritores Latinoamericanos, por el cuento "Ceremonia secreta" (entre 3000 concursantes). Ese relato fue traducido al inglés, al francés, al italiano, al japonés y a otros idiomas, y en 1968 fue llevado al cine por Joseph Losey, en Hollywood. La versión cinematográfica fue protagonizada por Elizabeth Taylor, Robert Mitchum y Mia Farrow.También recibió el Premio Argentores en 1962 por "El cuarto de la noche". A partir de allí, conquistó un justo prestigio internacional basado en una obra profunda y deslumbrante. (El Kraft y el Life, que lo hicieron conocido en el país y en el mundo, fueron los únicos premios a los que se presentó Denevi. Recibiría muchos otros, como el de la Comisión de la Manzana de las Luces, que le llegaron sin buscarlos).Aunque no se sabe si quiso ser dramaturgo, una obra suya, "Los expedientes" (1957), ganó el premio Nacional de Teatro, también escribió luz "El emperador de la China" (1959) y "El cuarto de la noche" (1962). Otras obras suyas son las novelas y cuentos "Un pequeño café" (1967), "Manuel de historia" (1985), "Enciclopedia secreta de una familia argentina" (1986), "Hierba del cielo" (1991), "El jardín de las delicias" (1992) y "El amor es un pájaro rebelde" (1993).Con María Angélica Bosco escribió el guión de un programa de televisión: "División homicidios".Desde 1980 practicó el periodismo político, actividad que, según él, le ha proporcionado las mayores felicidades en su oficio de escritor. Enfocaba sus artículos, con coraje y fervor ciudadano los problemas de la sociedad, las fallas en la representación política, la corrupción, la burocracia o los excesos de "viveza criolla", siempre mostró su respeto por valores que vio vivir en su casa y en el medio circundante y cuya erosión y decadencia en la vida argentina no dejó de lamentar. Contaba sobre su padre: "A fines del siglo pasado vino jovencito a la República Argentina. Aquí no contaba ni con parientes ni con amigos, pero disponía de un carácter decidido, de una voluntad de hierro y de una honradez insobornable. Trabajó, fue todo lo que hizo. A los cincuenta años, ya casado con una argentina, ya padre de siete hijos, se retiró de los negocios y vivió de rentas. Contribuyó al progreso de un pueblecito en los alrededores de Buenos Aires y en 1949 murió ignorando qué eran la viveza, la especulación, el engaño, la usura."Los títulos de algunos de sus artículos muestran claramente el motivo de sus diarias preocupaciones: "Los monarcas de la República", "¿Gobernantes cuerdos o gobernantes locos?", "Me gusta ser argentino", "El argentinglés y otras amenidades" (sobre la creciente influencia inglesa en el idioma) o "Perplejidades de un argentino apolítico", en el cual decía que no era hombre de partido, y afirmaba: "Mi único proselitismo es en favor de la democracia". En 1990 fue presidente honorario del Consejo de Ciudadanos, entidad que promovió para incentivar la inquietud cívica.En 1986 dijo que hacía 18 años que vivía de lo que escribía, "lo que en estos tiempos ya es bastante"."Me valgo de la ironía en la novela como la uso en la vida -admitió alguna vez-: para disimular que soy un sentimental, un blando de corazón, alguien a quien resulta fácil conmover.""¿Qué condiciones debe reunir una novela para atraer al lector?", le preguntó a Denevi una vez María Esther Vázquez. "Que la lectura sea una felicidad", le contestó."Mi mayor ambición es que el acto de la lectura sea de disfrute, de goce para quienes me leen -dijo en una entrevista-. En estos tiempos en que tanto dolor y humillaciones nos inferimos unos a otros, hacer feliz a alguien es tan hermoso... A mí no me importa más que eso."Y señalaba que no pasaba de cinco mil lectores fieles, "que no me harán rico, pero me hacen feliz"."Vivo de lo que escribo, pero no todo lo que escribo es literatura. Incluyo periodismo, guiones de televisión y de cine, y no incluyo cartas pidiendo dinero porque no las escribo", dijo en 1986.




Fuente: Propia. Libro Falsificaciones de Marco Denevi


Literatura latinoamericana.com




Melan.




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